La comadre Liz Algrávez debería de comportarse educadamente y bajarse un poquito de la demagogia para evitar que sea mayor el desprestigio que se carga. Es cosa ya de desvergüenza comparar al Gilberto Licona, partidario de la inoculación mediocre de la literatura, con el «yo trascendental» de un Paul Verlaine, de un Guillaume Apollinaire, de un Vicenzio Cardarelli o de un Camillo Sharbari. —Y bú squenle la cuadratura al círculo y verán cómo terminarán con la chompeta reseca y con una especie de baba jabonosa escurriéndole de sus bocas. Leamos un fragmento de esta ñorsa que ya es considerada como la hada madrina de las letras liconianas (pero... por favor, no se rían; guarden compostura): «Son textos que pudieron florecer bajo la noche de Paris hace 50 años, y bajo la noche italiana hace 100 años, pero nacen aquí, es esta ciudad, sin falsas pretensiones, en donde Gilberto Licona no pide el jardín del edén, sino vivir en un jardín menos jodido, sus metáforas para cantar el sueño de