LA GERETA DE LOS CALCAÑOS LE ABRE LAS NALGAS AL ATARDECER [EL RAFA SAAVEDRA, LA PATY BLAKE Y OTROS PÁJAROS CILANTREROS]


LA GERETA DE LOS CALCAÑOS LE ABRE LAS NALGAS AL ATARDECER
[EL RAFA SAAVEDRA, LA PATY BLAKE
Y OTROS PÁJAROS CILANTREROS]



«…en tijuana ser poeta o escritor es más fácil que conseguir un permiso de volatinero o de vendedor ambulante en la 5 y 10.
…mediocridad artística [de] esos que pretenden vivir de la literatura con trabajos de aprendices…
el mayor daño que le han causado a la literatura es culpa de los escritores y de la vida estética que persiguen como perros en celo: pobres: eunucos. y los hay, desde aquí en la frontera, desde el más enano y escribidor de fábulas pendejas, hasta el más ínclito pontificador poseso de escalafones y escaños por demás oprobiosos».

Papasquiaro, literalengua.blogspot.com


Recuerdo que el pro Rubén Vizcaíno Valencia, con sorpresa iracunda y botandeándoselas, mientras cogía las ediciones números 3, 4 y 5 de los «Cuadernos Existir», en los que fueron publicados, respectivamente, los poemas de la Paty Blake («el árbol», noviembre de 2002), de la Teresa López Avedoy («piedra papel o poema», febrero de 2003) y de la Aurely Monraz («El libro de los cuatro elementos y dos más», abril de 2003), mostrándomelas, el ruco me tiraba esta túrica: «Mira, me acaban de traer esto; que es pura basura. Son poemas de muchachitas que quieren hablar de "¡ayyy, uuuuhhh!, me hace falta amor", o de una mujer que dice: "yo tengo la puerta abierta... que no sé qué; ¿por qué no llegan?". Es una cosita ingenua y anticuada porque no pueden hablar siquiera de lo que pasa en el tiempo, solamente hablan de sus experiencias personales, íntimas, y nada más. Son poemas que hacen para ellas mismas o para un pequeño grupito de amiguitos, de compañeritos de salón de clases» [Rubén Vizcaíno Valencia, Autobiografía oral, julio de 2003].


TACUACHES PROTOLITERARIOS AMARRADOS DE LA MISMA PIOLA

En el sistema del protectorado de las letras de este pueblo semiurbano y de asfalto cacarizo, la intromisión de los cretinismos y las vacuidades suele ser un acto de rutinaria fajina; y nada de extraño tiene —aunque sí cosa de mucha risa— avizorar que dos de los principales prebendados de nuestro folclor culturero han sido escogidos en calidad de mentores literarios.
Alea le, el Rafa Saavedra, alias el «príncipe de pochoñol», para pasmar sus novedosas técnicas narrativas (incluyendo la decodificación de maromas mentales); y, alea le, la Patricia Blake, protopoeta oficial del panismo bajacaliforniano, para embobar una poesía —ya transformada en estrategia— cuyo impulso creador no proviene de la emanación sapiencial ni su fuente de inspiración de las musas, sino de la ignorancia.

—¿!Maestros talleristas esos güeyes!? ¡Rediez!
—¡Nooooo…maaaames-güeeeyy!
—¿Dónde andará cagando el Diablo?
—¿Porqué?

Porque sucede que ese par de cachiruleros, como la mayoría de las cofrades del grupúsculo «Tijuana bloguita front», no son capaces ni de mudarles las bacinicas a sus abuelas. Sin embargo, porque son buenos para hacer pasar por literatura los falsos balidos y realizar dobleces (y no precisamente en las hojas de papel), por la ley de la causalidad de los amarres y apalabres, se han conjurado para promoverse como institutrices de cursitos y tallercitos seudoliterarios.

