¿Se puede hablar de crítica cuando lo que se hace es
proferir burla y escarnio? Han existido personajes que equivocadamente
manejaron esas fórmulas llanas, pero al hacerlo contaban con la suficiente
autoridad para lanzarse como hienas hambrientas sobre sus víctimas; caso
singular fue León Tolstoi, quien dijo que la obra de Shakespeare era una mierda
y su autor un pinchi plagiador. El tiempo le dio la razón al creador de Otelo.
¿Porqué Tolstoi al criticar a Shakespeare lo embadurna de giña? Porque
Shakespeare no fue moralmente superior a la época que vivía. Porque en la obra
del escritor inglés no encontramos una sola palabra que muestre simpatía por el
pueblo. Shakespeare se colocó al lado de la clase alta; sus dramas son
esencialmente aristocráticos. «Cuando introduce en escena a burgueses y hombres
de pueblo —dice Gramsci— los presenta casi siempre en forma despreciable o
repugnante, los convierte en tema de burla». La opinión de Tolstoi a este
respecto ¿estaba correcta o el ruco la cagó? Como dirían los chilangos: sí y
no. La crítica de Tolstoi no fue elaborada desde una perspectiva estética, o
sea literaria, sino desde una vertiente moral. El autor de La guerra y la paz
criticó al Shakespeare pensador y no al Shakespeare literato.
«Todo lo que escribo está cargado de dinamita. Mientras tenga fuerza y entusiasmo cargaré mis palabras con dinamita. Sé que mis verdaderos enemigos, los tímidos y los arrastrados, no se enfrentarán a mí en un combate justo. Sé que la única forma de entrar en contacto con ellos es alcanzarlos desde dentro, por el escroto, tiene uno que subir por dentro y retorcer sus sagradas entrañas» Henry Miller
4 de julio de 2013
una critica rompedora de madres
Una «crítica» ejercitada con balizajes estrepitosos
es la que yo me impongo; una critica rompedora de madres. Se trata de combatir
el carácter trascendentalista y epifenoménico del discurso mamón y pendejo que
abunda; despojar de su abstracción esa retórica hueca, frívola y mezquina que
repiten los promotores y los agentes publicistas del establecimiento cultural oficial
y empresarial y ofrecen como panacea absoluta de la engañosa libertad de
expresión; hipérbole de la humillación y la segregación cultural. Palabrería
encubierta como un mojigato remedo de la tradición estética y artimaña del
superego despiadado y del conformismo social disfrazado de erudición postiza.
Por otra parte, hay que evitar los trucos del amiguismo y las estrategias de
socialización. Aunque esto, a mí ni me va ni me viene.
los intereses de las clases dominantes
La coerción, la mediatización y la imposición de
valores inicia en los niveles superestructura les de la cultura. Los proyectos
culturales adquieren connotaciones políticas casi imperceptibles que refuerzan
los bastiones del poder. Si la cultura se ha de entender como sociedad
(capitalista) de relaciones pervertidas y sublimadas, entonces los
intelectuales, desde el punto de vista ideológico, son coincidentes con los
intereses de las clases dominantes. A un manojo de mitos que son una serie de
contradicciones le intenta dar el nombre de uniformidad cultural. El punto de
arranque para toda consideración histórica-cultural sigue siendo la
mistificación y la falsedad, degradación de las cualidades creativas del arte
en el más ruin discurso escolástico.
En el inmenso tejido de los acontecimientos
"Me reconozco en las pequeñas cosas y las pequeñas vidas sin residuos de historia. En el inmenso tejido de los acontecimientos, de los gestos y de las palabras de que está compuesto el destino de un grupo humano. Prefiero quedarme, a riesgo de perderme con ellos, con el gesto y la palabra y no con el resumen, el hito o la pauta. Y acaso parte del compromiso o de la tarea consista en eso. En contar una historia de los hombres y no la Historia a secas." HAROLDO CONTI
la mistificación y la falsedad
La coerción, la mediatización y la imposición de
valores inicia en los niveles superestructura les de la cultura. Los proyectos
culturales adquieren connotaciones políticas casi imperceptibles que refuerzan
los bastiones del poder. Si la cultura se ha de entender como sociedad
(capitalista) de relaciones pervertidas y sublimadas, entonces los
intelectuales, desde el punto de vista ideológico, son coincidentes con los
intereses de las clases dominantes. A un manojo de mitos que son una serie de
contradicciones le intenta dar el nombre de uniformidad cultural. El punto de
arranque para toda consideración histórica-cultural sigue siendo la
mistificación y la falsedad, degradación de las cualidades creativas del arte
en el más ruin discurso escolástico.
El quehacer intelectual ya no tiene sentido ni ubicación precisa
Los culturosos ya no sirven a la cultura, sino que
se sirven de ella. Subsiste en el fondo una sociología de difusión del engaño,
un rótulo anfibológico con el que se pretende seguir contrabandeando los
simulacros de capilla y cofradía en un pueblo de ignorantes y desposeídos, una
simulada idealización del problema cultural en manos de ilusos que, vanamente,
creen que pueden hacer lo que los políticos no hacen. El quehacer intelectual
ya no tiene sentido ni ubicación precisa, se ha descongestionado. Y el cambio
de intención que antes era un fin, hoy es un medio. Y la vida culturosa es un
banquete o una inanición. Y más ahora que hay portentosa hambruna de artistas,
intelectuales y promotores independientes.
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