UN NOTABLE EJEMPLO DE SOFLAMERÍA BANAL: LÓPEZ AVEDOY, ALGRÁVEZ, CURIEL Y LICONA


LÓPEZ AVEDOY, ALGRÁVEZ, CURIEL Y LICONA
UN NOTABLE EJEMPLO DE SOFLAMERÍA BANAL


NO HAY COÑO QUE NO TENGA PRECIO

En las páginas 12 y 13 de la revista «Existir» número 78, correspondiente a la edición del mes de noviembre de 2007, aparece un texto de la licenciada Elizabeth Algrávez que se titula «Dos presentaciones del poemario Bajo la noche tijuanense de Gilberto Licona» y que le valió a la ñorsa el pase directo para troquelarse en coeditora en los subsecuentes números del fanzín liconiano.
Y es que anteriormente sólo figuraba como editora del gazpacho que regentea el Gilberto Licona una tal Martha Bonilla, pero a partir de que la exdirectora del Instituto Municipal de Arte y Cultura de Tijuana (IMAC) se desgalilló en porras y vivas en favor del padrotín Licona, tal servicio se sumó a las parolas que endenantes la manola —cuando manoteaba el presupuesto del IMAC— ya había fraguado para hacerle fuerte con dos-tres taleguitas de morralla. [1]
La vulgar paciencia no sólo repercutió en la personería de la Liz Algrávez, sino que también tuvo sus frutos en el prevaricato culturero que se concretó entre la capilla liconiana y los macutenos del Instituto de Cultura de Baja California (ICBC), sirviendo de “vaso comunicante” (o sea, de «correveidile») la gacetillera y protopoeta Patty Blake, quien, desde el momento que entró a camellar de burócrata culturosa al servicio del Ángel Norzagaray y del Patricio Bayardo, hizo los correspondientes amarres para que los existirosos cincharan la mula en los repartos de la canasta presupuestívora de “apoyos” monetarios.
Y dicho y hecho, soltáronle a su principal cutrero una pachocha suficiente para modelar nuevos criterios y hasta para dejar su antigua chamba de sacaborrachos en un chupadero del Cagüilazo. Y, como no hay coño que no tenga precio, debió resultar lo que era obvio que resultara, que en el revistón seudoliterario, la Blake —de simple arrimada— pegó un “salto cualitativo” hacia la rambla directiva, erigiéndose como coeditora a la par de la Liz Algrávez y la Laura Jáuregui.

El neopositivismo escolástico y sentimentaloide de la revista «Existir» modificó el organigrama de su «directorio» con el nuevo viso de «segunda época», pero sin afectar ni superar el contenido rascuacho y la buti porquería que se asperja en sus 24 páginas. Y ahora, muy salerosos (aunque igual de desmejorados y con los mismos despropósitos y memeces) resaltan los donaires de una novísima consigna:

«EXISTIR, revista cultural para existencias libres, segunda época, es una publicación de Editorial Existir, Colectivo Humanista en pro de la libre difusión de las ideas creativas».

