LA SIDHARTA OCHOA: UNA BOFERA DE LOS METATEXTOS


Vertedero de cretinadas

Por Éktor Henrique Martínez




LA SIDHARTA OCHOA: UNA BOFERA DE LOS METATEXTOS



«Creo que si fuera más latinoamericano,
Sería más yanqui.
Feel so proud,
Am i talkin loud enough?
Who the hell is oprah no sé qué?
Who the hell is lennon?
I like lennon
He is like the facha bueno».


Andrés Calamaro, Enola Gay



PIJOTERA DEL NEOESCOLASTICISMO METATEXTUALERO

Importándole poco que la gente los lea o no, la señorita Sidharta Ochoa se dedica a cocinar algunos eventuales y leves chambaretes en los que no hay evidencia racional de lo que afirma; tampoco ideas ni proposiciones cognoscitivas, sino únicamente intuiciones, datos desparpajados e inaprehensibles en la conciencia; signos y símbolos del «pluralismo irreductible de los juegos del lenguaje». Tres reseñitas suyas, y piezas de un mismo montaje metatextualero, así lo evidencian: «David Foster Wallace, el último metaficcionario», «Black Sun» y «El Fin de la Semiótica de Consumo», publicados en el templete papiresco de Eligio Valencia Roque los días 11 de enero, 26 de abril y 31 de mayo de 2009, respectivamente. [1]
En una especie de coliseo verbal, pero sin atender a la correlación de fuerzas históricas, la chamaca sustenta alianzas con su lenguaje, con nadie más. Son las nuevas posiciones políticas de los “escritores”; sus ideas globalizadoras se construyen con retazos y préstamos simbólicos; lo cual no es otra cosa que la contextualización global de la idea particular del grupo dominante. Es decir, el alto grado de la abstracción como ejercicio de control social. El aislamiento fatal infinito porque en el dominio de las relaciones sociales hay implícita e inconscientemente un reconocimiento a la impotencia; un acto de renuncia a los propósitos casi imposibles de lograr.
Guiado por la artimaña chapucera, el primer articulejo («David Foster Wallace, el último metaficcionario») es una tosca especulación cuya corteza blanda se desprende con el mínimo análisis crítico.
Ahora, hay que considerar que los textículos de la chamaca son experimentos primerizos a los que no se les puede exigir buti candela de talento o excelencia de forma.

«David Foster Wallace nacido en Ithaca, Nueva York el 21 de febrero de 1962 y autor de las novelas The Broom of the System (1987) Infinite Jest (1996) traducido al español por Mondadori, 2002, y los libros de relato La niña del pelo raro, Entrevistas breves con hombres repulsivos, Oblivion: Stories (2004) traducidos también al español por Mondadori, se quitó la vida en su casa en Claremont el pasado 12 de septiembre del 2008» [Sidharta Ochoa, David Foster Wallace, el último metaficcionario].

¿Y qué?; también se suicidaron Nikos Poulantzas, Mariano José de Larra, Guy Debord, José Asunción Silva, Marina Tsvetáieva, Attila József, Emilio Salgari, Unica Zürn, Virginia Woolf, Ernest Hemingway, Cesare Pavese, Stefan Zweig, Sylvia Plath, Reinaldo Arenas, Alejandra Pizarnik, René Crevel, Sandor Marai, Alfonsina Storni, Jack London, Yukio Mishima, Jacques Rigaut, Horacio Quiroga, Anne Sexton y Vladimir Maiakovski. ¿Porqué hacerla tanto de pedo por un suicidio cuando existen tantas formas impunes de acabar con las vidas? Además, esa manera de morirse es una práctica muy extendida desde todos los tiempos.

—Ya lo había dicho yo endenantes: la única manera de perfeccionar la vida es muriéndose.


