JUAN MARTÍNEZ / EL POETA QUE ARRASTRA LAS PATAS [O LA AFABLE MELINDRERÍA DE LO QUE NO ES POESÍA]

Más que poeta, este charanguero posee el egregio mérito de ser un besamanos, un chupapollas y un zampaboñigas.




Vertedero de cretinadas

Por Éktor Henrique Martínez



JUAN MARTÍNEZ / EL POETA QUE ARRASTRA LAS PATAS
[O LA AFABLE MELINDRERÍA DE LO QUE NO ES POESÍA]



SIEMPRE EL DIABLO LE DISPUTA A DIOS SU CARNE


De la misma manera en que aparece la mueca fea en el instante posterior a una sonrisa, y aunque suene paradójico, en el acto poético de la libre creación también puede haber una restricción deliberada que echa por tierra la proclamada invención sin límites que se pregona. Me refiero a la capacidad de fingir la afición hacia lo bonito, hacia lo suave; poniéndose la máscara de lo afable y el disfraz de la melindrería, los buenos modales y el trato social exageradamente refinado, modoso y lisonjero. Y en esa facultad de “vibrar”, el Juan José Martínez de la Cerda se pinta solo; y al erguirse en poeta —que arrastra las patas— se coloca la careta de la credulidad y el postizo de un ser tiernamente humano en el que deviene la sublime “inspiración”, claro está, de sensaciones abstractas y con sus correspondientes disimulos, fingimientos y reservas mentales. [1]

—Posturas forzadas de la ñoñería y del retraimiento, artificialmente maquinadas desde los fueros de la hipocresía.

Pero... como en el bien se deja ver el mal, el Diablo le disputa a Dios su carne y, más pronto que tarde, se descubre el tarascazo, el moretón en el cachete de la virgen, el jedor de la carne podrida, el orificio de la puñalada trapera, la miseria moral... la neta del planeta.
Y es que nuestro invitado hace —tanto de saliva como de grafías— constantes alusiones a las bondades del espíritu, a la generosidad espontánea, a la ternura humana, a los valores positivos y a las buenas costumbres; pero todo eso es caterva de palabrería insustancial, blofería de patán que en sus relaciones conyugales suple el cortejo con la brusquedad del macho; y que se alebresta cuando su pareja —en turno— menciona los derechos de las mujeres. Entonces las estridencias ya no suenan con tonos y semitonos de cadencia poética; detrás del arrobamiento decoroso se halla el vituperio de doble filo y, en lugar de una compensación de elogios, la esposa recibe jiricuazos entre cachete y oreja; le grita «¡fuckenbicht!» ¿Y ella? Inexpresiva, sirvienta conformista y con la autoestima medio muerta. Y el culero, despótico no sólo con la segunda esposa, también fue tiránico con la primera guaifa.
Ambas muchachas se pasaron y desperdiciaron algunos años de sus vidas en degradante servilismo (tres: la primera y la segunda: ocho), soportando las pujas de humillación y maltrato del poetastro, trabajando para mantener al zángano y marchitándose tras una rutina soporífera entre el «ir-y-venir» de Tijuana a San Diego; limpiando patios, lavando platos y misereando en restaurantes. Mientras el hombre, bregando sus prestigiosas tareas, atendido y mimado por una esposa-segunda-madre; y él, tan satisfecho en su edípico retorno.

En otros tiempos y circunstancias eran otros los detalles que el mantecoso poetastro anunciaba en el proemio de su vitrina bloguera denominada «Letras de cactus» [http://deljuan.blogspot.com/]; cuando su alma todavía era presa de vapores pasionales.
Tripeen:

«Letras de Cactus ©2004 Poetry with a Mexican accent • Juan José Martínez, poeta y traductor, vive en Playas de Rosarito con su esposa y sus hijos. Y es muy feliz. E-mail soldecactus@yahoo.com»

Tortuosidades del amor y humanidad mutiladora. Es «el poeta que arrastra las patas» de la índole de aquellos que aman de a mentiritas. Esa felicidad fue una impresión pasajera, una emoción que duró muy poco.