—Hijos de la chin…

Se trata de convertir en fetiche la escueta propaganda seudocultural y subliteraria; decidir por ipso facto, o por sola circunstancia, la calidad de la apreciación estética como un valor en sí. Hablo aquí del fenómeno de la escritura como una forma vacía de ministrar palabras, y nada más. Por razones de incapacidad y negligencia, por motivos de intereses personales, la inversión es exagerada y las pretensiones «en pro de la libre difusión de las ideas creativas» son desmesuras terminológicas que se utilizan para dar eco al sistema global de la culturología.
Echémosle una leve mirurgiada a esa «ratio essendi» por la que se aboga. Acomedidamente, y con mucha seriedad, se apuntala que el avieso papelucho «Existir» es una «revista cultural».
Ubiquémonos para ver si progresa la argumentación.
Si se ha de considerar que las posibilidades para designar como objeto cultural a equis producto son ilimitadas, pues cualquier pelafustán puede dedicarse a su realización y confundir la eutrapelia con la cultura. Y sobre la base de la convicción de autoengaño está latente la nomenclatura de llamar cultural a lo que se les pegue en gana. Pero la tendencia real, inevitablemente, se descubre con la historia (o, digamos mejor que con el movimiento de la historia). Y en cuanto a que la revistucha «EXISTIR» es «para existencias libres», ni falta hace someter a contraprueba tal pregón, pues con toda evidencia, como dice Brecht, la libertad es una cosa muy general y simple. «Todo mundo sabe lo que es: el hijo a quien el padre le prescribe sus estudios, la mujer que su padre casa y que su esposo tiene prisionera, el obrero a quien la policía quita un paquete de volantes, el periodista a quien el jefe de redacción mutila un artículo».
No obstante, si se recorren los velos ideológicos, libertades se llaman las ilusiones creadas por el bloque dominante y que se identifican como legitimaciones, símbolos o coartadas para ensombrecer la realidad social. Y dado que la subordinación garantiza la seguridad, en la medida que una y otra aumentan, las «existencias libres» lo que menos desean es la libertad; sería como renunciar a su posición material privilegiada de hedonismo y poder. No desean la libertad porque ésta conlleva sus riesgos y es preferible siempre ceñirse a las directrices que vienen de arriba. Recuérdese lo que dijo Fromm: la mucha libertad aísla al sujeto y lo nutre de temor o de rebeldía. Cachazudamente, en otras de las máximas se obladea que la peña «EXISTIR» es un «Colectivo Humanista»; y para esto habrá que revisar los ideales humanistas de su cartelera. ¿Acaso serán los mismos que equivalen a sacrificarse, inmolarse, e incluso morir, para indiferenciar el individualismo en prioridad de cumplir objetivos comunes en aras del compañerismo, la devoción recíproca y la solidaridad que se coagula en masa?

—Yo lo dudo, mi campeón.

Y ese colectivismo humanista que presumen es abstracto y jiede a orientación unilateral de una minoría cada vez más reducida; es un jerarquismo exclusivamente privado que se expresa hasta por los poros del sentimentalismo, un colectivismo similar al de una manada de lobos hambrientos. Además, como Brecht refiere, «un colectivo sólo es viable a partir del momento y sólo mientras no depende de la vida individual de los individuos en él incluidos». En lo que toca al forúnculo «Existir», su irrestricto código moral es propio de un patriarcado en el que es imposible disimular los particularismos egotistas, de la misma manera en que lo hace la clase oligárquica-estatista al predicar que los intereses sociales se hayan por encima de los intereses personales. Y el centro de su gravedad también es «hipostatización» que coincide con los intereses de la clase dominante, a fuerza de despersonalizar y desintegrar en ciudadano abstracto al individuo concreto que sucumbe ante la ilusión ideológica de dicho grupúsculo seudoliterario, predispuesto a enredarse en la lógica de la sumisión del estilo oficialista de hacer propaganda culturera con el fin de apergollar algún trozo de carroña y capitalizar las biografías de sus miembros para fingir una convicción comunal en el inframundo de la cultura y las artes.

LA LÓPEZ AVEDOY Y SU PORTAFOLIO DE “LOGROS” POÉTICOS

Antes de entrarle al gazpacho de la licenciada Elizabeth Algrávez, «Dos presentaciones del poemario Bajo la noche tijuanense de Gilberto Licona» (con el cual sentose la ruca en la mesa de negociaciones para exigir que la elevaran a la categoría de jefa coeditora de la mamarrachesca revista del señor Licona), espulgaré algunas bobadas estercoladas en el libelo seudocultural de marras, y para ello me servirán los dos últimas ediciones (números 84 y 85), correspondientes a los meses de mayo y junio de 2008. Partiendo por la mitad la cifra 2008 (20/08), escojo de la edición 84 un texto de la página 20 y de la edición 85 un texto de la página 8.
Y aquí estamos ante dos textículos, uno garrapateado por la Teresa López Avedoy y el otro defecado por el Jhonnatan Curiel.