«Sea quizá el primer escritor en recibir la etiqueta de muerte por depresión clínica. Víctima de una enfermedad: de la metástasis depresiva»
[Sidharta Ochoa, David Foster Wallace, el último metaficcionario].

Contando chismes, la chamaca ha de suponer que se convertirá en toda una filosofastra. Está comprobado que el bato se autorreventó con un soga atada al buchi porque era un sicótico (o porque quiso demostrar «holoflux» del perenne tiempo presente). Además, esa metástasis depresiva también acabará por partirles sus madres a todos los metatextualeros. Bien dicen que ninguno de los relativistas posmodernos tiene la decencia de declararse incompetente en cuestiones literarias. Si esto que digo no es cierto, ya lo será en su momento oportuno.
Lo que enseguida viene es una algarabía tan aparatosa como insignificante.

«La primera lectura que obtendremos de David Foster Wallace es propiamente mediática, lo compruebo en las reseñas y obituarios que leo. Mediática en tanto que la inteligentsia hip neoyorkina nos relata a un David de una intimidad que no queremos conocer. Wallace escribiría un artículo titulado Borges on the Couch una reseña sobre el libro de Edwin Williamson, ''Borges: A Life, ‘‘ donde se mostraba molesto de las biografías hechas a grandes autores; muchas veces la vida personal no tiene nada que ver con la obra que escriben y “ni remotamente esa persona que se nos muestra por el biógrafo pudo haber escrito los obras que admiramos”» [Sidharta Ochoa, David Foster Wallace, el último metaficcionario].

Espíritus alienados que se creen lúcidos porque albergan en sus atolondradas cabecitas la idea de que la literatura se disuelve en un siquismo colectivo confuso y difuso. Que tipas como la mentada Sidharta Ochoa sean nombradas como escritoras no es más que una tontería muy exacta. Rebasaría las barreras del pudor quien intentara explicar y entender qué cosa quiso decir la ruca al garrapatear que «la primera lectura que obtendremos de David Foster Wallace es propiamente mediática» (y «mediática en tanto que la inteligentsia hip neoyorkina nos relata a un David de una intimidad que no queremos conocer»). Cualquier ocurrencia que se filtre por los hilos del cerebelo: pechos sin brasier, peregrinos guadalupanos, méndigos retrógradas, relaciones entre historia y ficción, producto de mercado, universales oscuros.
El desgajamiento del «logocentrismo»; ¿dónde quedó aquella literatura como medio para ilustrar a la masa de ignorantes? La «regeneración espiritual» vasconcelista mediante la lectura de un libro «excelso» (La Ilíada, La divina comedia), el paternalismo literario de Luis Humberto Crosthwaite por la bella otredad del cholismo tijuanense. Un texto siempre genera más ideas que las ya incorporadas por el autor, pero aquí sucede lo contrario. Luego de amoldarse al perímetro ilimitado del irracionalismo, puede más el recurso retórico de la confusión textualera. Desinformación y escasa reflexión; la genialidad del escritor como accidente histórico.
Revisemos el estatus teórico o base lingüística reflexiva del caramancho que adoba la pequeña Sidharta.

«En una entrevista de Mark Costello, que fuera compañero de cuarto de Dave Wallace durante sus estudios en Amherst y con quien Wallace escribió Signifying Rappers: Rap and Race In the Urban Present; Costello presenta a un Wallace siempre al borde de la crisis, una figura patética que dependía de la aprobación, del reto constante a su profesores y que pasaba sus noches encerrado viendo la televisión, sobre todo a su regreso a Amherst después de ¨su caída¨. En varias entrevistas que se le hacen a Dave, se hace referencia a esta época oscura; se trata de una amenaza de suicidio que hizo durante sus años en la Universidad. La marca de la opinión omnipresente. También sería por Costello que Wallace pasó una noche en guardia psiquiátrica; ya que existe todo un procedimiento en las universidades norteamericanas si alguien hace alusión al suicidio. Costello aparece en el reportaje que hace la revista Rolling Stone como el amigo que interviene para salvarlo, toda la saña disfrazada de crónica de la bondad» [Sidharta Ochoa, David Foster Wallace, el último metaficcionario].