«Letras de Cactus ©2009 Poetry with a Mexican accent • Juan José Martínez, poeta y traductor, vive en las Playas con sus hijos; en una esquina de Latinoamérica. E-mail soldecactus@yahoo.com»

Si el infeliz, que antes vocingleaba ser muy feliz, es de muy poca pupila para guipar lo que ocurre en el mundo, entonces que no reprima sus impulsos y descargue en sus ventorrillos poéticos todo aquello que trae metido en las entrañas. Que pague su gasto y se deje de pedanterías y de bobadas, que aquí no caben disimulos ni farsas de atildadas emociones. Que escriba una poesía honesta y sin pañoletas de halagos a las prójimas.

— Porque ni como poeta es lo que aparenta; y como cabrón, tampoco.

Y, en efecto, este cachafaz de la literatura enana ha sido escribiente de versitos pachudos desde que tenía la edad de veinte años y, en ese ínter, con cuarenta abriles y mayos encima de su calaca, no ha mostrado un ápice de evolución en los cuadriles de las letras, a pesar de las jactancias que escupe para hacerse notar en la rueda de la existencia. Y, saleroso, pretende engatusar con la terne soflama de poeta y traductor. Pero lo cierto es que no tiene actividad alguna de provecho; se distingue por su pasividad, conchudez y por ser un «bueno-para- nada». [2]

Sus piececitas subliterarias que, en conjunto homogéneo, no valen como arte pero bastan para recordarnos y dar fe que, hoy en día, cualquier pendejo puede hacerla gacha y figurar como poeta.

ME VOICI, IMBÉCILE, IGNORANT
PERO TU MACHÁCAME EL CORAZÓN CON PENDEJADAS


Fingiendo una elevada «ascesis», el Juan José Martínez de la Cerda—mejor conocido con el motete del «poeta que arrastra las patas»— señorea cretina y estólidamente que la güevonería y el parasitismo deben perdurar en comunión permanente con la poesía (o, mejor dicho, con la fístula de cursilerías que este gordo mantecoso considera que es elocuente poesía). Y cada mañana, al despuntar el alba, se confiere él mismo las virtudes cardinales de un «superego» lírico; y que, en realidad, se trata de un autodistanciamiento de la conciencia para paliar sus propias culpas y sublimar (aplastar) las pulsaciones de un superyó edípico. [3]
Dicho en términos escuetos, lo anterior supone que para autoconsumarse en divo de la «poetiada» se requiere la condición de zángano. Y claro está, también es necesario escribir versitos inocuos e inofensivos y crearse “valiosas” amistades de literatuelos de similar corte y confección (igual de ambiguos, pandrosos, gorrones, oportunistas, cobardes y lambiscones). Todo sea para diferenciarse de los demás y adquirir réditos simbólicos (popularidad, prestigio, apoyo), diluyendo la contingencia histórica y viviendo en un estado de interdicción política. Pero con objetivos muy precisos, tendientes a transformar en privilegios sociales y estatutarios su condición de lúmpenes y seres improductivos. [4]
Nadie puede negar el éxtasis que experimenta «el poeta que arrastra las patas» cuando, en tertulias y centros de reunión social, se foguea con tipazos como el Bruno Ruiz, el Rafa Saavedra, el Erasmo Katarino, el Luperco Castillo Udiarte, el Tijuana Gringo, el Juan Carlos Reyna (a quienes, antes de obtener membresía en el forúnculo «Apancho y laurel», no bajaba de batos vergueros, mecos y puñeteros) o con excelsas poetizas como la Aída Méndez o la Petra Bonilla (y a quienes, antes de obtener la membresia de «apancholaurelero» no bajaba de viejas piratonas y putañeras). Más que poeta, este charanguero posee el egregio mérito de ser un besamanos, un chupapollas y un zampaboñigas. Y desde que se convirtió en un detractor de «El Charkito», la «práxis» de su apostolado —de arribismo ideológico-político y repugnante justificación de doble moral— se ha desarrollado casi al último extremo como una especie de «causa sui» de sus propias actitudes (políticas, religiosas, morales, estéticas), perfiladas en deslealtad, charlatanería, oportunismo, pusilanimidad, exacerbada lambisconería y demás lacras y patologías.

—Como quien dice, todo un gañan que no respeta ni cumple los sacramentos que jura en voz alta.

