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Mostrando las entradas de septiembre 23, 2012

Yo siempre he dicho que no soy mujer para un sólo hombre

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Acongojada y enciscada por tales vituperios, Raquel le escribe una carta a una amiga, pidiéndole algún consejo al respecto. —Uuuhhh. Ni que los putos huevos de ese cabrón fueran dos pepitas de oro —le contesta la amiga—. Lo que debes hacer es olvi darte de ese pendejo, amiga. Ya llegará a tu corral un gallo al que sí le gusten las tipas como tú. Ahora, de lo que me comentas en cuanto hombre se te insinúa te olvidas de tu esposo y te vas a la cama con el fulano que te pide las nalgas, si eso te hace feliz no te mortifiques ni te compliques la existencia, gorda. —Pues sí.. Lo que yo hago es darle vuelo a la hilacha que solamente se vive una vez. —Exacto. ¿Qué culpa tienes tú que tu marido sea un sempiterno pendejo de huevitos tibios y tú, una fogosa? —Yo siempre he dicho que no soy mujer para un sólo hombre. —Así es. Además eso tu esposo ya lo sabía y lo aceptó, ¿porqué hasta ahora salió con esos estúpidos reparos? —Ya ves cómo son de posesivos estos cab

hasta el más cabrón la caga

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fe de la especulación  - ya lo dijo Sartre: toda técnica de la escritura  conduce a una técnica metafísica o sea que hasta el más cabrón la caga
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La ignorancia es una maestra indiscutible, dominada por las virtudes tontas más elementales. ¿Qué es el pudor? Vergüenza, recato, timidez. O lo que quiera el impúdico que no tiene recato en todo aquello que se refiere al sexo. Pero aquí las partes pudendas  equivalen a miembros genitales,  a pornográficas peroreras de incontinencia carnal, a la execrable disposición de meter la polla en un coño y a otras majaderías de menor renombre.

una hambre de sexo más cabrona que la de un maestro de escuela rural

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La ruca traía una hambre de sexo más cabrona que la de un maestro de escuela rural. Ya estaba a merced de la fiera lasciva, y en tal coyuntura le declaré mi admiración y deseos a la usanza romantiquera, y cuyos versos son los flecos de los calzones de Cupido (verbi gratia: señora de hermosura sin igual, envidia de las flores; qué tentación de besar sus labios...). Trabajada así la víbora no hay acción que no siga a las palabras; al escuchar esta verbosidad de terciopelo, seda y tafetán. La ñorsa se estaba viniendo en mierda y se alucinaba en la edad de la pipiola; sentíase la novia de Corinto (bueno, eso digo yo; pero... ¿realmente se tragaría la borrasca?; por lo que aconteció después, yo lo dudo). De cualquier manera, algún efecto debe haber causado el ribete de sainetes, porque ateniéndonos a un adagio quevediano, no hay mujer, por vieja que sea, que tenga tantos años como presunción.