5 de diciembre de 2008

CRIMEN Y ASESINATO COMO ANTITÉTICOS SOUVENIRS


CRIMEN Y ASESINATO COMO ANTITÉTICOS SOUVENIRS
[O MANGUEREANDO LAS UTOPÍAS CON LA VIOLENCIA]



«El esfuerzo por adquirir poderío social aniquila todo sentimiento de comunidad... Lo que persiste es la sociedad clasista. Cada vez que los desposeídos recapacitan sobre su ser más íntimo y genuino, sus reflexiones llevan a la sublevación y rebeldía contra esta ordenación social. Los abandonados, prostitutas, rufianes, ladrones, malhechores, pervertidos, suicidas, todos los que intentan rehusar acatamiento a esta comunidad, pagan su defección, su rebeldía, su hostilidad a ella con la propia ruina».

Otto Rühle, El niño proletario


LA PARTERA DE LA HISTORIA Y EL CAPITALISMO POSMODERNO

La formación antagónica de la historia aborta sus engendros, lacras y contradicciones. La escalada de actos delincuenciales, la impactante violencia criminal, el resquebrajamiento de los valores éticos, el temor traumático y el artero egoísmo, entre otras calamidades, conforman una respuesta de superación negativa a las sucesivas y ciclotímicas crisis del llamado capitalismo posmoderno. El capital —dice Marx— es la potencia e económica de la sociedad burguesa que lo domina todo. Opresión y explotación, superabundancia y pauperismo; y las clases, estamentos y grupos, corrompidos moral y socialmente. Concretamente, refiere Rubén Zardoya Loureda, «el capitalismo sigue siendo el régimen de la esclavitud asalariada y de la marginación social, de la sumisión de la sociedad y los individuos a las leyes de la producción de plusvalía; sigue siendo la forma de organización de las relaciones entre los hombres que se construye sobre la contradicción flagrante entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación; el espacio de la concentración y centralización progresiva de la riqueza, la propiedad y el poder; de la reproducción cada vez ampliada del Estado como una maquinaria de violencia material y espiritual sobre los seres humanos, acorazada (invirtamos la expresión gramsciana) de hegemonía cultural e ideológica; de la igualdad formal ante la ley de grupos sociales e individuos profundamente desiguales por su posición en el sistema de la producción social y las formas y cuotas de apropiación de la riqueza; de la conversión de los productos de la actividad en fuerzas hostiles e incontrolables que oprimen a sus propios productores» [Rubén Zardoya Loureda, Gramsci y el capitalismo contemporáneo].
Siguiendo a Gramsci, cabe decir que la «tranquilidad interna», o sea, «el grado y la intensidad de la función hegemónica de la clase dirigente», se ha convertido en un bramido de miedo, cólera e impotencia. Después de unos tantos centenares de cadáveres triturados, hasta ahora el carnicero se ha dado cuenta que el molino de carne que manipulaba es una máquina infernal que escupe plomo y corta cabezas. Los victimarios ahora se dicen víctimas y oficialmente se han puesto al servicio de la lucha contra la peste que días antes ayudaran a difundir; y manifiestan su responsabilidad ciudadana como buenos pedagogos de la moral y las buenas costumbres.

—¡Qué barbaridad! Ya ni siquiera se puede fomentar el turismo de a dólar.
—Qué años tan felices eran aquellos.

