SI EL MUNDO FUERA UNA JAUJA


REPRESENTANTES DE LA VIDA Y LA MUERTE

Como sustancia de seria opinión o materia de cháchara trivial, en horas y deshoras, en la alcoba y la oficina, mucho se garrulea que los poderes constitucionales del estado están carcomidos y destrozados; que los dirigentes de la cosa pública son gobernantes únicamente en sus ratos libres; que no hay astucia ni inteligencia para elevar tan siquiera la dignidad de los ciudadanos y que la armonía racional ha sido suplantada por la violencia delincuencial del «crimen organizado». El locutor declara: «El estado de derecho ha sido rebasado por los cárteles de la droga y las bandas de asaltantes y secuestradores»; el gacetillero narra la escabechina: «el crimen organizado arremete contra los mandos policíacos encargados de las operaciones antidrogas»; los trovadores del corrido norteño hacen su migas musicales con las hazañas de los malhechores y forajidos: «Con un kilo de polvo y una cuerno de chivo me la rifo como el Chapo y me pinto pa la sierra»; entre jóvenes mangueras median conversaciones que piñonean admiración hacia los malandros: «Atoraron al Muletas pero a la Perra le pelaron el jiote»; los políticos venales le meten más costurón a su estupidez: «La reacción violenta del crimen organizado y la secuela de asesinatos, así como los enfrentamientos entre bandas de delincuentes, son síntomas inequívocos de los logros alcanzados en la lucha contra el narcotráfico»; mientras en las capas de la pequeña burguesía o, como diría Brecht, en el gremio de las bestias inteligentes, se producen llantos, pujidos y pataleos: «Denunciamos que los abusos de acción y omisión en contra la ciudadanía y la amenaza del futuro de esta ciudad como un centro laboral, turístico, comercial y cultural, son responsabilidad de aquellos que debieran garantizar lo contrario. Hemos llegado de manera gradual y casi imperceptible, a una situación alarmante nunca antes imaginada, que ha provocado hasta el éxodo de ciudadanos atemorizados o ya víctimas de las lamentables circunstancias».

—Abstracta superstición de querer ver al mundo como una jauja.

Consideremos ahora esta copresencia del crimen y la violencia en el seno del estado y de la sociedad civil, o sea, en el reparto de la hegemonía (coerción y consenso). Según Max Weber, el estado es la única institución legitimada para detentar el monopolio de la violencia, sirviendo del ejército y la policía.

Continuará

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