Unción de esnobismo y cursilería en la bóveda craneana. Una metamorfosis anafórica, homologación de las catáforas. Pobre mocosa, se siente portadora de un fenómeno literario que no comprende. En su relativismo pusilánime pretende renconciliar la estupidez con la inteligencia. Reivindicación unilateral de la creatividad; la relación entre autor y obra se realiza como un comportamiento puramente lingüístico, autónomo; es decir, sin una función comunicativa, práctica, toda vez que el lenguaje pierde su esencia connatural porque las palabras quedan fetichizadas en sus significados. La teoría lingüística ya no está dotada de poder explicativo.

«En otro tono Elizabeth Wurtzel autora de Prozac Nation: Young and Depressed in America: A Memoir (1994) y Bitch: In Praise of Difficult Women (1999) se une a la larga queja sobre la depresión como característica de los escritores que se encuentran en la cima; parece decir: ¨¿Ven? estamos tan llenos de insatisfacción que la vía ética es la muerte¨. Estos autores así como Wallace son parte de este grupo que se encuentra en sus cuarentas y que escribe para NYTimes, NYmag o Harper´s y que el mismo Wallace llamaría: la generación de los escritores ridículamente bien educados [Sidharta Ochoa, David Foster Wallace, el último metaficcionario].

En detrimento de la exclusividad pequeñoburguesa, esa «insatisfacción» no es propia de «la generación de los escritores ridículamente bien educados»; la encontramos como sinónimo de la palabra spleen (hastío o tedio de vivir), vocablo deslavado y manoseado en exceso por los escritores de ayer y hoy. Se considera un clisé de rancio abolengo. Antes de 1790, Tomás de Iriarte la insertó en uno de sus versos: «Es el spleen, señora, una dolencia / que de Inglaterra dicen que nos vino» [Poesías, 136]. Después que Charles Baudelaire lo dejó despellejado, muchos escritores y poetas contemporáneos han traslado el «esplín» a sus letras. El autor de Las flores del mal en otro de sus libros, «Los paraísos artificiales (Acerca del vino y el hachís)», emplea la palabra spleen como el estado emocional donde se descarga la bilis, la cólera, la melancolía o el rencor; y, precisamente, sus «Pequeños poemas en prosa» llevan el subtítulo de «El Spleen de París». Para Paul Valéry significaba un sentimiento ambivalente de amor y de odio. Amado Nervo también recurre a este clisé en una metáfora que elabora por vía de aposición: «Y tu spleen, niebla límbica, que haces...». Y así sucesivamente hasta el infinito.
Por lo que se advierte, la ruca necesita lecciones de claridad mental, pues designa un testimonio mediatizado de la realidad, reduciendo los procesos multiformes del desarrollo letrístico en descripciones banales y rutinarias.

«David Foster Wallace durante la década de los noventa había ya previsto el fin del posmodernismo en las letras, el exceso de formas que hipertrofiaba a la literatura norteamericana y su enfoque absurdo: una metafísica del vacío industrial. Dave Wallace fue precedido por el boom posmoderno, el boom “que rompe la narración lineal”, pues ¨la realidad es más compleja para ser abordada por los recursos tradicionales”. Infinite Jest está compuesta en gran parte por pies de página que se desdoblan ante el lector para darle la sensación de mera dificultad (o de mal chiste). Abismos de supuesta autoconciencia desplegados por una nota al final de la página» [Sidharta Ochoa, David Foster Wallace, el último metaficcionario].