1997

Una vez eréndira construyó un secreto
(como otros edifican desagües o vías civiles)
los envolvió en tela dócil, ajustable;
(como otros tapizan con desprecio y disimulo)
le fijó dos asas de elástico
(como correas o asidero),
porque estaba sembrado de puntitas afiladas
(como un jardín de acero inoxidable).

(Ella dijo acercarte a un secreto es peligroso,
pero debes sujetarlo con cuidado.)

Y al centro, algo replicaba
(como un cascabel, como quien desobedece).

Teresa López Avedoy

—Como cantara el tecolín José Alfredo, nada le han enseñado los años a esta madmuasela.

Y, en efecto, han transcurrido casi dos lustros desde que la López Avedoy se licenció de poetastra y la infeliz aún sigue en sus sietes; azotando los mismos cañamazos, empachada con la misma rustiquez prosódica de origen, falcando los desatinos y las bobas viñetas de siempre. Palabrería compendiada sin frescura y sin poder inventivo, versitos que han sido engendrados por el facilismo y la fortuita espontaneidad. A todos tiros se palpa que su poesía (por llamar de algún modo a las vacuidades que expele) no proviene de una profunda necesidad personal, por el contrario, sobreviene por la determinación de egocéntricas ínfulas, por categorías rutinarias, estereotipos vacíos, cuadros de honor, distribución de prebendas, proezas de oportunismo, etcétera.

—Destruir la sustancia de la poesía circundante con deshilachadas frasecitas parece ser la misión de esta pobre melolenga.

A pesar de todo el lujo de detalles, su portafolio de “logros” poéticos provoca repugnancia y a veces lastima, porque a la hora de un verdadero recuento de allí no sale otra cosa que polilla. El presunto poema parece que fue parido por puro capricho y apuntalado con una solidez estética de pacotilla. Mendacidad que ya no causa sorpresa en el panorama culturero de esta frontera, antes bien, es un fenómeno de mediocridad bastante conocido y arraigado en la mayoría de las poetarras de fibracel de por acá. [2]
Metámosle bisturí al primer troncho de palabras:

Una vez eréndira construyó un secreto
(como otros edifican desagües o vías civiles)
los envolvió en tela dócil, ajustable;
(como otros tapizan con desprecio y disimulo)


La lógica de la sintaxis en nada responde a la demarcación de ritmo, por el contrario, se haya periclitada en petulancias explicativas y otras chuchadas léxicas que hasta rayan en la incoherencia. El supuesto poema carece de curvas de entonación, pues no existen vínculos entre la oralidad y la escritura; es una tochedad que no supera ni el nivel de un panfleto. Y en cuanto al lenguaje, obsérvese la intención pedante y mamona de insertar en las fantasías de sus desvalimientos ciertos melindres gramaticales, o sea, burradas como esas de «construir secretos», «vías civiles» y «edificar desagües». A ver, ¿de cuándo acá los secretos se construyen? Y, ¿a poco los desagües se edifican? Y ¿qué es eso de «vías civiles»? Conozco las vías de los trenes y otras vías, pero las mentadas «vías civiles», pues no. Lo que resta de la pieza son puras ñoñadas que denigran la inteligencia y el sentido común de la expresión poética, como esa pendejada de que acercarse a un secreto es peligroso.
Por último, sépase que un «cascabel» jamás «replica», solamente cascabelea como cascabelean las sonajas.

—El que replica soy yo, porque cada vez que me topo con esa clase de menstruaciones verbales siento como que me escupen la cara.

En definitiva, lo que la López Avedoy ofrece como un poema es un ejemplo notable de soflamería banal en la que prevalece el don del desorden, el nulo refinamiento de estilo y una tremenda pobreza de técnica para armar el discurso. La intensidad, la sugestión, el ritmo y la musicalidad de las tonalidades semánticas están fuera del alcance de la autora. Palabras sin energía ni calor lírico, metidas a fuerza de calzador en un frío receptáculo. Y esos son los motivos de su hilaridad poética, disquisiciones sin textura de tropos, sin prevalencia de imágenes, sin resoluciones emotivas.

—Por los chancletazos seudolíricos que pega, esta codorra no tiene otro acervo cultural que el de la pantalla de su televisor.