—Y, de pilón, con tales garrulas de empobrecida creatividad, darle más chispa a los matutes de la bohemia ramplona y parasitaria. [1]

Por eso y por más, en el borde de lo absurdo se anuncia el sayal de escuelita poética con su respectiva encomendera, a la gorda Blake; más el carifancho para aprender nuevos modelos narrativos, en lo que toca al baquetón del Rafadro. Y, tanto el uno como la otra, andan embriagados con el valimiento de senequistas, agorando la taranta de la creatividad letrera; muy majos y prestos para dar pócimas de enseñanza y cátedra a futuros escritorzuelos y poetastros de infantil e ingenuo gusto literario.
Y como si quisieran recordarnos que son de un carácter serio y recto, entes de gran virtud estética, estos catatónicos pediches y adictos duros al prevaricato culturero, atolondran a melolengos con esta clase de chureles publicitarios de gacetilla finsemanera:

«Taller literario para jóvenes. Impartido por Patricia Blake. Salón de Talleres, 2do Piso del ICBC. Todos los martes, 5:00 a 6:00 p.m. Sin costo».

—Pero… (a todo eso) ¿qué intentan crear?; ¿un mito o una misión?
—Lo que usted quiera. Pues aquí, tan variados son los funcionalismos de la política culturera que hasta un boleto para el Infierno se puede obtener.

Sin mucho esfuerzo de sesera se descubre que en los productos letreros de la Blake sólo hay levadura. En la protopoesía que la ruca teje no hay ligazón entre sensibilidad e inteligencia. Peregrinando entre frivolidades y baboseos, en sus versitos no hace otra cosa que repetir las mismas chancletearías que regurgitan los apimplados poetazos en serie, clichés que se arrebujan en los folletines y mesas de lectura. Podrá haber en sus letritas mucho tacto y dulzura, pero no suficiencia estética de cabal poesía, aunque la ruca traiga la inspiración metida debajo del chichero. [2]
Por otra parte, los ensueños que el Rafa Saavedra drena desde cabecita de alcornoque se logran como imposturas, apariencias o espejismos del autoengaño. Y cuando el bato abandona el silencio —que no es más que vil güevonería— se apodera de la palabra y se mete a pullar la cátedra letrística de las «nuevas formas narrativas» que le encomendaron inculcara a sus pupilos (unos miserables estampados, hechos con más negligencia que imaginación, son las mentadas «nuevas formas narrativas»). [3]

«Nuevas formas narrativas. Taller dirigido a jóvenes, impartido por Rafa Saavedra con duración de 3 días. Casa de la 9. Lunes 23 (5:00 a 8:00 p.m.), Martes 24 y Miércoles 25 (5:00 a 6:30 p.m.) de Febrero. Sin costo».

—Pero… ¡qué güevos y qué verijas!
—Aguanta, mi buen. No te vayas con la finta. Si ellos se animan a hacer el ridículo y a presentarse en calidad de bufones de cortesanía, no se debe a razones de voluntarioso albedrío ni a motivaciones particularísimas; en el fondo, les duele hasta el alma porque todas esas faramallas les dan asco y los avergüenza.
—Entonces, ¿porqué lo hacen?
—Por algo más infranqueable que todo lo anterior; por el pavor que tienen de quedarse aislados en el yermo del anonimato o varados en las negras aguas del olvido.
—¿Así está el pedo, entonces?
—Simona la cacariza; o como dicen los yaquis: «egüi turi kecha malea».

Además de ser personajes de pabellón y seudoliteratos movidos por la codicia de la vanidad (o por la causalidad de la razón tendenciosa), la Paty Blake y el Rafadrín son espíritus confusos que se creen muy lúcidos y dispuestos a “deconstruir” por decreto —para no decir por mandato divino— el compadrazgo y el cuatachismo que Dios les ha dado. Sin saber cómo se han hecho literatos, cretinamente ahora pasan por ilustres «enseñadores» de salmodias literarias, siendo que son matraqueros de una asociación de diletantes y de un clubecito seudoartístico que se distingue por su acendrado parasitismo. Y, por si esto fuera poco, en la tertulia o el remangue tabernero toman cierto aire de intelectuales para aparentar lo que no son y simular lo que sí son: cursilones, ridículos y grandilocuentes en boberías y suatadas, haciendo de la literatura un modelo de conducta esnobista, mamona y de sabiduría postiza.
Pero lo que no se les puede negar ni regatear es la gran sensibilidad que poseen para lo innoblemente indecente en las sagas del reparto de “estímulos” y “apoyos” que estos sedicentes creadores, junto con otros ratones de su misma cepa culturosa, reciben de las instituciones oficiales con una cachaza y un cinismo más grande que el de Calicles. [4]

—Disfrutan y sufren la vida con dos caras, como si fueran unas verdaderas celebridades (que van y vienen de Tijuana a Acapulco, de Monterrey a Tijuana o de Tijuana a Güisquilucan).


