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Mostrando las entradas de julio 14, 2013

El ensueño o la fantasía del «yo» interno

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Se postula el oficio de escritor-poeta en adecuación al idealismo como forma de sobrevivencia académica y conceptuación ininteligible que concibe la escritura como un simple juego de palabras, de ciencia novelada, o como diría Gramsci, de «un modo de plantear las cuestiones apto solamente para hacer fantasear a las cabezas huecas». En sus mediaciones catárticas (que también son extrañamientos y enajenaciones), parece que los «creadores» alcanzan «horizontes» que sugieren espacios indefinidos, abiertos al flujo verbal de la imaginación, al ensueño o la fantasía del «yo» interno. Y, de acuerdo con esos «horizontes», prevalece «un oscuro lenguaje» (codificado, confuso, nada diáfano y difícil de comprender; aunque funcional para la irrupción de lo irreal, toda vez que facilita la inclusión de esquemas fantásticos y simbólicos tanto en la poesía como en el relato), identificable por sus imágenes estereotipadas o idealizaciones surrealistas (o sea, se retrata a una chamacona querendona

Pero Dios no existe

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Se ha modificado el rumbo de la vida en la gradación de las polaridades antitéticas (luz-oscuridad), lo profundo y lo abismal se asocian con lo infernal y lo inconciente; la interioridad del alma es la negación ideológica de la contradicción, el ego es un realismo trasmutado en sueño y en perturbador encanto de novia vuelta cadáver. Todo lo que existe es presencia unificadora, pero al mismo tiempo es la nada. Para la poesía lo «uno» es lo «otro». Así, la vida es la muerte y la muerte es un sueño, el sueño es la realidad y la realidad soy yo, y yo soy Dios. Pero Dios no existe.

La Academia y la literatura en Baja California

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La Academia y la literatura en Baja California son pródigas en casos similares a la grandeza del problema que traen en su alma estética los   culturosos   de   estas   comarcas. Tendría yo que abrir un centro especializado en cretinismos para pormenorizar los detalles de cada uno de los individuos e individuas que conforman el gigantesco tumulto de especímenes literarios y culturosos que engrosan el abigarrado intríngulis de inconsistencias intelectuales, requiebros estéticos y patrañas con olor a estafa, truco, fingimiento y simulación. Harían bien dejar a un lado esa «reductio ad nauseam» literaria que se cargan y seguir el ejemplo del emperador Diocleciano, quien renunció al trono para dedicarse a cultivar coles en un lugar perdido. Pues poco de lo que garrapatean contiene expresividad literaria, las hechuras de sus texto están condicionadas social y estéticamente por el formato de la impostura artística de los símbolos polisémicos y la codificación engañosa, una desfigurada reda

textualismo chatarra y símbolo parlante de la incongruencia

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Seco mutismo del pensamiento abstracto devenido en fraseología, textualismo chatarra y símbolo parlante de la incongruencia. ¿Porqué tanto discurso oblicuo?, ¿para qué tanto mensaje velado?, ¿para qué tanta parábola y encriptamiento? ¿Para qué, si ya no existe la censura?

El arte es pacotilla y los artistas ya no necesitan de la capacidad ni talento para afianzar su orientación creadora

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El amor intelectual que el filósofo Spinoza atribuía al conocimiento se ha convertido en un gargajo de simpatías, en un depósito para rendir homenajes y pleitesías. Es el modelo a seguir y la mejor manera de renovar la charlatanería, toda vez que en los grupúsculos protoliterarios y desideologizados por conveniencia, las apariencias son las que más cuentan para figurar en el canon de las inmundicias cultureras.  Ahora que el arte es pacotilla y los artistas ya no necesitan de la capacidad ni talento para afianzar su orientación creadora, pocas son las virtudes que se mantienen en los parámetros de la auténtica producción estética.   —Todo sea por la artificialidad de la falsa creación, la degeneración libresca, la pedantería y el simulacro. —Amén.

Durante algunos días le pusimos cola al mariachi de la ruca

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Aquí les va la  túrica de un chusco suceso que presencié en mis años mozos cuando empezaba la faena abogadil. Una ñorsa me solicitó los servicios de representación legal para que le tramitara su divorcio. En cuanto la clienta me expuso el problema supe que se trataba de un caso que en el ámbito leguleyo les nombramos «frankesteins». En aquellos años empezaba yo apenas trinearme en la litigada y la novatez e inexperiencia lo conducen a uno a aventurarse más allá de los límites de nuestra profesión. La demanda de divorcio debía estar amparada bajo la causal de adulterio, y en ese tiempo dicha figura jurídica tenía que acreditarse mediante prueba plena y directa (hoy, con las reformas al  Código Civil  el asunto es una papita, pues lo tribunales en materia familiar admiten ya los medios de convicción indirectos para probar la pretensión jurídica, o sea, que es válida la simple presunción). A lo que me refiero con todo este rollo es que la citada causal, fundamento de

¿A poco es lo mismo decir: «La ruca es puta madre» que «La ruca es puta, madre».

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¿A poco es lo mismo decir: «La ruca es puta madre» que «La ruca es puta, madre».

la imitación servil o la inercia mental

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Aquí el birote de la cultura ya no es una cuestión de elevación, como decía el Marx hegeliano, tampoco un fenómeno que merezca debatirse; se trata un asunto para hacer negocio e insuflar los egos. Porque —para esta runfla de culturosos— el arte y la cultura se vertebran a partir de lo que dicta la moda, la imitación servil o la inercia mental.

ELIZABETH ALGRAVEZ.

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Muy zorrocloca para el camelo nos ha salido la exfuncionaria culturosa. Ante todo, la estrategia del loro enyerbado; cotos de lambisconería y complacencia en torno a la nada. Más que a una literata, la licenciada Algrávez semeja a una repugnante vieja alcahueta. Y pobre de aquel tontoculo que caiga hechizado y se deje llevar por esa “límpida sinceridad”, pues acabará contaminado de jeringas, excremento y basura. Toda la verborrea que la ruca suelta en su bártulo es pura cábula; detrás de su frenesí se aboceta un acto de politiquería barata. La comadre Algrávez debería de comportarse educadamente y bajarse un poquito de la demagogia para evitar que sea mayor el desprestigio que se carga. Es cosa ya de desvergüenza comparar al Gilberto Licona, partidario de la inoculación mediocre de la literatura, con el «yo trascendental» de un Paul Verlaine, de un Guillaume Apollinaire, de un Vicenzio Cardarelli o de un Camillo Sharbari. Desprovista de hueso alguno que mordisquear, ahora a la

la publicidad se conceptualiza

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Los imperativos del mercado para allegarse ganancias han modificado el rol de los consumidores, y a través de la publicidad se conceptualiza la noción de la cultura en sentido diametralmente opuesto, introduciéndose la visión ultraligera, es decir, culturalista. «Hoy ya damos por sentado —dice el máster Eduardo Subirats— que el concepto de cultura no es idéntico con aquel significado de libertad y autorrealización que tuvo para los intelectuales de la Ilustración moderna. Y se acepta sin mayores reflexiones que tampoco la cultura es el medio, privilegiado porque marginal, en donde se dan expresión los conflictos sociales e individuales a través de una responsabilidad colectiva de los lenguajes intelectuales o artísticos». Categoría que se sitúa en una pretensión de cultura vacía de sentido, recreada como una glosa romántica pero a la vez perversa, una noción de cultura de poca o nula visión crítica, generada como un mero proceso de intelectualización, abstraída del contexto de la