Se anuncia la ornamentación del crimen en el opaco aparato de gobierno federal, estatal y municipal. El estucado de la desesperación y el olor a agonía. Las pudientes familias trasladan sus residencias y el crimen y la violencia tienen que hacerlo a uno productivo, aunque se pierda la sensibilidad y la fantasía. Las cosas son perecederas, la vida circunstancial y la sociedad burguesa se compone por dos tipos de personas; las que dicen que en alguna parte se ha acabado con un picadero o una tiendita, y los que se lamentan por haberse enterado demasiado tarde de la dirección de tales puchaderos. Y «esta clasificación —como dijera Karl Krauss— tiene la ventaja de que se realiza también en una misma persona, al no ser en esto decisivo el hecho de que sea contradictoria la manera de ver las cosas, sino sólo las circunstancias y consideraciones del momento. a la hora de elegir un punto de vista u otro» [Moralidad y criminalidad].
En México el advenimiento de los sucesos delincuenciales, estrechamente ligados a acciones violentas de gran proporción, se agudiza como fenómeno sociopolítico a partir del salinato, es decir, en el momento histórico de su inserción al mundo globalizado; y que además coincide con la efervescencia de las pandillas o gangas en los Estados Unidos, particularmente en estados como California, donde existe un población latina muy abundante. En su vitrina bloguera, el máster Carlos López Dzur cita los datos que proporciona Alejandro A. Tagliavini en su artículo «Las pandillas latinas en Estados Unidos», y concuerda con el investigador al indicar que a mediados de los años ochenta en Los Ángeles... grupos norteamericanos como los Creeps and Blood comenzaron a atacar a los inmigrantes mexicanos, quienes decidieron crear sus propias pandillas. Es la fecha en que las pandillas mexicanas / hispánicas / se declaran abiertamente criminales. Años antes funcionaban como palomillas y organizaciones de acción social». En los Estados Unidos a los latinos se les atribuye la responsabilidad de actos criminales en contra de los negros, pero la verdad es otra, como refiere López Dzur al señalar el montaje de ese simulacro de opinión. «Históricamente, quienes más daño, agresiones y muertes, han cometido contra los afroamericanos son los blancos con sus agendas racistas. Estas acciones son la fuente instructora y oculta del pandillismo y la criminalidad que se condonan a sí mismos estas mentes criminales» [Carlos López Dzur, La juventud como víctima, La Naranja, 20 de junio de 2008, ocnaranja.blogspot.com].
La violencia se ha convertido en una causa de sí misma y la intervención selectiva del estado sólo representa para las bandas y organizaciones criminales una restricción eventual que ha causado dispersiones y reacomodos, pero no su eliminación o expugnación. ¿Porqué? Por la sencilla razón de que los malandros —de bajo y alto rango— acreditaron sus señoríos vinculándose a las estructuras del poder político, descollándose además, con la profusión de los billetes sucios y fortunas malhabidas, como socios inversores de los reputados miembros de las confederaciones patronales y gremios empresariales. Mientras tanto, el grueso de la pequeña burguesía se ha tirado de cuclillas a lamberle las botas a la soldadesca y ruega por la militarización de su terruño para que se violen las mismas leyes que se supone se deben de respetar.

—Más perjuicios para la jericaya popular.

Junto al vacío de poder que existe, concurren y se agregan los desbarajustes de la ineficiencia, la corrupción y lo estúpidos despilfarros, los atropellos de la impunidad y la abyecta complicidad entre autoridades, las gavillas de secuestradores, sicarios, lavadores de dinero y narcotraficantes. «Podría decirse —señala Gramsci— que cuanto más fuerte es la policía política y en general la policía, tanto más débil es el ejercito, y cuanto más débil (o sea, relativamente inútil) la policía, tanto más fuerte es el ejercito» [Cuadernos de la cárcel, libro III].
Doña Vianka Santana refiere que en la «dinámica de ejecuciones, balaceras, secuestros y ajustes de cuentas» cualquiera se puede morir en el intento de ser poeta. «Los encabezados de los diarios y las primeras planas día a día llevan la cuenta acuciosa de los ejecutados, los entambados, decapitados, los asesinados a sangre fría ya no sólo en la periferia de la ciudad o al cobijo de la noche y la desolada madrugada, sino en las plazas comerciales, zonas escolares, las principales vialidades, y donde incluso las salas de cine se han vuelto escenario del despliegue ostentoso —y cada vez más cínico— alarde de impunidad de las fuerzas del crimen organizado» [La creación artística en los tiempos de indiferencia, gacetilla de El Mexicano, 9 de noviembre de 2008].
El 5 de febrero de 1924, con anticipado vaticinio, Richard Lansing, secretario de estado del gobierno norteamericano, escribió en su diario la desvaída situación de desgobierno que hoy hacen hogaño los desenvueltos y temerarios churumos del crimen organizado y desorganizado: «México es un país extraordinariamente fácil de dominar porque basta con controlar a un sólo hombre, el presidente».

