ALICUIJES DEPENDIENTES DE LA CULTURA OFICIAL


ALICUIJES DEPENDIENTES DE LA CULTURA OFICIAL

«But ¿para qué arrojar piedras? ¿Para qué? No tiene caso, sería participar en el juego. Y cuando uno juega, termina confundido porque la gente que juega no piensa y la que piensa llena la vida de reglas y es muy fácil demostrar esto, le da uno una palmada a alguien y de pronto esa gente se queda empty y a mitad del camino desaparece. La onda es hacer lo que uno quiera y punto y ya… sé dónde está el blanco en este Paraísodelanada y trataré diario de ser como no fui ayer y trataré de no ser como los demás y por eso uso lentes oscuros nada más para distinguirme y por eso uso botas de cuero con barro para no olvidarme del camino andado… me enferma no sentirme libre y en la vida nena hay que ser libres como el viento libres como los pájaros y las abejas como los árboles y las flores»
Parménides García Saldaña, Pasto verde



DESACRALIZACIÓN DEL MITO Y UN CORAZÓN CON TESTÍCULOS

A partir de los siglos XVIII y XIX el estado consolida su «función ética» (cultural) y expresa su voluntad de bloque hegemónico, ostentándose como el principal detentador y depositario de las legitimaciones espirituales de artistas, intelectuales, filósofos y literatos; periodos de preponderancia —o dramas de la historia— en los que la gente de cultura sobrestima la «gran idea» de las libertades individuales, declarando «autonomizado» el campo simbólico de la cultura y las artes. Como si se tratara de un fenómeno de autonomía oficializada, el opúsculo de propaganda se atrincheró en las falacias de la validez categórica para maniobrar la situación de dependencia en que se encontraban los intelectuales «orgánicos» de esa época y recrear un ambiente de equilibrio político y armonía social, respecto de las fuerzas antagónicas que se disputaban el timón de mando.
Y, en ese fragor de múltiples incertidumbres, que no era otra cosa que el purgatorio del individualismo y la «cosificación» del sujeto en objeto (o sea, nihilismo ante la desolación), las relaciones humanas se desensualizaron, las oposiciones se transformaron en espectáculos mediáticos y lo conflictos se teatralizaron. Filosóficamente, las posiciones rivales dieron origen a una gama de ideologías que —tres decenios antes de concluir el siglo XX— hoy conocemos como sistema global o sociedad del pluralismo ideológico. Mientras la casta pensante declaraba la muerte de las ideologías y renegaba de los dogmas de las verdades absolutas, se alteraron las diferencias del binomio atracción-repulsión y se confundieron las ataduras con las posiciones independientes. Tres años antes de morir y con una perspicacia casi visionaria, Victor Serge anotó en su diario (febrero de 1944) que «los problemas ya no tienen la hermosa simplicidad de antaño: era provechoso vivir de antinomias como socialismo o capitalismo». Robert Musil y Karl Krauss ya habían previsto la misma sintomatología. La «grandiosa idea» socrática, que antaño regia el mundo, acabó metida en un retrete, en tanto que el pensamiento «omnisciente» terminó respirando pestes de alcantarilla. Quienes suponían que la vida era todavía un burro cargado de oro, para no correr el riesgo de desaparecer de la escena y perder posibles ganancias en el poder simbólico, diseñaron las licencias audaces y los buenos usos para exaltar las propuestas y proyectos culturales, procurándose únicamente referencias nihilistas y manteniéndose fuera de los fulgores políticos de izquierda y de derecha. Políticamente hablando, los políticos se volvieron entonces apolíticos y los agentes de la cultura, chambeadores dentro de un campo de producción excepcional, refrendaron su libre albedrío, mediante puras acciones simbólicas para efecto de no agredir ni lastimar los intereses, materiales y espirituales de la gran tribu de la ideología burguesa.

—Tanto así que solamente hubo gritos poéticos de rebelión, reproches que no traspasaron la epidermis.

Las cosas se revolvieron en un sistema plural de apologías y denuncias que uniformizó la vida política y banalizó la lucha de clases. En los connubios de la supuesta «muerte de las ideologías», los apologetas de la clase dominante idearon la nueva arma mistificadora: la tolerancia.
Quebrantado el «dogma» se desarrolló en la conciencia la arbitrariedad histórica y las clases económicas se transformaron en clases culturales, regidas por la ley de la diversificación política y mercantil, que a la postre son estrategias para enganchar auditorio y clientela. Desvanecida la rigidez ortodoxa, los cuestionamientos y compromisos fueron sustraídos de su interacción histórica. Ante las fronteras difusas del pluralismo, que niega a las divisiones impuestas, las respuestas dogmáticas perdieron validez y eficacia. Sucedieron los cambios de actitudes y los desplazamientos de filiación. Ahogada la racionalidad clásica en los pantanos de la complejidad y de la abundancia consumista, se desplegó la nueva inventiva posmoderna como un régimen global de construcción y destrucción de significaciones que sólo reivindica la dimensión cultural; que privilegia el oportunismo; que incentiva la aparente neutralidad política y que desarticula las convicciones por los canales del «in-put» y el «out-put».