TRAVESTISMO LINGÜÍSTICO PARA LA CULTURA UNDERGROUND

Y qué ingenioso y avezado trasgresor del «establishment» debe ser don Rafa Saavedra. Y no faltará quien diga que ha heredado la bilis, el coraje y la verbosidad exaltada de los poetas malditos, la flamígera espada del demonio palabrero. Porque, de acuerdo con el pitorreo biográfico suyo que se consigna en la página 135 del librejo número 3 de «El margen reversible» (IMAC, 2003), se lee lo que sigue:

«RAFA SAAVEDRA. Nació en Tijuana en 1967. Es narrador y uno de los promotores más entusiastas de la cultura underground desde principios de los años ochenta. Ha publicado Esto no es una salida. Postcards de ocio y odio (1996), Buten Smileys (1997) y Lejos del Noise (2003). Ha sido colaborador de diversas publicaciones periódicas y es considerado un autor de culto» [página 135].

—De seguro que el batillo ha de ser tan respetado como Bukowski o Karmelo Iribarren.

Pepenemos algunos cretinismos: promotor entusiasta, chico “underground” y “autor de culto”. Y, aparte de sus joterías, ¿qué más ha aportado al desarrollo de la literatura nuestro promotor entusiasta? ¿Pensará el bato que con sus cochinos libros ya la tiene cuajada en los aparejos de la literatura universal y por ello se considera que es un “autor de culto”? Promotoría es moverse guiñolescamente; entusiasmo equivale a una especie de valemadrismo y escribir al garete, sin textura apropiada para fortalecer los puntos medulares del relato.
Seguramente que, por su escueta e insípida prosa, los calabobos lo han de tener en su catálogo como uno de los más conspicuos y singulares componedores de magistrales textículos narrativos.
Pero, por mucho que así pudiera parecer tal remame de virtud, lo que destaca en la escritura del Rafa Saavedra es un surtido de palabrejas que parecen haber salido de la parte baja y trasera del tubo digestivo.

—Lastima que esos brolis («Postcards de ocio y odio», «Buten Smileys» y «Lejos del Noise») no traigan una bolsa para vomitar.

Ahora, ¿cómo devela la corriente de pensamiento “underground” —en su línea estética, política, filosófica y moral— nuestro “autor de culto” en sus jaculatorios quehaceres literarios o, según sea el caso, extraliterarios? Recurriendo a la recetas que los especuladores de antaño aplicaban como tesituras de idiosincrasia para asegurar el «continuum» de la tradición y los arquetipos de la cultura dominante, como un discurso similar a la demagogia antimperialista de la burguesía nacional en su periodo histórico de organización y consolidación del poder. En los trapicheos textuales del Rafadro el atributo “underground” es sólo un cliché decorativo, una imagen deformada, producto de la parafernalia mediática de aldea que lleva el sello de travestismo lingüístico y sin correspondencia con el «ethos» real y concreto de la miserable cultura tijuanense, falsificada en sus estructuras seudoartísticas por toda clase de bufonadas.
Pero no hay que regatearles sus méritos a payasos como el Rafadro que, en sintonía con la gruesa ganga de simuladores y falsearios, se maquillan de dignos “promotores entusiastas” y de ilustres representantes de la cultura, y luego salen escena para proclamar la abundancia en la pobreza.
Por tanto, hay reconocerles que emplean una gran astucia en tales menjurjes; y, asimismo, la tenacidad con la que se emperran por contaminar de logorreta seudocultural hasta el último rincón donde se han detenido a miar.
Se ha empleado a la ligera el término «underground», y adjudicárselo al Rafadro equivale a un atípico arrebato de estado de ánimo; es decir, a nada. Ineluctable vacuidad que ha perdido el sentido unívoco que tenía reservado para la literatura marginal, sin vínculos institucionales, como expresión de ruptura con el proyecto oficial de cultura y ajena a todo ambiente intelectual acrítico, corrompido, oportunista y de prodigioso escaparate; literatura marginal en la que, por supuesto, no se puede incluir nuestro intalentoso «príncipe del pochoñol». Si en verdad existiera en su «praxis» el raigambre «underground», implicaría un contradicción con el sumiso proceder que lo caracteriza como borrego del sistema, del poder institucional de la derecha. Son conocidas las serviles acciones que el bato despliega como agente difusor de la cultura chatarra institucional. Por tanto, si fuera un auténtico escritor y artista «underground», ya le hubieran quitado de la boca la chichi presupuestal y confiscado las prebendas, bonos, apoyos y canonjías de la infusión oficial de la cultura. Aunque, y no obstante que en el crisol de sus frecuentes metamorfosis ideológicas (ternura de servir a Dios y al Diablo), se muestre como adalid del radicalismo estetizante y pregonero de eclosiones rebeldes y contestatarias. Pero todo es puro blof; o séase, un pinchi travestismo lingüístico.

