independencia que no quebranta la dependencia edípica entre los grupúsculos cultureros y el estatuskú



Dice  el  master Pepe  Revueltas que  la independencia es la conciencia de ser independiente, conciencia que no se adquiere sino por la acción. Una clase es independiente, entonces, en tanto tiene conciencia de que la acción ha sido suya y de nadie más, y de que, al tomar conciencia de tal acción, luego existe como esa clase determinada, en y para sí misma, dueña de un cierto número de fuerzas y recursos para actuar» [Escritos políticos, Obras completas, página 110]. 

Y ¿cuándo llegará la hora de asumir la verdadera condición de fulanetes independientes? «Cuando cada hombre —dice Henry Millerpor fin comprenda que nada debe esperarse de Dios o de la sociedad o de los amigos o de tiranos benevolentes o gobiernos democráticos o de santos o de sabios, o incluso de lo más sagrado de lo sagrado, la educación, cuando cada hombre comprenda que tiene que trabajar con sus propias manos para salvarse, y que no debe esperar misericordia, entonces tal vez… ¡Tal vez!» [Carta abierta a los surrealistas dondequiera que se encuentren]. 

Pero aquí, escritores, periodistas, artistas y promotores independientes se entregan en cuerpo y alma a los poderes proteicos del ogro filantrópico, copiando la voz rectora del establecimiento cultural oficialista y actuando en la misma dirección abstracta; esto es, en la repetición mecánica de las fórmulas estatistas y los arquetipos corporativitas de Júmex, Nestle, Televisa, etcétera. Por tanto, calificarse como independientes no es más que una estrafalaria ocurrencia, pues la significación precisa y exacta de tal adjetivo es escurridiza, se les escapa y se les disloca de su objetividad. Es un dulce lirismo que no mortifica la salud mental a la hora de las relativas ligazones, cuando se bambolean las mamilas de la vaca presupuestal.

 La categoría sociológica de independiente aquí no se sitúa fuera del sistema, fuera de sus adhesiones, y hasta tiene un valor provisional, eventual; se toma, se deja y se vuelve a retomar. Se trata de una independencia que no tiene sentido de oposición, es decir, de negatividad como el modelo hegeliano. O sea, es una independencia pero con subyugamiento. Es la inversión del diálogo de Sócrates en el que sus interlocutores no actúan por cuenta propia, una independencia que no quebranta la dependencia edípica entre los grupúsculos cultureros y el estatuskú. Sus objetivos, sin práctica conflictual, se cohesionan a la sombra del poder en una razón de concordancia que se define como una dicotomía conciliadora entre los «ellos» y los «nosotros».

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