LA ARBITRARIEDAD HISTÓRICA DE LA CONCIENCIA

En combinación con el pluralismo, hoy la cultura se circunscribe a iniciativas creadoras que están por encima de las distinciones sociales, cuyos productos artísticos sobrepasan los linderos del valor social como artilugios mediocres, sin del mínimo contenido estético, y que pasan como si fueran verdaderas obras de arte.

—No hay coherencia ni estabilidad porque el placer individual funciona como factor de unión y de separación.

En efecto, se trata de un sistema de múltiples alternativas que no tienen firmezas prácticas y ante los problemas surge una diversidad de respuestas contradictorias. El pluralismo retoma el trabajo de las utopías y se transparentan las fronteras entre lo que se legitima y se condena. En fin, todo discurso radicalizado tiende a ser empático con aquello que se le opone. Por eso da lo mismo estar a lado de los buenos o de los malos, ser de izquierda o derecha, rico o pobre, puta o mojigata, inteligente o pendejo. El conformismo y la pasividad se disfrazan de activismo y de lucha social para apaciguar las angustias de la seudoatonomía alienada de los espíritus manumitidos que se sienten libres de la disciplina oficial. Desde la “libre” institucionalidad de los grupos y cogullas que se organizan como mamandurrias de la “sociedad civil”, se renueva el sistema de la desigualdad socioeconómicocultural en un proceso de metalenguaje, ampulado por la retórica de los símbolos, y en el que la función crítica de la «intelligentsia» se remplaza con actitudes de oposición «ideal», en dialéctica perversa que unifica tesis y antítesis, y excluyendo la síntesis para quedar vertida como relación de causalidad o mecanicismo metafísico de engañosa apariencia, cuya metodología únicamente trabaja con simplificaciones y proponen sólo generalidades. O sea, la voluntad de no empeñarse a fondo, ocupándose solamente de las «particularidades» en el sentido de dar más importancia a los aspectos «culturales», porque es en ese plano superestructural donde se pueden sistematizar con más ímpetu las abstracciones formales, a tal punto de embalsamar cualquier innovación que ponga en «entredicho» el hecho cultural, domesticado y mutilado, por la conciencia institucional de las fuerzas políticas. Y éste es el papel histórico de los acotados seráficos que se han dejado atrapar en las redes quiméricas y bautizados como seres o entidades «independientes».

—O sea, entidades independientes de la dependencia de la cuestación.



PERO LA DEMOCRACIA NO CAE DEL CIELO

Disfrazada de pluralismo político-cultural, una supuesta «independencia» se traspisona en el momento oportuno de las promociones estéticas y de los bienes culturales. Y encarados a la contradicción del dilema chespiriano de «ser» o «no ser», no faltan los inescrupulosos e inescrupulosas que dan rienda suelta a la simulación de las yuxtaposiciones y se chanchullan como personas o grupos culturales «independientes-dependientes», dejándose llevar, tanto bueyes como arrieros, por ese tentador sofisma, cuya maligna cola —según decía el máster José Revueltas— aparece por debajo de las palabras.
Y los argumentos en favor de la trampa son más o menos éstos:

«En fechas recientes se realizó el Festival de la ciudad y siento que partía de buenas intenciones al incluir espacios independientes y disciplinas múltiples, se podrían mencionar otro proyectos como el Festival de Cine de Baja California…» [Mauricio Castro, En torno a los festivales, Arte de vivir, número 41, febrero de 2008, página 6].

Y desde la célula local hasta el macrocosmos, el adjetivo «independiente» empezó a sonar como la nota más clara en la acumulación de réditos del capital ideológico, como la afirmación defensiva en la renovación de las prestaciones políticas y morales para disimular la sumisión o la adhesión a la empresa estatal y, por antonomasia, a los intereses particulares que las determinan.

—Porque la voluntad es como un trasto viejo.

Además de que ya no hay distingo entre léperos y gente de talento (eso sin contar a los rebeldes, que ahora son tan pasivos como los carneros de Panurgo, de los que hablaba Leopoldo Alas Clarín en su novela «La Regenta»), estamos frente a un proceso simbólico de devaluación subjetiva que coadyuva a aceitar los engranajes del sistema.