Por apasionado capricho, o por complicidad con las fanfarronadas ajenas, uno acaba chutándose esta fritangas de que el «David Foster Wallace —durante la década de los noventa— había ya previsto el fin del posmodernismo en las letras» y que, según los asegunes de nuestra invitada, supone ser algo así como «el exceso de formas que hipertrofiaba a la literatura norteamericana y su enfoque absurdo: una metafísica del vacío industrial» (¡cataplop!). Declaraciones hechas al chilazo, ilusión por ilusión para darse el gusto de sentir que se escribe metacrítica literaria (o antiliteraria, según sea el caso). Ese referido «fin del posmodernismo en las letras» es un cuento que la Ochoa se viene tragando desde rato. Hay maneras de ser y no ser; he aquí una de tantas, como los perros Charles boy o voy a echarles los perros.
La plusvalía del egocentrismo se solaza, mientras la profesora Sidharta Ochoa aprovecha la ocasión para tirarse a babear estas chuchadas:

«Los recursos de la posmodernidad -recordemos que Norteamérica es su principal exportador- estaban acabados para la vanguardia gringa desde la década de los 90, Infinite Jest cumplió con este trabajo, los redujo al absurdo. No hablo de un absurdo kafkeano si no de un absurdo de índole estilística. ¿Cuánto tiempo más se puede hacer parodia de las limitaciones del realismo? ¿Qué importa que una escritura sea realista o no lo sea? ¿Esto la hace en verdad, más conservadora? Estas preguntas parece responderlas David Foster Wallace» [Sidharta Ochoa, David Foster Wallace, el último metaficcionario].

La pobre concheta habla de lo que ignora. Mejor debería sujetarse a la máxima clásica de no tirarse a chachalaquear sobre aquello no que conoce. Y súmele también la falta de circunspección literaria que ya es un lugar común en los textos de la follona reseñista.

«El chiste que no fue. El siguiente rebelde, el rebelde que Wallace propone es uno que muere al instante, el que se acaba con el primer uso. Es el rebelde que en el fondo es un conservador. ¿hasta que punto Wallace fue un rebelde de la escritura? Sus precursores fueron los escritores que llevaron teorías posmodernas al texto literario y el las llevó a su extremo. Este rebelde es un Oscar Wilde; un esteta sin autoparodia. La posmodernidad anuncia la unificación estética de la literatura, el pie de página como Brand, el nuevo rebelde no está interesado en ello, pues conoce su condición. Rechaza la experimentación como conditio sine qua non de la escritura. ¿La propuesta es entonces el regreso al realismo? Tampoco se trata de eso. Wallace no quería ser celebrado por posmo, o por hip, ¨quería ser verdadermante triste¨, dice en entrevista con Charlie Rose» [Sidharta Ochoa, David Foster Wallace, el último metaficcionario].

Fuera de todo apantallamiento para borregos y descerebrados, ¿esto es literatura? La primera marca de identidad es texto breve, lo «fractal», lo fragmentario; enseguida del desparpajo teórico aparecen los signos del relativismo moral (estético-cultural) y las palabras despojadas de su significatividad «estándar»; y, finalmente, el fetichismo discursivo, el texto sin sentido y la imitación de estilos, posturas y temas. [2]
El gran sistema de la retórica chapucera y la maroma mental es todavía una especie de patente de corso en el submundo de los literatos. Y es que detrás de esa palabrería confusa y enmarañada se esconde una forma esnobista de expresión discursiva. A la mina, le han tirado la cínica jugarreta de desdicha de que hay que ser literata; y, una vez convencida, la ruca se aficiona en bracear metatextos y poner las patas al cielo. Y es que detrás de esa palabrería confusa y enmarañada se esconde una forma esnobista de expresión discursiva. Y habrá quien la alabe o exprese satisfacción ante esa desbozalada incoherencia de la «paralogía», es decir, la discontinuidad, la fragmentariedad y los juegos de lenguaje del «pequeño relato», la minificción, el metatexto, el metadiscurso, etcétera. A lo largo del breve articulejo que garrapatea la Sidharta Ochoa subyacen los presupuestos de la «hermenéutica deconstructivista», en el sentido de concebir al texto «per se» como única fuente de significado, deslindándose su autora de todo contacto con el lector y generándose, por tanto, el contexto lingüístico, el cual no es histórico ni unívoco, sino de criterios multiformes, plurivalentes y polisémicos. O sea, «falacia de la intención», retórica encubridora y una especie de nuevo manierismo. La teoría como un juego epistemológico y nada más. Apología de la academia posmodernista norteamericana, y como diría el máster Eduardo Subirtas, «con sus intelectuales que celebran sus congresos dentro del hotel, que hablan un discurso críptico, supuestamente sofisticado, en verdad vacío, incapaz de un proyecto».