Y en cuanto a los dizque poemas que escribe, los fundamentos de su lirismo son muy angostos, la forma literaria descuidada y los versitos que contienen se hayan alimentados con la culequera más deslavada del romanticismo. En vuelco de sensiblería, el poetastro junta las palabras y va escribiendo lo que se le viene en mente; y, así, por medio de notitas descriptivas, producto de sensaciones visuales y boberías que lo turban y lo emocionan, se ciñe el objeto de la lírica. [5]
En definitiva, se trata de composiciones hinchadas de naderías y de cursilerías extremadamente patéticas.
Guachen el baladro de quinterías que enseguida copio:

MEJOR

los relámpagos
de tu hermosura
me han dejado
moribundo

destellos de belleza
coros del cielo
que anuncian tu destreza
movimientos celestes
fotos con el flash del mundo

cuando miras
el cielo
se ilumina con tu sonrisa
y la noche parpadea
como un ciervo sorprendido

los canes aúllan y yo
prefiero contestarles con silencio

Juan Martínez
http://deljuan.blogspot.com/


—¡Ay, miren cómo le salen los versitos al pillete!

¡Pero qué tontería! Ahora resulta que dejan también yertos de moribundez, no solamente las acciones de los sicarios, de los matones, de los maridos golpeadores, los accidentes automovilísticos, los atropellamientos, las picaduras de alacranes, las enfermedades y las guerras, sino los «relámpagos de la hermosura». El refitolero debe haber sentido que esos «relámpagos» de «hermosura» le picaban el corazón, le tostaban la mollera, le quemaban el rabo y casi lo mandan a velorio. La belleza inextricable es la que está a punto de causarle la muerte al cachichán hacedor de triviales versitos; «los relámpagos de tu hermosura me han dejado moribundo». Y esparciendo estos vahos se llega a ser poeta: «destellos de belleza», «coros del cielo», «movimientos celestes» y gua-gua-guá.
Y entre todo ese chorizal de lugares comunes, ni guiñapo de auténtica poesía que sirva para cubrir el alma; únicamente pellejuelos de puerilidades; síntomas de un trabajo poetizado muy a la brava, de tonalidades y ritmos baratos. No hay manera de engañar a la poesía, a su fuerza contenedora no se le enmascara con expresiones verbales de una voz falsa e imitadora y en la que no subiste un mínimo de dirección en el sentido de la disposición que debe tener un buen poema. Pero aquí la transfiguración lírica, injertada de misticismo, estalla en incoherencias soltadas a boca-jarro: «cuando miras / el cielo / se ilumina con tu sonrisa / y la noche parpadea / como un ciervo sorprendido».

—¡Qué maravilla! El símil habla de un «un ciervo sorprendido» que «parpadea».

Habrase visto semejante idiotez; ésa de que un ciervo sorprendido (y, por ende, asustado) puede parpadear. La saturación emocional encara lo que la razón debería de dictarle a la conciencia; pues, ni el venado, ni la gacela, ni el ñu, ni el conejo o la liebre, estando en tal situación de “sorpresa” no puede reaccionar parpadeando ante tal estimulo.

—A veces, ni siquiera las chamacas de mirada pizpireta hacen eso; se quedan pelando tamaños ojotes. Pero... en fin. Pasemos a otro rollo.

De los arcanos de la confusión surge un mundo de «hiperconciencia», un espíritu que se potencializa como objeto (una sonrisa hace que el cielo se ilumine y que la noche parpadee); transposiciones sin fondo real, signos de negación como determinaciones arbitrarias de un mecanicismo metafísico que muda a idealismo místico platónico, y viceversa. Se trata de un círculo viciosamente repetitivo en el que, instantáneamente, el objeto pasa a ser sujeto (la noche que parpadea) y luego el sujeto se convierte en objeto (la hermosura que deja moribundo), y así sucesivamente.
Además de un zaratán de cursis miriñaques y zalamerías chabacanas, ¿qué se ofrece con esas imágenes? Un extrañamiento del hombre que, como poeta (y que arrastra las patas), ensimismado por la inercia de sus sentidos, por la conciencia enajenada, acaba expresando solamente las fantasías e ilusiones de un paraíso enajenado. Y esta enajenación de los sentidos, en términos de «ensimismamiento» —afirma el máster Revueltas— no únicamente se refiere a la incapacidad de inteligir, sino a la imposibilidad de activar la imaginación real de los sentidos; siendo «el acto que permite transformar la memoria en una creación libre del espíritu: una sinfonía, un poema, una ciudad; imaginación que «ha sido realmente mediatizada por la ilusión sensible de un conocimiento extraviado en las cosas, y él mismo cosificado en ellas» [José Revueltas, Dialéctica de la conciencia, en Obras completas].