—Guacreer que el Rafadro es promotor entusiasta de la cultura underground.
—Jajaja.

Que las anteriores aberraciones, son más creíbles las palabras que soltaba Jack Keruac cuando afirmaba que recordaba el día de su nacimiento y que además era pariente de Napoleón Bonaparte. Seguro que desde sus alucinadas colleras le brota la ocurrencia de creerse como Brodsky o Ajmátova, sin haber pasado —salvo en las tiras de celuloide— por la experiencia del terror político, la persecución policíaca, la represión y la humillación.

—Qué buena oferta de salvación moral reserva el mundillo cultural; como un personaje fantasmal o como la fuerza demoníaca ejerciendo su poder sobre Fausto.
—Y… qué queliace. Con tal de que no nos suceda lo que a Juana de Arco, preferible mil veces seguir el mismo juego en que apuestan las feministas de postín cuando agitan sus entrañas y mueven las nalgas frente al espectáculo de las muertas de Juárez para hacerse de fama.
—Hijos de la chi…lindrina.


LAS NUEVAS FORMAS NARRATIVAS: VIEJAS CHANCLUDAS
A LAS QUE SUPONEN TODAVÍA UNAS JOVENCITAS


Nuevas formas narrativas le llaman a las vejeces retóricas que el Rafadro y sus compincheros suponen que todavía son unas jovencitas. Y todo eso gracias a los escamoteos de la frugal ambigüedad y los estultos métodos que aplican los atarantapayos. En realidad, esas «nuevas formas narrativas» que se precisan como materia del «taller dirigido a jóvenes», y a cargo del Rafa Saavedra, por más novísimas que se consideren en el presente momento, resultan ser sólo apariencias de mera connotación, representatividad nominal de palabras, simplificación mecanicista a la que —por influjo de las modas y los esnobismos diletantes, usureros o mediáticos— se le quiere dar un interés muy primordial, como si de «vanguardias» se tratara el asunto.
Pero más allá del plano superficial (que conlleva la pretensión de revivir un cadáver), en su dimensión profunda, y a través de una simulada independencia, neutralidad o purismo estético que se le otorga al objeto, se cumple una función ideológica de apropiación institucional de la actividad estética, separando la literatura de sus relaciones más radicales, desvertebrándole la fuerza intrínseca de su lenguaje, reduciendo sus expresiones a una «filosofía» del placer, del entretenimiento y de la evasión; trasvasando sus códigos hacia una «hermenéutica» de la ininteligibilidad; insertándole condicionamientos enajenantes que retardan el proceso de evolución del arte, lastran la literatura y detienen su desarrollo.
Muy pocos saben que Platonov —antes que Gorki, Babel, Bulgakov y Pilniak— es el prodigio de las letras rusas; y, análogamente al anterior ejemplo, muchos ignoran que los actuales emplastes que se aplican en las prácticas del género narrativo, unas veces como pretendidos paradigmas y otras como simples tentativas, han perdido la pertinencia sociológica que mantenía al cuento y novela en las constantes históricas de la literatura. Se denosta la causa eficiente que les dio origen y lo que queda es solamente una ofrenda a los valores literarios del pasado, un apacible pintoresquismo romántico y de nostalgia decimonónica. La praxis del escritor se determina por criterios extrartísticos (de mercado, de engaño mediático, etcé) y el sentido de la obra se actualiza en un vacío estético, confundiéndose el hecho literario con las elaboraciones verbales de cualquier índole, que poco o nada tienen ya que ver con la auténtica expresión literaria.

—Dicho lo anterior con arreglo al principio de que todo es literaturizable y apto para instrumentalizarse como literatura propiamente dicha.

