EL GILBERTO LICONA Y SU COFRADÍA «EXISTIROSA»
Parapetado en su cofradía «Existir» y editando, desde hace dos-que-tres lustros, una revistita en la que publica una seudoliteratura que parece ser anterior al Gilgamesh (cuyos correctores y redactores, como diría don Ramón Villaamil, tienen peor ortografía que un perro), Gilberto Licona —a la orden de una mendicante lírica, y sabedor de que no hay tradición literaria y cultural en este culo de San Diego—, con balidos que no llegan al ínfimo nivel de calidad estética, se ha llevado al baile a más de dos generaciones de escuelantes de la carrera de literatura que aspiran a convertirse en poetas o literatos.
En su inveterada miseria cultural, algunos cuantos, y a duras penas, han logrado ser portadores de cierta parcialidad seudoestética o protoliteraria. Y, amparados en una chirle profusión sentimental y una emotividad deslavada, se han adjudicado la etiqueta de poetas, y son todo lo contrario. Rotos los hilos que le daban a los poetas el sentido de orientación, la gárrula boba, los irresponsables afeites seudolíricos y las burdas fablas de palabrería insulsa, pueril, machacada de boludeces y lugares comunes, se trabucan en poesía.
—Confusa aglomeración de letreadores que hacen más insignificante la personalidad del poeta.
En parágrafos de articulejos anteriores he anotado que la mayoría de los poemarios que ha publicado el «Proyecto Editorial Existir» que el batillo regentea, exhiben poca o nada de consistencia estética, textos que son un rejuego de desperdicios poéticos y no llegan a constituirse en trabajos literarios de mediana calidad. Desde el punto de vista estético, sus publicaciones no ofrecen algo más o menos decente en el plano de lo lírico; resalta la orfandad de impulsos creativos, son materiales expresivos que no tienen verdadera poeticidad y se hayan afectados por el facilismo huero, la imprecisión, la espontaneidad y la banalidad.
Casi todo el arsenal dizque poético que detenta la empresa del Licona es deficiente y ligero; intrascendente y sin virtud. Basura de poemas en los que permean el mal gusto, la cursilonada y la incompatibilidad con las musas. La capilla liconiana selecciona los trabajos a editarse y no distingue entre aquello que es auténtica poesía y lo que apenas es un soplo de lirismo.
La empresita «Existir» publica libracos cargados de burundanga, solipsismo, sensiblerías baratas, desvíos léxicos y efímeras patochadas. Apilando palabrería y media en supositorios seudoculturales, degradan moral y estéticamente a quienes sí son verdaderos poetas.
Pero qué les importa, pues si el Jaime Cháidez, portando falsas credenciales, se ufana de ser un periodista y promotor cultural, los liconianos se consideran unos iluminados poetas, solamente porque escriben algunos versitos estúpidos y confusos, poemitas tristemente idiotas que, por su oligofrenia mamona pudieron ser barruntados por cualquier plomero o lozetero del fraccionamiento Santa Fe o por cualquiera de los trapeólogos que clinea los pasillos de la UABC.