EL YÓNATAN CURIEL Y SU LEVADURA DE FRIVOLIDADES

Vayamos ahora con el tal Jhonnatan Curiel y aventémosle encima de su calaca los méritos que le tocan.

Ojo Parlante

A las once ya me duermo
a las once el día se acaba y
tengo que apagar la vida
tengo tengo
la responsabilidad me infla la cabeza
mañana siempre mañana siempre
debo levantarme uff debo levantarme
a las once arrojo todo a la chingada
a las once las noche se me viene encima
a las once se hace tarde por dentro
dormir dormir
alarma cachetada
la realidad en Mustang se me escapa
corro corro
siempre llego siempre llego siempre llego
me alcanza.

Jhonnatan Curiel

—Sin ocuparse de la poesía, el bato se gana el “honorífico” título de poeta.

Interferencias sentimentales enturbiadas por prejuicios. No hay duda que «Ojo Parlante» es la pelma de un holgazán que se siente todo un poetazo. Sin embargo, detrás de las ínfulas no vemos otras cosa que la falsedad sicológica y retórica; se denota una raquítica y miserable carga de valores estéticos; el andamiaje poético está sostenido con pura levadura de frivolidades, con una pendejez cuasidiscursiva que ni siquiera llega a una forma imperfecta de creatividad. Comparado con este melolengo del Curiel, el hombre de la calle, el simple mortal, el «honest man», como decía Oscar Wilde, provoca mejores efectos poéticos y es portador de un sincero radicalismo estético.

—Claro, con la salvedad que éste men no se anda parando el culo de poeta como lo hace el mentado Yónatan, alátere de la infusión oficial de la cultura.

Con el plañidero palique, el poetastro Curiel ya tiene garantizado un sitio en el mapa universal de la idiotez; y es que —a ojo de miope— en su rozno poema se vislumbra el divorcio entre la sensibilidad y la inteligencia. Su tema de inspiración parte de una estúpida preocupación que el descerebrado autor intenta excretarla como si fuera una vicisitud propia del romanticismo trágico. Y como dijera un poeta (cuyo nombre ya no recuerdo), a este cabrón del Yónatan hasta los perros de mi colonia lo han rebasado, debido al hecho de que los canes ya superaron el complejo de Edipo. Y este pobre güey, apenas anda muleteando en sus primeros traumas froidianos.

—Babeando esos disparates va a llegar muy alto.

La literatura no consiste en afiliarse a una lengua y ponerse a escribir; como práctica debe producir un efecto en la conciencia del agente receptor; pero los emborronacuartillas del forúnculo «Existir», lo único que trasbocan al papel es una vulgar ristra de palabrejas y de enunciados inocuos que nada aportan al desarrollo del quehacer literario. Por su inercia evolutiva, parecen condenados a no salir de ese estado larvario de primeras letras en el que se encuentran desde hace tiempo. Brillantes cabezas huecas para hacer de la poesía una nadería o un gran rollo incomprensible. Inconsecuentes con el fenómeno literario, se sienten poetas pero no saben lo que son las palabras. Bien proclama el máster Juan Bañuelos que las palabras son hijas de la vida; sufren, paren y también tienen sus muertos.

—¿En qué leonera aprendieron a escribir poesía?
—Quién sabe, tú.

¿Así les explicarían la creación de la poesía?:

Al principio
cayó del cielo el sol
e hizo ¡pum!
luego cayó la noche
y también hizo ¡pum!
¿y si hubiera caído
primeramente una verga?


También sería interesante ver algunas estampas de la enseñanza poética en las que Dios imparte sus ordenanzas desde el cielo, por ejemplo éstas: a la beata: tú reza; al político: tú roba; al macuarro: tú chíngate; al poeta: tú alócate.

