UN HOMME DE LETTRES LLAMADO GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ


UN HOMME DE LETTRES LLAMADO GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Gabriel García Márquez forma parte de la mal llamada generación del «boom» de la narrativa latinoamericana y que también se conoce con el motete de «realismo mágico». El «Guayabito» colombiano, como lo apodan algunos tirriosos colegas, estudió derecho —sin concluir la carrera— en la Universidad Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá; época en que comenzó a escribir sus primeros cuentos y que aparecieron publicados en la empresa periodística donde chambeaba, o sea, en «El Espectador». Esos relatos fueron compilados más tarde en el libro titulado «Ojos de perro azul». Como ya se sabe, don Gabriel combinó su actividad literaria con la labor periodística. En 1955 publicó su primera novela «La Hojarasca», después «El coronel no tiene quien le escriba». Simultáneamente, en 1962, publica dos libros, «La mala hora» y «Los funerales de Mamá Grande», que son el tercero y cuarto de su producción letrera.
Luego, y tras una pausa intermedia, en 1967 sale a estantes de librería la obra que lo encumbraría, «Cien años de soledad», novela ganadora del premio «Nobel de Literatura» en 1982.
Desde los primeros hasta los últimos textos literarios, el mito y el símbolo han sido las versiones históricas de realidad semántica en la que ha preferido vivir míster García Márquez; porque en la otra realidad, la del acontecer universal, Dios ha dejado de ser el escritor omnisciente que se dedicaba escribir novelas burguesas con un final ya predeterminado. Don Gabo ha afirmado reiteradamente en algunas entrevistas que en la literatura las cosas se magnifican y que él, como escritor, no puede exclusivamente ceñirse a la realidad histórica; hay que acomodarla a las dimensiones míticas del libro, a la transposición cifrada de la realidad, porque ahora la leyenda, según sus palabras, se ha aceptado como historia.
No obstante que la obra monumental de Gabriel García Márquez se adscribe a una concepción del mundo, muy lejos está de ser «la viga maestra de la reflexión histórico-filosófica» de los pueblos latinoamericanos, aunque así se le considere. El apuntalamiento narrativo contenido en sus obras es una visión del pasado sobre el presente, es historia que no se marca con los empirismos cronológicos de la viñeta o la descripción pintoresca. O, mejor dicho, sus textos cargados de isotopías (magia, ideología), de hiperbolizaciones del acto amoroso, de repentinas antítesis, de seres purgados de espiritualidad que proyectan la conversión de la historia en ficción narrativa. Se le admira y se reconocen sus méritos porque ha sabido articular eficazmente el «emploment» multifacético; es decir, la trama histórica que condesciende a la generalidad de tópicos. Su literatura es el resultado de un encadenamiento de sucesos —míticos y reales— donde confluye todo un aparato conceptual armado con una estructura metafórica y con un híbrido discurso que —dotado de símbolos, parábolas y alegorías— circunda desde lo más sublime hasta lo más cruento y violento que hay en las historias noveladas; asimétricas relaciones erótico-sexuales entre un anciano y una puberta, crímenes pasionales, parricidios, incestos, ayuntamientos carnales entre curas y monjas, maldiciones obsesiones, manías, furores y todo aquello que corresponda a las perentorias crisis espirituales y materiales. Aunque al mismo tiempo hay en su práxis escritural una unidad inseparable de crónica, epístola, leyenda, acción, verso, canto y relato, el discurso textual de Gabriel García Márquez suele ser unívoco, no monolítico, y sin regresión a los arquetipos del pasado clásico. Tampoco recurre al ideal del progreso como lo hacían los autores de la novela histórica, prefiere incursionar en el ludismo de las parábolas ideológicas, empedarse con su «yo-fantástico» en la cantina de los inverosímiles, afrontar los problemas del mundo con el espliego de un misticismo que no mata la razón (pero sí la apendeja); y por tales rumbos de heterogeneidad subjetiva llegar al núcleo de la reconstrucción histórica, tal como lo hicieron novelistas decimonónicos, sólo que éstos emprendieron la marcha por otras vías y en tiempos en que la burguesía todavía no estaba completamente fuera de sí ni tenía los nervios hechos de pólvora.
El temperamento expresivo de Gabriel García Márquez haya sus prototipos e influencias estéticas en una amplísimo entramado de obras y experiencias empírico-teóricas que oscilan entre la —remota, antigua y clásica— tradición literaria, pasando por los vericuetos del discurso barroco, la exaltación romántica, la fría contundencia naturalista, la plasticidad metafórica y simbolista de los modernistas, la narrativa de folletín, el costumbrismo, la literatura social, sicológica, las vanguardias y etcétera y más etcéteras.
Aludiendo a las influencias literarias prevalecientes en la idiosincrasia de don Gabriel. «Estas —escribe Roberto González Echeverría— son visibles, citadas, aludidas, incorporadas sin mayor recato ni respeto. Estas eran: Borges, con sus ardides literarios y laberintos; Carpentier, su ficcionalización de la historia latinoamericana y lo que vino a llamarse el “realismo mágico”; Rulfo y su Comala, pueblo de fantasmas locuaces; Cervantes, desde luego, con su ironía y juegos autorales; Neruda, con su Canto general, abarcadora épica continental; Octavio Paz y sus ideas sobre el amor y la psicología de la soledad; Faulkner, con su fatalismo rural, pero a través de todos ellos la tradición occidental entera, pasando por Dante y llegando a Homero y muy especialmente la tragedia griega. También se notaba la influencia de la literatura gnóstica y el ocultismo profético de Nostradamus y sus muchos seguidores, la alquimia, y un denso acervo de tradiciones y creencias populares colombianas, latinoamericanas y en última instancia españolas –contemporáneas, vigentes, pero con un espesor histórico que se remonta a la Conquista y por ahí a la Edad Media, mientras que mediante lo africano y lo indígena incorpora todo el tesoro de mitos y creencias en los orígenes mismos de lo humano» [Roberto González Echevarría, Gabriel García Márquez: cuatro décadas, Letras libres, septiembre de 2008].
Víctor Farías afirma que para escribir «Cien años de soledad», García Márquez «acumuló una inmensa cantidad de datos de geografía, cartografía, alquimia, filosofías ocultas, las predicciones de Nostradamus, la más arcana ciencia de adivinación y cosmología de los gitanos, leyendas de místicos alemanes y viajeros fantásticos. Con todo ello y engarzándolo en la historia política, económica y cultural de su país y nuestro subcontinente, construyó algo tan profundo que bien puede ser considerado como la viga maestra de la reflexión histórico-filosófica propiamente nuestra».


Entradas más populares de este blog

DOSSIER CARLOS LÓPEZ DZUR [TROZOS POÉTICOS]

«NUESTRA CAMA ES DE FLORES» O EL AGUACHIRLE SENTIMENTAL CLASEMEDIERO

EVA JORDÁ O EL RE-SENTIMIENTO DE UNA POESÍA QUE SE TRASMUTA EN ANTIPOESÍA