Parapetado en su cofradía «Existir» y editando, desde hace dos-que-tres lustros, una revistita en la que publica una seudoliteratura que parece ser anterior al Gilgamesh (cuyos correctores y redactores, como diría don Ramón Villaamil , tienen peor ortografía que un perro), Gilberto Licona —a la orden de una mendicante lírica, y sabedor de que no hay tradición literaria y cultural en este culo de San Diego—, con balidos que no llegan al ínfimo nivel de calidad estética, se ha llevado al baile a más de dos generaciones de escuelantes de la carrera de literatura que aspiran a convertirse en poetas o literatos. En su inveterada miseria cultural, algunos cuantos, y a duras penas, han logrado ser portadores de cierta parcialidad seudoestética o protoliteraria. Y, amparados en una chirle profusión sentimental y una emotividad deslavada, se han adjudicado la etiqueta de poetas, y son todo lo contrario. Rotos los hilos que le daban a los poetas el sentido de orientación, la gárrula ...