LA LIZ ALGRÁVEZ Y LA ESTRATEGIA DEL LORO ENYERBADO

Por sus muchos cumplidos y mentiras descaradas, si la señora Algrávez viviera en los tiempos de la Alemania nazi, seguro que compartiría los méritos de la propaganda con el ministro Goebbels. Con el borde dorado y el recurso de la demagogia, la ruca le saca provecho a esto:

«Los poemas de Licona encuentran su tiempo de cosecha al estar maduros, y no una cosecha de esta era, con máquinas segadoras, sino la pizca minuciosa de quien recoge, examina y carga los frutos más selectos para ponerlos a la mesa del lector. Gilberto nos ofrece un banquete preparado ex profeso, cuidadosamente, con el tiempo necesario para que cada texto alcance su cocción ideal, no hay en este libro un poema crudo o hecho en olla express, son textos sinceros, trabajados amorosamente, con cuidado, con mano dulce» [Elizabeth Algrávez, texto leído durante la presentación del poemario Bajo la noche tijuanense de Gilberto Licona, 18 de agosto de 2007].

—Señoras y señores, qué putota mentira. Sólo es el deseo-de-querer-alcanzar-algo.

Parece que una gran esencia «nouménica» flota en el aire, pero, mayestáticamente, sólo es un blof de meras apariencias. Aunque en el choriqueso de la Algrávez se percibe la típica herencia del idealismo romantiquero más putrefacto, por principio mimetiza el peculiar rasgo de un comercial de la casa «Pedro Domeqc» en el que se anuncia la venta de sus marranillas, o sea, del «brandy que tiene el don». Y, desde luego, con doble perversión en el lenguaje; una por exceso (para exaltar) y la otra por defecto (para engatusar o justificar el engaño).

—Y en el uso trucado de tal lenguaje está la clave del acotamiento.

Leamos otro fragmento de esta ñorsa que ya es considerada como la hada madrina de las letras liconianas.

«Son textos que pudieron florecer bajo la noche de Paris hace 50 años, y bajo la noche italiana hace 100 años, pero nacen aquí, es esta ciudad, sin falsas pretensiones, en donde Gilberto Licona no pide el jardín del edén, sino vivir en un jardín menos jodido, sus metáforas para cantar el sueño de la amada son igualmente urbanas: el sueño tranquilo de los semáforos en rojo, y una trasgresión en el tiempo, que trae a Heráclito hasta el río Tijuana, porque aunque los textos de Licona no tengan falsas pretensiones, tampoco son simplistas, son de un lenguaje puro, cabal, que dice lo que debe decir, sin palabras más ni palabras menos, fluye para el lector, se deja entender, pero también encanta, sustenta la música en la rima interna algunas veces, en la repetición otras, en la aliteración las menos, pero hay ritmo, el texto se abre paso con su sinceridad de corrientes de agua límpida antes de desembocar en el río Tijuana y contaminarse de jeringas, de excremento, de basura; el torrente de palabras de Licona sale intacto, llega victorioso hasta el lector y deja ese gusto de agua fresca para quien tiene sed de una poesía que diga, que signifique, que hable desde el corazón y nos deje ver esto que no conocíamos de Gilberto...».


—¡Ándale, ándale! A la conchita hoy le tocó la suerte de ser la hazmerreír.
—Bueno, ya estuvo; basta de gracejadas. ¿De cuál fumaría la manolina?

Ante todo, la estrategia del loro enyerbado; cotos de lambisconería y complacencia en torno a la nada. Más que a una literata, la licenciada Algrávez semeja a una repugnante vieja alcahueta. Y pobre de aquel tontoculo que caiga hechizado y se deje llevar por esa “límpida sinceridad”, pues acabará contaminado de jeringas, excremento y basura. Toda la verborrea que la ruca suelta en su bártulo es pura cábula; detrás de su frenesí se aboceta un acto de politiquería barata.
Muy zorrocloca para el camelo nos ha salido la exfuncionaria culturosa.

—Como si de veras lo que escribe el Licona pudiera ser lo que la rucaila zalamea.

La comadre Algrávez debería de comportarse educadamente y bajarse un poquito de la demagogia para evitar que sea mayor el desprestigio que se carga. Es cosa ya de desvergüenza comparar al Gilberto Licona, partidario de la inoculación mediocre de la literatura, con el «yo trascendental» de un Paul Verlaine, de un Guillaume Apollinaire, de un Vicenzio Cardarelli o de un Camillo Sharbari.