HAY QUE CALENTAR LA HORNILLA ANTES DE HACERLA ESTALLAR

Muchos caraduras hablan de la violencia y la criminalidad como si tales fenómenos derivaran de fuentes ajenas al sistema que los ha engendrado; como si se trataran de monstruosos inventos, creados por seres que no tienen pinta ni vela en los entierros del conglomerado social.

— Si hasta los dioses se alimentaban con sangre.
—Y Octavio Paz decía que la vida se prolonga en la muerte.
—Y los ilustrados monjes de la cristiandad decían que la muerte es la puerta para entrar al reino de los cielos.

Las antípodas de las contradicciones y conflictos que dan origen a los acicates de la violencia también se explican por los alcances simbólicos que tienen desde los «mass-media» como categorías amorfas de la cultura visual. Por ejemplo, si «Bob Esponja» es la encarnación del chamaco «lúser», carismático pero estúpido; y si el jilguero es símbolo de la pena y el sufrimiento, entonces ¿qué representa para los chalinos y mangueras el emblema seudomítico de Jesús Malverde colgado del cuello?; o bien, ¿qué influjo de identidad representa la imagen en forma de equis de dos metralletas AK-27 en la hebilla de un cinto pitiado o en una camisa chera?
El máster Dzur advierte cómo y dónde se indigesta la idiosincrasia para concebir el crimen y la violencia como fenómenos cotidianos. «La esencia de las historias e imágenes que la televisión y el cine patrocina (que son esencialmente mensajes de codicia, celos, ambiciones incoherentes, deslealtad, individualismo y violencia emocional) se traducen en la vida real en violencia real: asesinato, robo, pánico, etc. Los mensajes de gratificación son el sexo y el dinero. A principios de los '90, si se encuesta a la gente en cuanto a qué contenido le parecería el más indeseable o problemático en una película que viese en el cine o la TV, posiblemente, el 44% diría la violencia, frente al sexo explícito (18%). Hoy por hoy, hay menos sensibilidad. Ser listo e inteligente es no extrañarse de nada. La sociedad es más violenta y los valores han sido transvalorados. Se vale el morbo. Que su imagen visual sustituya al lenguaje porque, en ese mundo de percepciones, la realidad no existe. Un estudio de expertos en violencia juvenil explica: ‘Los niños expuestos a la violencia virtual de los medios electrónicos son más propensos a creer que la violencia es un buen medio para resolver conflictos interpersonales. Ellos también son más propensos a creer que el mundo es peligroso y malo y juzgar las situaciones ambiguas como amenazantes... Cálculos aproximados indican que en promedio el niño y el adolescente estadounidense observa más de 10,000 asesinatos, ultrajes sexuales y asaltos por año en la televisión. Esto es un promedio de 24 actos de violencia por día. Los medios hacen de la violencia un lugar común’» [Carlos López Dzur, La juventud como víctima, La Naranja, 20 de junio de 2008, ocnaranja.blogspot.com].
En el plano de los contrapesos de soberanía y consenso, el estado —como órgano de control social y jurídico— tiene asignada una hegemonía que se bifurca en poder persuasivo y disuasivo; detenta precisamente el monopolio legal de la violencia, es decir, es titular de la coerción que aplica sobre un territorio determinado, y a través del ejército y la policía, o sea, un «grupo de hombres especializados en el empleo de la represión», como anotara Engels.
Con relación a las organizaciones criminales, bandas delincuenciales y cárteles de narcotraficantes, los medios de coerción estatal no parecen cumplir con el axioma regulador. El fenómeno de la criminalidad no puede considerarse como un problema marginal. Los grupos delictivos operan impunemente al margen de toda acción punitiva y sustrayéndose de la coerción persecutoria del aparato represivo. Del ineficaz resultado parece deducirse una protección o, bien, una alianza del gobierno y las corporaciones criminales. Entre 1920 y 1922, Gramsci fue testigo presencial de un caso de asimetría similar en Italia, cuando los «squadristi», pandillas paramilitares fascistas, saqueaban y asaltaban con la anuencia de la policía (pero sólo a la gente y bienes del proletariado). Gramsci consignó los hechos en sus cuadernos: «En la luchas actuales, ocurre con frecuencia que una máquina estatal debilitada es como un ejército que vacila: los comandos o las organizaciones armadas privadas, entran en el campo de batalla para realizar dos tareas —utilizar la ilegalidad mientras el estado parece permanecer dentro de la legalidad, y de este modo reorganizar el estado mismo» » [Cuadernos de la cárcel, libro I]. Gramsci explica las razones de la avenencia y laxitud del orden político estatal: «No podía haber “guerra civil” alguna entre el estado y el movimiento, solamente una acción violenta esporádica para modificar la dirección del estado y reformar su aparato administrativo. En la lucha de guerrillas civil, el movimiento fascista no estaba contra el estado, sino aliado con él» » [Cuadernos de la cárcel, libro II].
En el poder acarreador de la muerte, ¿quién lleva la voz cantante de la guerra, el terrorismo, la violencia, el asesinato y demás atrocidades? Sabemos quien recibe el sebo derretido de las veladoras, pero no precisamos con certeza al dueño de la culpa; porque —como le comentaba Kafka a Janouch— aunque sepamos que «el hombre gordo domina al pobre en el marco de un sistema determinado. Pero él no es el sistema en sí. Ni siquiera es él un dominador. Al contrario: el hombre gordo lleva también cadenas... El capitalismo es un sistema de dependencias, que van de dentro para afuera, de fuera para dentro, de arriba para abajo y de abajo para arriba. Todo es en é dependiente, todo está encadenado. El capitalismo es un estadio del mundo y del alma...».
Buscando la simpatía del hombre de la calle, el gobierno presume que arresta y persigue a los responsables del crimen organizado, pero todo es un blof. Las autoridades son corruptas y oportunistas; y, por ende, sus representantes son tontos, sobornables, solapadores y hasta cómplices de la delincuencia. Además, considérese que «jamás un bribón hace la guerra a otro bribón», como decía don Francisco Zarco. Así que esa lucha es infectiva, estéril y vana. Ambas partes son una unidad cosificada, cuajada en lo personal y colectivo por poderes abusivos que vuelcan lo negativo en positivo y viceversa. Y si se desmascaran las bribonadas es porque hay conflictos de intereses particulares, falta de concordancia en algunos métodos o desenfrenos de alebrestados que no se han podido domar por medios austeros y persuasivos. Y, si ahora, presidentes, gobernadores y secretarios de estado han dicho que es indispensable limpiar la mugre del establo, lo cual es totalmente ajeno a la justicia y seguridad para el pueblo llano, no hay que fiarse mucho de lo que vociferen, se trata de la acostumbrada demagogia, repulsiva y degenerada como el fenómeno que dicen que quieren combatir.

