El ensueño o la fantasía del «yo» interno
Se postula el oficio de escritor-poeta en adecuación
al idealismo como forma de sobrevivencia académica y conceptuación
ininteligible que concibe la escritura como un simple juego de palabras, de
ciencia novelada, o como diría Gramsci, de «un modo de plantear las cuestiones
apto solamente para hacer fantasear a las cabezas huecas». En sus mediaciones
catárticas (que también son extrañamientos y enajenaciones), parece que los «creadores»
alcanzan «horizontes» que sugieren espacios indefinidos, abiertos al flujo
verbal de la imaginación, al ensueño o la fantasía del «yo» interno. Y, de acuerdo
con esos «horizontes», prevalece «un oscuro lenguaje» (codificado, confuso,
nada diáfano y difícil de comprender; aunque funcional para la irrupción de lo
irreal, toda vez que facilita la inclusión de esquemas fantásticos y simbólicos
tanto en la poesía como en el relato), identificable por sus imágenes
estereotipadas o idealizaciones surrealistas (o sea, se retrata a una chamacona
querendona «con manos de lluvia»), que por obra y gracia de la moteada
imaginería de los señores de la
escritura, las puñeteras manitas de una fémina «amada», por
poner un ejemplo, se trasmutan en
«puertas al conocimiento» y, al mismo tiempo, en un acto de «rencuentro con el
“otro”» (¿qué valor conceptual engendra tal locución?; pregunto porque tal
abstracción encierra múltiples posibilidades de interpretación). Asi, palabras de los poetas se llenan de alimañas y en rondel de
palabras mamonas comienza a dar marometas y a cantinflear gachamente. Y de
esa forma el desdichado aspirante poeta a intentar hurtarle los laureles al poeta que sin
darse cuenta es poeta.
Cuántas extravagancias hay en los registros
literarios que los poetas usan para
ornamentar un mundo de ilusiones. Según lo afirmado, detrás de las «puertas al
conocimiento» está la morada del aprendizaje, del conocimiento que debe
adquirir el bizcochito para conquistar el amor de su peoresnada. La jermu que
aprende a amar es buena, y quien se resiste o repele la instrucción, pues es
mala. Los arquetipos de la ruca católica y puritana —modelos teológicos del rol
de la prejuiciosa damisela pequeñaburguesa— están en las «puertas al
conocimiento» y en el «rencuentro con el “otro”». Hay una carga de dualismo
moral que es una interacción de mando-obediencia en poder de los enamorados. Y
quien carga con todo el paquete, obviamente, es la receptiva servidora, la
educada, la domesticada. Y el macho sólo entierra el hacha entre las nalgas de
la amada, que en su categoría del «otro» es el sujeto mistificado.