—Y búsquenle la cuadratura al círculo y verán cómo terminarán con la chompeta reseca y con una especie de baba jabonosa escurriéndole de sus bocas.

Contrariamente al supuesto «banquete preparado ex profeso», lo que el chafado Licona ofrece en su impúdico panfleto «Bajo la noche tijuanense», es un desaguisado de letritas ranciadas, una intoxicación de palabras en las que se percibe la languidez poética. Trufado impudor cuasiliterario que —a pesar de estar respaldado por la mitomanía autopublicitaria— irrumpe para esfumarse en un abrir y cerrar de ojos.

—Como esa analogía de Heidegger en la que muerte y lenguaje aparecen como un relámpago.

Al chendear al Gilberto Licona como si fuera un artífice de altos grados de elaboración estética, la repentista Algrávez subordina la literatura a la metafísica, porque volteándole al bato la cachaza de excelso poeta, lo que se descubre en tal bambolla es la pinta real de un tosco y apresurado contrabandista literario.
Desprovista de hueso alguno que mordisquear, ahora a la señora Algrávez tiene tiempo suficiente hasta para evangelizar canónigos. Pero sus planteos no se pueden aceptar, pues habla de un refinamiento exagerado en pro de los textos del Gilberto Licona y, prescindiendo de un mínimo análisis estilístico, arenga en sus parrafadas que el mentado libraco, «Bajo la noche tijuanense», es un detonante de «auténtica poesía», de «bendita locura» y «que ha sido preparado con gusto y con pasión, además de finos ingredientes y buena mano».
Detrás de ese aprecio y magnánimo reconocimiento hay un discurso plastiquero y de mucha soba, amontillado en la ingenuidad, la ignorancia y la conveniencia camelera. Jaleo de bombo y palma, tiroteo de cohetes cortijeros y retintines de campanillas y cencerros.

—Ay, se me doblan los ánimos.
—¿Cuál es el verdadero nombre de Gabriela Mistral?
—Toma mi pañuelo y límpiate esos mocos.
—¡No me tortees enfrente de la gente!
—Ya vienen los chalanes.
—¿Me ayudas a destapar esta caguama?
—Preséntate con porte de poeta.
—¿No trajeron edecanes?
—No seas culera y dime la neta; ¿la hago o no la hago como poeta?
—No se trata de eso, Gilberto. Ya me están llamando para…
—Buenas tardes. Tenemos aquí al joven…

Y, a vuelco de impresiones y adjetivaciones inútiles, y con muy poco sentido de proporción estética, el protopoeta se sumerge en una ensoñación telúrica —o acción personificada— que se impone como entidad intangible y ambigua, (patente en la presencia del quiasmo «melódica angustiante»), y en cuya “apoteosis” (o “momento epifánico”) resuena como una «pequeña voz» que dicta órdenes y establece prohibiciones («no camines entre nubes», «si te detienes acabas»).
Se pretende hacer pasar por poesía una divagación introspectiva o discurso de invocación que se expresa en el rango de las indeterminaciones subjetivas de un espíritu fustigado.
He aquí sólo un entremés con sus caracteres resplandecientes de mezola y confusión.

Sueño en Tijuana

Pequeña voz
melódica angustiante
que me llama lentamente
bajo el sol áspero, tijuanense.

—“No camines entre nubes cariño
porque el tiempo gotea y te mata.
Porque soy un sueño
Donde si te detienes acabas”.

Ojos calaros, así,
detienen la tarde tus párpados
mientras la noche nos grita
desde su esquina
que debemos acelerar la espera.