EN UN ASESINO SISTEMA SOCIAL LAS COSAS SE HACEN ASESINAS

Aunque en principio suele ser triste y repugnante, la esencia metafísica que subyace en el acto criminal se disuelve en la rutina social y desemboca en una tesis de poder que subvierte la moral burguesa. No es una suerte de «weltanschauung», pero su aplicación práctica destruye valores (y su reacción es rápida si son los chalinos o los mangueras quienes le den pábulo). Sus efectos síquicos se trasladan al proceso social para encontrar fundamento y justificación en cuestiones muy prácticas y concretas, es decir, objetivos inmediatos que revisten el carácter de crimen organizado o desorganizado.
Si dos fulanos «A» y «B» carecen de empleo, están en la vil ruina y no tienen expectativas laborales en la estructura formal de las relaciones sociales de trabajo; uno podrá resignarse a no robar, a no secuestrar o no despachar a un tercero a la tumba; en cambio, el otro quebrantará la ley y cometerá delito. Aunque la voluntariedad del segundo repugne, su intención es más firme y de mayor energía para afrontar la vida que la del segundo, que sin chistar se queda en el miserable atolladero que la moral burguesa le ha reservado y que de nada sirven para satisfacer sus necesidades más elementales. Y aquí sale a colación Wilhelm Reich cuando decía que «todo lo que actualmente se llama moral o ética esta, sin excepciona, al servicio de la opresión de la humanidad trabajadora».
Al rato —cuando más vivos queden reducidos en muertos— el crimen (como sinónimo de homicidio o dolosa privación de la vida) tal vez no pierda su tipicidad de acción u omisión antijurídica y sancionada por el «ius puniendi», pero sí su carácter refractario de «causa eventual», desposeyéndose tanto el asesino y su comisión homicida del rasgo de ser un «un hecho excepcional» de la existencia cotidiana; o sea, de esa «situación» a la que Raymond Chandler en su literatura negra, metafóricamente, la comparaba con «una papa de cuatro kilos o un ternero con dos cabezas», mientras apuntalaba en su novela «Un largo adiós» la metafísica del acto criminal como inmanencia del mal:
«Un asesino es siempre irreal en cuanto uno sabe que es un asesino. Hay gente que mata por odio, o miedo o codicia. Están los asesinos astutos que planean y esperan salir bien. Están los asesinos violentos que no piensan en nada. Y están los asesinos enamorados de la muerte, para quienes el asesinato es una clase de suicidio remoto. En cierto sentido, todos son insanos...».