NOTAS FINALES
[O GÜEVOS DE COCHI]


1.-
Por poner un «botón» de muestra, ai tenemos al académico Alfredo Lucero Montaño, quien aplica la misma técnica que la Sidharta (más parecida a la de un truhán que a la de un escritor); y es otro singular ejemplo de lo que viene a ser un experto en «encriptar» patrañas. El bato, igual que la nalgona ya mencionada, recurre a una fraseología que ha perdido su capacidad conceptual y que carece de efectos multiplicadores porque se dirige a un particularísimo lector que solamente alcanza a «entender» la balumba lingüística a través de sortilegios o con auxilio de una máquina desencriptadora de mensajes ocultos. O sea, la eficacia significativa del «rollo» textual radica en la conjetura arbitraria de cada lector. Y, tocante a este menjurje, cabe decir que la nómina de «encriptadores» no es escasa, pues parece ser una prerrogativa del estatuto canónico. El máster Pepe Revueltas afirma que en el momento en que la razón se disfraza, parlando el lenguaje de Esopo, los filósofos han de convertirse en perros, caballos, elefantes o cabrones que hablan y piensan antropomórficamente a través de una «crítica» elusiva, indirecta, pusilánime y complaciente. Ascesis de escribir sin decir nada o puerta abierta al oportunismo, la doblez y la ambigüedad: el escritorzuelo, articulista o gacetillero, mediante imposturas y falseamientos, se sirve de dicho lenguaje; y cuando es llamado a moverse teóricamente, lo hace aplicando groseras fórmulas anfibológicas o lanzando lisonjas de filisteo con el fin de acomodarse u obtener la prebenda de rigor. De esa manera, su «crítica» merece ser leída o escuchada, se vuelve glorioso ejemplo y se acepta el meritorio discurso porque se ha desprendido del «núcleo racional» —transustanciándose en una «crítica-acrítica»— en la que prevalecen únicamente los raseros de la «superestructura emocional», de una conciencia vacía de contenido que opera con el puro entusiasmo o el optimismo. Entonces, se logra el propósito de que las palabras ya no digan nada. Como afirma Revueltas:

«Las palabras pierden por completo la significación que indican, como ocurrió con la ideología cristiana por los tiempos en que el agitador Savonarola intentó restituir las vaciadas significaciones a la pureza original de su antiguo contenido. La horca hizo pagar a Savonarola su osado proyecto de arrancar a la fe religiosa de su optimismo y complacencia ideológicos, y las palabras continuaron vacías» [Dialéctica de la conciencia, libro 20, p. 225].

Lo anterior ha quedado ya dicho y redicho en pretéritos Vertederos de cretinadas, por tanto, remito al articulejo «DE LA ESCUELA DE FRANFORT A LOS BALIZAJES DEL CANTINFLAS Y LA CHIMOLTRUFIA»