Pero, no obstante, ni Cervantes, ni Joyce, ni Dostoyevski, ni Flaubert, ni Kafka, han sido superados. Son parte de una generación novelística de dimensión superior a cualquiera que venga ha hacer de las suyas en la historia de la literatura. El trasplante mecánico de los clichés y las consignas oficiales del poder cultural tienen más peso que la estética, que en su deformación teórica ya está aplastada, castrada, hecha añicos. La obra ya no es más que el producto de una superestructura seudoartística que opera con la máscara de la democracia cultual y bajo la cual subyace un asistencialismo paternal, plutocrático, excluyente, retrogrado y parasitario.
No hay que exagerar con la gilipollez de «nuevas formas narrativas» cuando se trabaja con estructuras ya consolidadas, cuando ya no se aportan innovaciones, ni se han modificado las convenciones del género; mas, por el contrario, siguen teniendo vigencia porque se han aprovechado y reciclado, introduciéndose como particularidades propias de cada narrador.
Vamos a poner como ejemplo el caso de un escritor tan mañoso como Gabriel García Márquez que le da al lector lo que éste pide. Contrariamente a lo que se piensa, el «guayabito» colombiano no modificó nada y tampoco fijó nuevos rumbos en el entramado estructural de la narrativa. Las condiciones histórico sociales en que escribió su gran obra ya no eran las propicias ni correspondientes a las novelas que habían sido escritas antes de que surgieran sus obras. García Márquez no es fundador de una nueva literatura como en sus tiempos lo fueron Faustino Sarmiento y José Hernández en la Argentina, Marcel Proust en Francia, Edgar Allan Poe en los Estados Unidos o James Joyce en Irlanda. La aportación más significativa en el panorama literario, y quizá la única a partir de 1960, ha sido la del «nouveau roman»; y hasta el momento presente no ha habido otra. [5]
Quienes se dejan embelecar por el embrujo de la mercadotecnia librera a la que se subsumen las últimas producciones letristicas de Gabriel García Márquez, como dice Álvaro Marín en «Sacralizaciones del mercado», son seres «incapaces de valorar la literatura colombiana en su conjunto, puesto que esperan que un libro se lea menos por sus contenidos que por la influencia de interrelaciones y alianzas con los medios, el poder económico y el poder político como ocurre con "Vivir para contarla", optan por negar otras expresiones, muchas veces más complejas que las que avala el mercado editorial». Con sus sofismas, la industria cultural, como lo refiere Marín, «crea, piensa, y edita por todos, y ante una necesidad de autenticidad expresiva, antepone la homogenización y las categorías inexistentes en el mundo intelectual. Cuando una editorial promueve "el mejor escritor", lo que realmente promueve es "el escritor más vendido"». [6]

—Pero hay gente que se engaña terminológicamente.
—Pues sí, comenzado por el Rafadro y su recua de metatextualeros de bajo anaquel.

Muchos personajeros escriben porque no tienen otra cosa que hacer; otros más por esnobismo; otros porque creen que la literatura es rentable; algunos otros por angustia y desesperación; muy pocos lo hacen por desentrañar los misterios y conflictos entre el «ser» y el «signo». Si no se abandonan las pretensiones de los sentidos no se puede llegar a ser un buen narrador. Las técnicas y recursos no son nada si en el momento de crear la obra no hay esa fuerza interna que existe como necesidad y ordena el desenvolvimiento del proceso creativo como una experiencia estética. Pero, como las cosas no son así, en definitiva, toda relación de lo imaginario con la literatura está abocada al fracaso; y su única salvación está en los «mass-media», como simplificación de forma y contenido que convierte a la literatura en subproducto.