El último berrido del poema finaliza con este coto de debilidad mental: «los canes aúllan y yo / prefiero contestarles con silencio». Pobres perros, ni golpeando la puerta van a hacer atendidos. Es más, ni siquiera ejerciendo la «perrogativa» constitucional —que establece el artículo 8 como derecho de petición— van a recibir respuesta.

—O sea que el bato canta con voz sorda.

Un hombre que no tenga güevitos y dignidad en el momento preciso de retachar copa, fácilmente puede convertirse en objeto de desprecio y ridículo; porque contestar con silencio, consabido está que significa no contestar

—Y, a propósito, esos perros, tú; ¿no serán «Luzbel» y «Belial»?


DESFIGURACIÓN DEL TALENTO Y LA IMAGINACIÓN ARTÍSTICA

Estando los asuntos de la poesía como ya se ha ha visto que están, he aquí lo que es pertinente hacer, y esto lo vuelvo repetir una vez más: avocarse con una crítica despiadada de las estrecheces, lacras, melolengadas y contradicciones que vive la culturosada local. El arte impele a trasmitir calidad, pero aquí no hay linaje estético. Más que expresiones y productos del arte lo que se contrabandea en los círculos, agrupaciones e instituciones dedicadas a tal menester, parece una vengadora desfiguración del talento y la imaginación artística. [6]
Seamos testigos de las altas efusiones que barbotan de este genio creador y cuyos principios y presupuestos estéticos (por llamarlos de algún modo) provienen de la precariedad, la ligereza y de la conciencia del desorden.

PISTA

tu calma
tu más fuerte virtud
tus manos
esquinas de mi alma

tus ojos se enfocan
para discernir el futuro
porque la mitad
de tu sonrisa es americana

la energía de tus pensamientos
puede plantar ciudades
modificar nubes
mostrar los secretos del corazón
desatar los ayes del día
alas de palabras
que no dejas despegar

Juan Martínez
http://deljuan.blogspot.com/

—Pero eso no es poesía, son únicamente signos de fugaz abstracción en el cerebro.

Y, efectivamente, en su sentido total no vale como expresión del arte. Si acaso, como partículas de símbolos que ya no encajan en los niveles de lo real. Ni un germen de originalidad creadora se vislumbra en cualquiera de sus piececitas subliterarias que, en conjunto homogéneo, no valen como arte pero bastan para recordarnos y dar fe que, hoy en día, cualquier pendejo puede hacerla gacha y figurar como poeta.

Este cachafaz de la literatura enana ha sido escribiente de versitos pachudos desde que tenía la edad de veinte años y, en ese ínter, con cuarenta abriles y mayos encima de su calaca, no ha mostrado un ápice de evolución en los cuadriles de las letras.


NOTAS
[O GÜEVOS DE COCHI]


1.- «El poeta que arrastra las patas» se coloca la careta de la credulidad y el postizo de un ser tiernamente humano en el que deviene la sublime “inspiración”, claro está, de sensaciones abstractas y con sus correspondientes disimulos, fingimientos y reservas mentales. Y ¿porqué le dicen «el poeta que arrastra las patas»?, preguntará algún lector curioso. En un capítulo de la blognovela «REGÜELDOS TERTULEROS O LA DEFORMACIÓN DE LOS HÉROES LITERARIOS DE LA FRONTERA NORTE DE MÉXICO» [http://elcharkitoencuentontos.blogspot.com/] se abordará con detalle la peripecia que le costó al bato ganarse dicho apelativo.

2.- «El poeta que arrastra las patas» se distingue por su pasividad, conchudez y por ser un «bueno-para- nada». Y, además, por ojete y gandalla. Desgarbos que se acreditan por el hecho de que aún quiere peregrinar en las reminiscencias de lo que fue la primera versión del blog «El Charkito» [http://elcharquito.blogspot.com/]. No sé si para joder o pararse el culo (¿de qué). Ese blog no le pertenece y descaradamente se lo ha apropiado. De mi parte no tiene ninguna «concesión» o anuencia para que disponga del referido blog y, si acaso le queda una pizca de decencia, lo que debería hacer es eliminarlo y quitar del perfil su foto con cara de puerco afeminado, que ha posteado junto con otros datos.
Las veces que le he requerido que elimine dicho blog, el cabrón (me imagino que poniendo su pinche carita de «metanmelatoda») se hace pendejo o responde con suatadas y ligerezas que no vienen al caso (prueba fehaciente de su duplicidad oral). Supongo que de esa manera instaura el código ético que servirá de modelo en la educación de sus hijos. Bien dicen que los hipócritas no sirven a Dios, pero se sirven de Dios para engañar.

