«DE COMO NO POCOS CRÍTICOS LITERARIOS —SINTIÉNDOSE COMO MÓNICA LEWINSKI— CREEN QUE GARCÍA MÁRQUEZ ES UNA ENCARNACIÓN MACONDIANA DE BILL CLINTON



Es anoréxica y raquítica la comprensión de las novelas y demás textos narrativos de Gabriel García Márquez; la mayoría de los lectores que figuran como críticos literarios llevan a cabo una lectura literal, seria, sin ludismo alegórico y casi ausente de toda sensibilidad. Se deslumbran con lo superficial sin profundizar en lo más mínimo en el carapazón de las apariencias. En vez de producirse en ellos un alumbramiento estético, lo que se provoca es un legrado de academia en la valoración de las obras del colombiano. En la mayoría de los análisis lo medular, lo importante, lo chacaloso, no se dice ni se descubre.
Uno, cuando decide acudir a los estudios de las obras garciamarquianas, no tiene más remedio que abrir las obras como si quisiera abrir una lata de conservas sin utilizar abrelatas.

—Hágale, usted, como pueda —parecen decir los pedantes y acartonados críticos literarios.
—Chingada madre. Eso sí que está cabrón.

El ruco es un buen escritor porque a su edad, y en lo que respecta al plano de lo literario y de la creación estética, ya no tiene tiempo para equivocarse. A la edad de los veintitantos años, García Márquez (Aracataca, Colombia, 6 de marzo de 1927) se inició en los menesteres de la escritura, interesado por el mito y la literatura, específicamente la de corte norteamericano y la producida por los predecesores del realismo mágico y que dieron a las letras latinoamericanas un nuevo giro estético (Alejo Carpentier y Miguel Ángel Asturias), aunque se afirma que durante los años cuarenta, don Gabriel comenzó a esbozar su primera novela a la que tentativamente intitularía «La casa», y en la que inauguraba la literatura no realista. Sin embrago, habrá de ser la obrita «Isabel viendo llover en Macondo» el preludio de su primera novela, «La hojarasca» (1955), un texto monológico de raigambre cuasiautobiográfico y en el que se denota marcadamente influencia de William Faulkner.

Perdonando el retruécano, al esencializar lo absoluto o al absolutizar la esencia de la literatura garciamarquiana, siempre se afirma lo mismo: que sus cuentos y novelas se hayan estructurados mediante parábolas, símbolos, recursos poéticos y encriptamientos de signos míticos y políticos y mensajes de crítica social, y blablablá; que no han sido elaborados con un lenguaje directo, es decir, literal, sino a través de una estupenda fenomenología simbólica que, en su nivel antropológico, se presenta como una hermenéutica de la historia latinoamericana, y blablablá.


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