UNA PROMESA LITERARIA EN LA PRÉDICA DE LA POSTMODERNIDAD

Antes de andar volanteando en folletines su anémica preceptiva seudoliteraria, don Rafa Saavedra debería indagar dónde se empaquetan las nuevas morcillas narrativas en sus múltiples facetas (pedofilia, robo, secuestro, asesinato, etcé); lo ayudaría a aliviar un poco ese lastre de angustia que se carga por sentirse un escritor diferente y excepcional. Como sugerencia pilatesca de mi parte presentaré uno de los últimos pespuntes narrativos que difuminan la realidad a seso dormido de la ficción; aunque, de cierto modo, modificando —rebajando— la hondura temática, la figura del antihéroe, pero conservando aún cierto aliento balzacquiano y agregándole como infaltable aderezo metatextualero algunas virutas de la relatoría borgeana.
Y con toda la mitologia que le es propia al lenguaje, se incorpora al panorama de las letras bajacalifornianas el politonal discurso del señor Rafael Morales Magaña, una revelacion que, mediante el dicidido apoyo y promocion de nuestros elefantes blancos del arte y la cultura (IMAC, CONACULTA e ICBC), bien podria figurar —parafraseando al mamacallos del Jaime Cháidez Bonilla— como la nueva “promesa literaria”.

Nota: dada la cultura cerril y la pedestre instrucción conque cuenta el autor del metatexto (o como se prefiera: metarrelato, metacuento o metaficción), la riqueza de la referencias literarias se las puede poner cada lector; y no obsta lo antes dicho para que el narrador sea considerado como uno de los principales valuartes del «realismo sucio» norfronterizo, rebasando no solamente los chiclosos cuentos que escruta el pelón Fadanelli, sino tambien las tramas que el Enrique Serna dispone en su libraco «El miedo a los animales».

Mataban perros y vendían la carne

«TIJUANA.- Un rastro clandestino utilizado para sacrificar perros cuya carne presumiblemente era vendida para consumo humano, fue descubierto al mediodía en el fraccionamiento El Mirador, por la Policía Municipal, en una acción que culminó con tres detenidos. La casa se ubica en calle Había Vizcaíno número 3084, y es rentada por Mariana López, Alejandra Loaiza y Edward Evede, de 22, 21 y 25 años de edad. Ahí los municipales encontraron cerca de 200 canes muertos. Los jóvenes dijeron que se trataba de un refugio para perros abandonados, pero hay evidencias de que sacrificaban a unos para alimentar a otros y al parecer una buena cantidad la vendían a expendios de tacos. El asunto es investigado por la Dirección de Riesgo Sanitario, de la Secretaría de Salud Pública Federal» [Rafael Morales Magaña, de la sección colorada del periódico El Mexicano, edición del viernes 13 de febrero de 2009].

El ejemplo de la prosa anterior, considerando que ya no hay obra digna de mención, ¿acaso no merece un tratamiento desmitificador? En términos de oscuras antinomias, el tipo es duro en la recreación del folklor clasemediero y de arrabal; nada hermético y manejando con destreza la simbiosis de la expresión y la información.


CUANDO LOS BUITRES SON DEL TAMAÑO DE UN SIMIO

No es la virtud creadora la que abre camino en el fangal de las antípodas del relativismo político; tampoco el baladrar de las cursilerías; ni siquiera el apeste a marica o mujerzuela que pudiera desprenderse de las zaguaneras de la carne porosa que fincha los esqueletos; ni mucho menos de alguna efusión lagrimera…

—Es la retocada y untuosa morisqueta del fantochismo, la coimería, el vaho de la etérea moral azotado al aire, la corrupción que no es sólo del habla y la escritura, la... la… la…
—¡Ya, ya, ya! Dilo, pues... tú, Guzmán del Alfarache, que has de verte en cualquier papel que te asignen: profesor, taxista, medico, puto, asesino, mayate, pollero, puchador, gamberro, chichifo, cruzado, pederasta o talibán.
—Qué acritud la tuya. Siempre me estás cagando el palo.
—Y, tú ¿qué harías contra ellos, si te dieras cuenta que son unos chingaqueditos que la quieren jugar de santurrones?
—Haría lo mismo que hacen ellos contra sus amigos, y lo mismo que hacen aquellos que andan a su lado, que por comer, viajar, pistear y conseguir un techo por vía del gollete, los vendería, los traicionaría, los patearía y me los cog…
—Acaba ya, y di en conclusión, para que ya no me chingues la borrega, que son como tú, unos culeros; y de mucha gandallez, más que tú, porque si tú te chingas a uno pobre pendejo, ellos se chingan a cien y a mil más; tú le partes la madre a un cantón, ellos se la parten a un país entero.
—Amigo, poeta ficcionero, ¿quieres, por favor, dejar de agarrarme el culo? Las mañas que tú sabes yo también las sé. Así que no hagas conmigo lo que dices que té haces con otros güeyes.
—Muy bien, señora Blake.
—Muy bien, señor Rafadro.
—Muy bien, señor Norzagaray.
—Muy bien, señor Félix Berumen.
—Muy bien, señora García Montaño.
—Muy bien, señor Trujillo Muñoz.
—Muy bien, señor Soto Ferrel.
—Muy bien, señor Acevedo Savín.
—Muy bien, señor Castillo Udiarte.
—Muy bien, señor Gutiérrez Vidal.
—Muy bien, señor García Cortez.
—Muy bien, señor Valenzuela Arce
—Muy bien, señor Rincón Meza
—Muy bien, señora González Irigoyen
—Muy bien, señora Álvarez Vicencio,
—Muy bien, señor Gómez Montero
—Muy bien, señor Ortiz Villacorta
—Muy bien, señor Morales Moncada
—Muy bien, señora Olivares Torres
—Muy bien, señor Bayardo Gómez