3.- El autodistanciamiento de la conciencia para paliar sus propias culpas y sublimar (aplastar) las pulsaciones de un superyó edípico, en el caso del «poeta que arrastra las patas», cabe destacar que la hipótesis concerniente a la teoría de la glorificación del útero materno (como refugio de protección y seguridad para el hijo divorciado) no se apoya simplemente en la configuración somática de corte froidiano, sino que se descubre en la recargada holgazanería que padece como megagüevonazo el poeta que arrastra las patas. Es por ello que el bato permanece en el hogar de su jefita, lejos de las labores agotadoras, pordioseándole el «güélfer» que la doña recibe de los Yunaites. Y el poeta arguye que su ascenso al alto escalafón de la güevonería se justifica en términos de las necesidades poéticas. Convencido de que hay que concederles prioridad y, por supuesto, saber encontrar tiempo para algunas bebidas, antes y después de la veladas literarias y recitales poéticos en cafetines o chupaderos.

4.- «El poeta que arrastra la patas» encontró minuto preciso para pelar la pava y, tomando distancia de las convicciones ideológicas y credo político, intenta acomodarse —como buen chupapollas— en el «yetzet» culturero tijuanaco, creyendo que así logrará un “éxito” artístico.
Véase al respecto el Vertedero de cretinadas intitulado «DIARREA POÉTICA DE APANCHO Y LAUREL».

5.- El poetastro «que arrastra las patas» junta las palabras y va escribiendo lo que se le viene en mente; y, así, por medio de notitas descriptivas, producto de sensaciones visuales y boberías que lo turban y lo emocionan, se ciñe el objeto de la lírica. Su poesía es producto de sensaciones visuales, una especie de proyección utilitarista (para no decir catarsis o purga espiritual) de la inconciencia, una lirica de extracción enteramente impresionista, pasiva, sin fuerza, demasiado descuidada en lo que debieran ser sus registros estéticos. Como poeta, el bato, cuaja una lirica en la que no hay canto ni tampoco narración, únicamente describe en su sentido más escueto, una prosa vertical que parece haber sido despachada como si fuera un tíket salido de una máquina registradora de algún supermercado. Si acaso algunas piezas trascienden, se debe solamente al valor técnico de la imagen, expresada no por la economía de la metáfora sino por el simplismo retórico. O sea, por la pura exclamación rota y de medio pelo.
Y como la poesía ni puede ser ya definida y tampoco puede aprenderse por medio de tallercitos, lo que se hace entonces es cronopiar ocurrencias, perorar sensiblerías, asignándoles una falsa mácula estética, pero —eso sí— con mucha pretensión de onanismo intelectual, típico de los literatuelos mamones, comodinos, chapuceros y arribistas.
Véanse los Vertederos de cretinadas cabeziados como «PADRÓN ESTATAL DE POETAS DE LA BAJA CALIFORNIA» y «POESÍA COMO UN MONTÓN DE MIERDA».

6.- La literatura, bifurcada hacia el desprecio del ciudadano común y hacia la frustración del mismo escritor que no consigue proyección colectiva, es ahora un modo de expresión que estéticamente (o sea, espiritualmente) no aporta nada a la redención del la estupidez y su apertura crítica, si acaso la tiene, se exterioriza como un cliché. Y esta es, en realidad, la gran aventura de los hacedores de arte y productos culturales; sueñan con ser chinguetas y lograr un repunte de admiración al margen de toda disciplina y capacidad estéticas. Y los peores ejemplos los tenemos por trocadas. Son más que menos los escritores, pintores y poetas que sobrepujan la peor quincalla letrera, productos indignos y de apocada virtud, pero en un mundo regido por las apariencias, tales hechuras trascienden como si en verdad fueran auténticas obras de arte. Las mediocridades, las medias tintas y las insultantes cursilerías son las que se imponen de manera sucia y tramposa.
Véase el Vertedero de cretinadas «PREVARICATO CULTURAL Y BÁCULOS DEL MECENAZGO».

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