—Todos son insanos... Hasta el mismísimo Salvador Díaz Mirón.

Si el pesimismo cósmico ya no se cura con la homologación de las catáforas epizóticas de la blenorragia, y en sus afiebrados cerebros se están muriendo las ilusiones, entonces pídanle a la ciudad les ayude a soñar sus pesadillas; y que siga con sus troquelados ritmos fronterizos y desenfrenos binacionales, que al cabo ningún matón es superior al incestuoso Caín, al negro Otelo, al esperpéntico Freddy Krugar o al borracho Constantino.

—Por lo pronto, ai se las van dando con las personas que están compartiendo sus corazoncitos.

3 de diciembre de 2008

CHINCHINA POPULAR Y PROBLEMAS CULTUREROS



Los problemas culturales que ocurren en la conciencia y el entorno de las clases pobres, marginadas, paupérrimas y miserables de las sociedades latinoamericanas, y en las que el grueso de la población se constituye por mestizos e indígenas, son cuestiones centrales en los —hoy de moda— estudios culturales. Y no está de más decir que dicha labor académica se disfraza como lucha literaria desde las entrañas de la burocracia político cultural. Y vaya manera de incursionar en las insensateces y los cretinismos. Fingiendo que promueven el bienestar cultural para las clases desposeídas, y abogando fórmulas y recetas totalmente erróneas, cuando no ridículas y disparatadas, olvidan la verdad artística (o sea, histórica) y en sus conclusiones no ofrecen nada que no sea una actividad “cultural” de güevonería intelectual encaminada a matar el tiempo y a desmoralizar a la plebe que quiere organizar su vida en alternancia con una evolución cultural. Futilezas y más futilezas en íntima relación con la subcultura chatarra. Esa es la lógica cultural del capitalismo tardío, como dice Fredric Jameson. Pero, como sentencia un teórico renuente a renunciar al marxismo, lo que hace falta ante esta confusión degradante, es un desafío directo al orden existente en la política y en el arte, una verdadera rendición del mundo por medio de cualquier modo formal que el artista disponga. Esto significa, en primer lugar, vencer la crisis actual que existe en la perspectiva artística.

LA PEQUEÑA BURGUESÍA DEL YETZET CULTURERO



LA PEQUEÑA BURGUESÍA DEL YETZET CULTURERO


«El pequeñoburgués no puede salirse de sí mismo, comprenderse a sí mismo, igual que el imbécil no puede comprender que es imbécil (sin demostrar de esa manera que es un hombre inteligente), por lo que son imbéciles aquellos que no saben que lo son y son pequeñoburgueses los filisteos que no saben que lo son».

Antonio Gramsci, Cuadernos de la Cárcel


En 1924, durante la crisis política producida por el asesinato de Matteotti, Grasmci analizó los síntomas de la impotencia de la pequeña burguesía para enfrentar el fascismo y que se manifestaban en falsos quejumbros, muy útiles para usufructuar delicadas y graves situaciones. «Se trata en sustancia de un grupo de aprovechados no menos nefastos que los otros, que bajo la máscara de la indignación (…) y en nombre de la "justicia", van hacia el abordaje de las cajas del Estado. El momento es bueno, y naturalmente no hay que dejarlo escapar» [La crisis de la pequeña burguesía].

—Ah, y cuando fingen indignarse hasta se portan como si fueran gitanas legítimas.
—Señoritos de mierda que salen a darse baños de pueblo, restregándole al desmesurado espíritu la unción de la ignorancia y la plañidera cursilería.