En el «ricorsi» viquiano de su historia, quienquiera que sea el mono o la mona que se coloque en los escaparates de la cultura oficial, por principio de tradición esa culturilla de vida esplendorosa, putita, zaumadora, salamera, mafiosa, cuatísima, buenaza, convenenciera y que sigue siendo un lírico sorbete de cagada, lo vuelve anacrónico, agachona, lambiscón, complaciente, ratonero, arrastrada, cachudo, pusilánime, nalgasprontas, gingirín, cortijera, parásito.

—¡Todos! ¡Todos! ¡Todos! —gritó Álvaro de Campos, alias Fernando Pessoa, y luego agregó: ¡Basura, polvareda, chusma provinciana, pandillaje intelectual!; ¡incompetentes al descubierto, botes de basura volteados hacia abajo en la puerta de la Insuficiencia de la época!
¡Quiten todo esto de mi vista!
¡Consigan manojos de paja y pónganlos a fingir gente que sea otra!
¡Fuera de aquí todo esto! ¡Fuera de aquí todo esto!
¡Ultimátum a todos ellos y a todos los demás que sean como todos ellos!
Si no quieren salir, quédense y lávense.


NOTAS FINALES O GÜEVOS DE COCHI

1.- Efectivamente, mediante las garrulas de empobrecida creatividad, que son el fruto podrido de los tallercitos y demás ejercicios plenarios de actividad seudoestética, hay un “arte” que se expresa en términos individualistas, y no en el sentido propio de cultura; muy utilitario para embucharse algunos fajos de pasta y así darle más chispa a los matutes de la bohemia ramplona y parasitaria. Porque a veces (o, para mejor decir, muchas veces), la condición del artista deriva o encuentra su justificación en un síntoma de constricción con el cual se evita trabajar. Y, si algún escéptico no lo cree, pues que le pregunte al Francisco Morales, una de las principales chinches del bienquiste estatal de la cultura.

2.- Véase el Vertedero de cretinadas intitulado «NUESTRA CAMA ES DE FLORES O EL AGUACHIRLE SENTIMENTAL CLASEMEDIERO», específicamente los apartados «EPITELIOMA LÍRICO DE LOS GENITALES», «¿QUÉ FUE PRIMERO: LA RESPIRACIÓN O EL LATIDO?» y «CUANDO EL DIOS PAN PRODIGA CUIDADOS FÁLICOS».

3.- Véase el Vertedero de cretinadas cabeziado como «EL RAFA SAAVEDRA Y SUS «RADIANTES» ENGENDROS».

4.- Nomás para que le tanteen el agua a los camotes, si estos batillos y jainas medradores se llevan de calle a Calicles, quien era un sofista más cínico que Protágoras, imagínense la largueza que poseen para medrar los activos del presupuesto destinado a los asuntos de la cultura y las artes.

5.- En lo que respecta a la poesía, la interpretación no podría ser diferente; los poetas, miméticos o no miméticos, trabajan perpetuando las mismas formas que ya otros repitieron. Aquí, entre los poetas más inflados está don Luperco Castillo Udiarte, quien se chupó los pregones de feria que, desde hace mucho tiempo atrás, Raúl González Tuñón metió en sus poemas.

6.- Álvaro Marín, Sacralizaciones del mercado, García Márquez: de la literatura a la industria cultural, Variaciones alrededor de la aldea, Le Monde diplomatique, edición Colombia, noviembre de 2002.

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