2.- Las teorizaciones de la señorita Sidartha Ochoa son un bochinche de impertinencias que no contribuyen a entender el fenómeno estético y lo que más importa: el hecho literario y que, por ignorancia o incomprensión, la pijotera escritorzuela lo desplaza de su ámbito y lo sustituye por el texto, creyendo que éste es objeto mismo; o sea, la esencia de la literatura, cuando —si bien es cierto— sólo se trata de un complemento. Para empachar a los lectores, procedo a reproducir dos metatextos de la maestra metatextualera, esperpentos que le han servido —cuando menos, dirá ella— para agenciarse una birroncha oficial que se traduce en mamarle el choto a la presupuestívora beca que otorga el estatuskú culturero y que la jaina, supuestamente, impugna, cuestiona e increpa con sus ráfagas de artero neoescolasticismo cuchupletero (véase: http://www.bajacalifornia.gob.mx/icbc/doctos/BeneficiadosPECDA2009-10.pdf)
«El Fin de la Semiótica de Consumo. Anunciando el fin llegó cierto estilo del pensar norteamericano: La semiótica de consumo. En menos de dos décadas los libros producidos por semiotas de la segunda generación se convirtieron en fragmentos de corte Baudrillard meets Terminator, anunciando la repetición de la semiótica norteamericana. El fin de quien anunció los fines. Un fin desprovisto de la tragedia que contiene el estructuralismo francés; siendo este su precusor. Un fin que no implica - en su inicio - la desaparición formal de dicho pensar.
La semiótica americana de consumo tendrá un marcado acento noventero y no podrá escapar a dicha marca del tiempo. Opera desconstruyendo la cultura en torno a una “cura” en la que los íconos - una mercancía- son eje de la vida pública. La vida íntima se conforma a partir de esta realidad simulada. El exceso de este pensar es la interpretación fatal de dicha simulación.
Terminator, Blade Runner, el sexo y la máquina, Eros y Technos enuncian la problemática del cuerpo que permanece separado de la conciencia - ¿de sí mismo? - por efecto de “la máquina”. Siendo la máquina el acontecimiento en el que la actividad mental supera brutalmente la realidad actual, corporal. La imagen bajo este pensar suplanta a la vida o cuando menos la satura. Y si, lleva a cabo un engaño perfecto, casi total.
A continuación tres pantallas.
Pantalla uno: Las masas, rigen.
Máximo Gorki el escritor del kitsch ruso asistió a una proyección cinematográfica con gran desilusión por la falta de colores y vida que encontró frente a si. Lúgubre, fue el adjetivo que utilizó. ¿Qué diría hoy Gorki del exceso de mensajes y color digital que puede contener la televisión? Diría que es una maravilla socialista. La dictadura afectiva del proletariado. El fin último de las masas semi escolarizadas.
Este comentario es efecto de mi tiempo, semiótico.
Pantalla dos: Al cristianismo le queda mucho tiempo.
Los símbolos sagrados sufren una metamorfosis terrible. El reciclaje que padeció la cultura grecolatina devorada por la vertiente oficial del cristianismo es casi irreversible. El Hermes pagano se vuelve el Buen Pastor. Lo divino ya no fue un atributo inherente a la existencia humana. Lo divino se convirtió para el cristianismo masificado en lo alejado e inaccesible. En lo separado.
El ícono de masas es la expresión contemporánea de esa separación. Y la semiótica lo perpetua.
Pantalla tres: Otra lente es necesaria.
Es en el extrañamiento - la lente- sobre la cual se basa toda tentativa de explicación de los efectos de Technos sobre Eros. Y es sobre otro reciclaje - el de Baudrillard - que accedemos a la importancia de la semiótica, esta será el registro de la injerencia de Technos sobre toda una civilización ya de por si desprovista de Eros.
Encontraremos que la hermeneútica que va mas allá del extrañamiento no está realizada por pensadores norteamericanos. La realizará quien haya entendido lo gringoide, sin ser devorado por ello. Abriendo por fin! la posibilidad de otra hermenéutica. Haciendo formal el fin de la semiótica»
[El Fin de la Semiótica de Consumo, publicado el 31 de mayo de 2009 en la gacetilla Identidad].


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