Con el devenir histórico y los nuevos trasiegos de la vida, esos escombros mentales han adquirido tonalidades de imagen artística y propiedades de inicua propaganda; símbolos que todavía llevan implícitas la marcas del lloriqueo y las ganancia que les reportan a los hatillos de peregrinadores clasemedieros que se hacen llamar «opinión pública» y en su peor desfachatez “sociedad civil”. Pero lo cierto es que se trata de «la pequeña burguesía y en parte a aquellas capas de la burguesía que, viviendo al margen de la plutocracia dominante, padecen en parte las consecuencias de su predominio absoluto y aplastante en la vida económica y financiera del país» [La crisis de la pequeña burguesía].
Pareciera que la pequeña burguesía no tiene modo de superarse. Sus miembros se creen muy supersensibles cuando hacen ruido con sus trompetas y falsean deliberadamente su nihilismo, pavoneándose en la protesta como descarados esnobistas. Son como los monos enjaulados que buscan encontrar la salida para hacerse hombres; no quieren libertad, solamente una salida, sea hacia la derecha o la izquierda; por donde esté no importa. En el ambiente del «yetzet» culturero aparecen como tipos solidarios que luchan en abstracto por las causas sociales en favor de los pránganas; pero lo hacen sin conciencia de clase, dada su condición clasemediera.

—¿Y qué sucedió con aquella intelectualidad de la izquierda sesentaiochera y setentera que bramaba consignas muy «progress» y anhelaba dar el leninista «salto cualitativo»?
—Pues viraron sus canturreos subversivos, aclimatándose al evangelio neoliberal que empezaba a hacer estragos pasados los años.

Y a partir de esa derrota o seducción, sus «elaboraciones» teóricas se deconstruyeron y «comenzaron a ser producidas en relación y en concordancia con la clase dominante (…) que los nutre y los mantiene luego de haberlos apaleado a su gusto. A pesar de que su discurso representaba aparentemente una trasgresión al orden neocolonial, la clase dominante los conquistó, los sedujo y corrompió de mil maneras y convirtió el discurso de la trasgresión izquierdista en uno de legitimación del orden neoliberal: se les permitió que lo expresasen de manera discursiva, mas no se aceptó que lo convirtiesen en acción transformadora de la realidad» [Mario Sanoja Obediente e Iraida Vargas-Arenas, El fascismo y la vieja intelectualidad venezolana, en Voltaire, Red de Prensa, 22 de septiembre de 2004].

—En cualquier parte todo sigue siendo agua de borrajas.

Tanto en el aspecto socioeconómico y en su dinámica culturosa, la pequeña burguesía se haya condicionado porque así conviene a sus intereses materiales e ideológicos, por una parte, por la política cultural del oficialismo institucional, inducida por la dádiva, la artificiosa promoción mediática y el cuatachismo; y, por la otra, en razón de la incapacidad de lograr por méritos propios abrirse como grupo independiente y proyectarse mas allá de la periferia por medio de sus talentos y virtudes. Su actividad no relumbraría —ni la pueden llevar a cabo— sin la ayuda y colaboración de las instituciones culturales y de sectores dominantes de la iniciativa privada (Conaculta, Coca Cola, Televisa, etc). Sólo así son capaces de hacer ruido y sentirse los protagonistas del ilusorio auge cultural que vive la frontera norte de México, un espejismo que consideran una hecho cierto, sin darse cuenta que se trata de una engañifa más de la oligarquía que detenta y controla rumbos de la cosa pública; y que, dicho sea de paso, considera al trabajo creativo y estético solamente como otra forma de negocio privado.
Como lo corroboran Mario Sanoja Obediente e Iraida Vargas-Arenas, se sabe que los intelectuales pequeñoburgueses se han convertido en «los gestores del grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y del gobierno político, del aparato de coerción estatal que aseguraba la sumisión de los dominados. Dicho en palabras de Gramsci, de estar en conexión con los grupos sociales mayoritarios y empobrecidos, pasaron a estarlo con los grupos sociales dominantes; transformándose muchos de ellos de intelectuales orgánicos en técnicos y repetidores» [El fascismo y la vieja intelectualidad venezolana, en Voltaire, Red de Prensa, 22 de septiembre de 2004].
Y, en efecto, los intelectuales son mezquinos porque se ligan al poder, cumpliendo la función de difusores de una cultura abstracta, individualista y de casta. Artistas y escritores viven estrujados por las contradicciones, usando como parapeto la «sensibilidad» y fiados por la una filosofía de «intuición», pretenden estar fuera del rol político. La amalgama de los «orgánicos» es gorda, hay ingenuos, seudoizquierdistas trinqueteros, neutralizados eméritos, relativistas del cinismo y la incongruencia, fantoches de la reivindicación cultural, tribuladores indecentes que se disfrazan de consejeros, etcétera. Monerías variopintas de ayer y hoy, que gracias a la dádiva institucional y la usura empresarial se funden en una sola pieza. Además, como sujetos fetichizados viven el autoengaño de una mística de abstracta personificación, creyendo que son ajenos a la sujeción e intereses de la oligarquía que detenta el poder y controla los destinos políticos de los dirigidos. «Dentro del pensamiento idealista liberal, los intelectuales se consideran ellos mismos como autónomos e independientes de la realidad social. Sin embargo, tal como señala Gramsci, no existe tal autonomía, los intelectuales son, decía el pensador italiano, seres sociales, seres inscritos en relaciones sociales concretas» [Mario Sanoja Obediente e Iraida Vargas-Arenas, El fascismo y la vieja intelectualidad venezolana, en Voltaire, Red de Prensa, 22 de septiembre de 2004].