Te soñé en Tijuana
como un ciego que cree escuchar la luz
para estar en calma •


Gilberto Licona

La actitud ante la vida es miedo y voluntad paralizada; es decir, absoluta disolución de las ideas en una conciencia que claudica ante las fuerzas externas e irracionales del mundo objetivo; percepciones que el sicoanálisis interpreta como «trasgresiones» y que por intuición pura se consideran productos de la ideación estética (pero juntar sememas no es hacer poesía). Formalmente, lo que se concibe como un poema es pura y vana retórica. A falta de tópicos literarios más convincentes, este tipo de sicodramas —como el que contiene «Sueño en Tijuana»— son lugares comunes en el gusto de los verbeadores líricos de esta frontera y hasta se consideran como los aspectos más valiosos para dar curso al arte de la palabra estetizadora. Ahora bien (mejor dicho mal), ¿por qué siendo tan abundante la cantidad de engranes que tiene el sistema estético literario, el Gilberto Licona prefiere darle vueltas solamente a una ruedecilla de esa inmensa maquinaria?; ¿porqué ese afán de extraviarse en laberintos sicologistas de bajo perfil? Tal parece que el batillo quiere develar su artisticidad poética a partir de un conflicto de naturaleza patógena y no desde los mecanismos lúdicos que, conjuntamente con el lenguaje y otros elementos prosódicos, son presupuestos necesarios para estructurar el discurso poético.
Asimismo, la fuerza motriz de su empresa “poética” no está subordinada al juicio crítico, sino a los miriñaques del lucro y el exhibicionismo. El inflado nigromante, autor de «Bajo la noche tijuanense», igual que la mayoría de sus colegas, sufre la mengua de los arcanos de la creación poética y limita sus convicciones líricas a exageraciones estereotipadas de un intimismo síquico, difuso e impreciso. Obsolencia que denota una especie de repulsión hacia los aspectos más importantes de la vida, las ideas políticas y sociales de la época —que son elementos que conforman la cultura y siempre se encuentran arraigados en las manifestaciones del arte— se descartan de la temática, aceptándose únicamente la inducción metafísica, la mística fuga y la flor de la abulia. Hay otra aberración que también que se le puede recriminar al vate lisonjeado, y ésta es la circunstancia de sentirse “inspirado” e “influenciado” por grandes monstruos de la lírica como el «cochino santurrón» de Juan Arturo Rimbaud y el «ángel del opio» Charles Baudelaire; difuntos muy anchos para el discípulo. Es cosa de risa y de incongruencia, puesto que los poetas malditos en mención, personal y estéticamente fueron enemigos del orden social de su tiempo y asumieron actitudes de choque frontal contra la ideología de la clase dirigente; en tanto que el Licona, sumido en el hoyo del oficialismo estatal, es la imagen concreta de filisteo timorato, mezquinamente afiliado al conservadurismo institucional y servilmente predispuesto a sacarle provecho al parasitismo fomentado por la política cultural de los organismos del gobierno empresarial en turno.

—Tomarlos como sus perceptores (o preceptores históricos), eso sí que es un atroz insulto.
—Y esa inclinación cada vez se multiplica más en muchos payasos que la juegan de poetazos.
—Ay, ingenuas víctimas de la noche de San Bartolomé.

Y la perplejidad continúa. Y qué remedio queda sino refrendar en la práctica esta sugerencia del máster Antonio Gramsci: «Contra la improvisación, el “talentismo”, la pereza, el diletantismo irresponsable y la deslealtad intelectual, la necesidad de una crítica interna severa y rigurosa, sin convencionalismos ni medias tintas»




NOTAS FINALES
[O GÜEVOS DE COCHI]


1.- Elizabeth Algrávez. Fue directora del Instituto Municipal del Cultura de Tijuana (IMAC) durante el virreinato de Chuy González Reyes. Como es de esperarse, la ruca calentó el sillón de matrona por vía "meritoria" de padrinazgo político del desgobernador del estado, Eugenio Elorduy Walter. Ejercicio de inspección del apalabre cuchupletero y una de las principales muñecas de tiro-al-blanco de los culturosos antichuyistas. En sus manos la cultura local se impuso como corsé ideológico del neopanismo y estuvo a punto de convertirse en una chismorra.

2.- Véase el articulejo «TERESA LÓPEZ AVEDOY O LA POETA QUE NO ES POETA»; así también este cabeaziado como «ANTOLOGÍA DE TRES TRISTES PEDORRAS».

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