1 de diciembre de 2008

EL LEOBARDO SARABIA [O LA COEXISTENCIA DEL GUAJOLOTE Y EL CISNE]


EL LEOBARDO SARABIA
[O LA COEXISTENCIA DEL GUAJOLOTE Y EL CISNE]



«Acaso haya aprendido yo de usted más de lo que uno debe aprender para poder seguir siendo independiente…».

Arnold Schönberg
dedicatoria a Karl Krauss en el Tratado de la armonía


LA ESPONJOSA FRASEOLOGÍA DE SER INDEPENDIENTE


Con el presuntuoso y exagerado cabezal «Celebran Vitalidad cultural de Tijuana», en la sección «Mosaico» del pápiro «Frontera», correspondiente a la edición del día jueves 18 de septiembre de 2008, se publicó un articulejo en el que la gacetillera Silvia Chia anuncia el «El Festival de la Ciudad, Tijuana Interzona 2008», y haciendo constar en su ocurso desinformativo una declaración testimoniada por el buenazo del Leobardo Sarabia, principal orquestador del menjurje culturoso referido, y que se transcribe en los términos en que fue emitida, cuando —supongo— que la ruca le preguntó al Sarabín bróder cuál era el «quid», propósito, birote, asunto, «leitmotif» o mengambrea de su actividad como responsable de dicho festivalito:

«Trabajar desde la trinchera independiente y con las instituciones, celebrar la vitalidad de la ciudad, muy sabida y conocida que se da en las diversas disciplinas».

—O sea, dos golpazos a un mismo tiempo; uno en el margen y el otro en el centro.
—O, también, como diría el buscapleitos de barrio al exponerle a sus compinches sus destrezas golpeadoras para salir airoso en las trifulcas callejeras, un putacazo plantado en el hocico y luego un patadón en los güevos.

Lo que Sarabia espichea confirma la conjetura de que la independencia cultural es dicotómica y contradictoriamente funcionalista. Ni hablar, se trata de ser independiente pero sin dejar de ser dependiente. Coexistencia del guajolote y el cisne en las batallas de la emancipación culturera. Y por tal motivo eran los reproches que a Karl Krauss un colaborador de «Die Fackel» le espetaba. «¡No se engañe usted! Sólo desde un punto de vista académico, no político-práctico, le queda a usted otro camino que no sea o bien la afirmación de todo lo establecido o bien la anexión de corazón a las nuevas fuerzas motrices, es decir, o bien se queda usted con el mezquino burgués, que usted desprecia, o bien con el pueblo, que usted no conoce en absoluto…».

—¡Independiente? ¡Ah, chingao!, qué lenguaje.
—Un colchón entre dos cristales.

Tijuana es el culo de San Diego

Tijuana es el culo de San Diego, es uno de los tantos retretes, tafanarios y bacinicas que tiene California. Dónde todo mundo se cree poeta ...