«Previamente, Elías Ramírez, coordinador de la Casa de los sueños, hará la propuesta formal de renombrar la calle donde se ubica ese centro cultural independiente» [Bitácora, número 568, miércoles 27 de febrero de 2008].

Ay, ese metalenguaje, tan pesado y limitado en la retorsión de las premisas que dio por sentadas el viejo estagirita y que hoy tiene la tendencia de transformar en privilegios sociales y estatutarios (es decir, culturales) ciertas condiciones de improductividad. Los intelectuales viven en un estado de interdicción política y, creyéndose muy «progress», son típicamente conservadores en el organigrama del orden social y no hay grupúsculo culturero que no esté enganchado, anclado o uncido, al capital ideológico del aparato burocrático estatal de la cultura y a sus réditos simbólicos (popularidad, prestigio, apoyo).
Todas las sectas cultureras y capillas artisteras que proliferan en los enjutos del entorno culturoso local y nacional, se asolazan y se derruyen en el intento de capitanear y dirigir un movimiento que no sobrepasa la rutinización de las propuestas y proyectos institucionales de la ortodoxia oficial.

—Por su refinamiento tradicional y aristocratismo excluyente, los culturosos se vuelven reaccionarios y, también hipócritas, en una rutina podrida y fosilizada, encubierta por el afán ladino de servir al pueblo.



MONTÓN DE CHATARRA OXIDADA POR LOS MIADOS

Pareciera que se detenta un lenguaje de pura verdad cuando los emisores del discurso difunden los dispositivos de propaganda (que, paradójicamente, no pueden lograr sus efectos sin la mediación de un aparato cultural institucionalizado). Todo producto cultural suele ser soporte de un mensaje político cuando se superpone el valor interior de la conciencia, ya sea para mantener el pluralismo ideológico o incentivar el proceso de desideologización.
A pesar de que se proclamen dejos de «independencia» por quienes se ostentan como portavoces de ciertos mensajes, el estado y los aparatos de la burguesía dominante no dejan de intervenir en las organizaciones y grupos culturales que se autonombran “autónomos” para diluir la contingencia histórica. Pero los distinguidos paladines de la cultura «independiente», al cabo de unas cuantas abstracciones nebulosas, se vuelven jefecillos de instituciones oficiales y acaban hipotecando su escaso albedrío ante la inercia burocrática.
Y así, figura en el presídium de honor:

«Tere Riqué, ex promotora cultural independiente que tiene en su haber el impulso de la ópera en Tijuana… la funcionaria logra traducir su gran experiencia de promotora independiente en una conducción que rescate al organismo de su actual situación de parálisis» [Max Mejía, IMAC vuelve, Arte de vivir, número 41, febrero de 2008, página 8].

Y habría que desentrañar de dónde viene la voz que habla e indagar en los verdaderos epifenómenos culturales de esta señorona de nombre Tere Riqué para no dejarse guiar por las licitaciones erradas y ofrendas que se le despatarran. Bajó de su Olimpo para sellar su apostasía con el régimen político del virrey municipal en turno, embullando «su gran experiencia de promotora independiente» como valor de cambio en la colmena de los zánganos. Soberanamente, la ruca se acomodó en el cargo y se olvidó de la supradicha «independencia» [1].

—La mentada Terezuca Riqué, a estas horas ya debe estar hundida hasta la mollera en el cenagal de una burocracia cultural (quietista, formal, subjetiva, libresca, excluyente y con una inercia basada en el programismo ineficaz).

Mientras tanto, la docilidad pasiva de la culturosada se disfraza de participación activa, reivindicando una difusa autogestión:

«Por su parte, grupos de promotores culturales independientes han puesto en escena —en espacios públicos— iniciativas de arte exitosas en términos de audiencia. No se trata de la típica promoción comercial del artista, sino de una postura de gremio en torno a la ciudad: mostrar su textura cultural para pluralizar su imagen, provocar atmósferas públicas que les permitan a sus habitantes descubrir una ciudad distinta a la violencia» [Max Mejía, Crac, Arte de vivir, número 41, febrero de 2008, página 4].

A toda esa veleidad de «independencia» se le traspone un artificio de ocultamiento de “opinión pública”, trabajada y repartida como empresa de inculcacion e indoctrinamiento para ver en las instituciones de la cultura más que simples reproductores de ideales y de relaciones intangibles con el mundo del arte, en la medida que sus propósitos se pregonan como eminentemente culturales. Y para ello, las ambigüedades son fundamentales a la hora de convocar a la idealización oculta de la relación mando-obediencia en el discurso funcional de «cultura y arte independientes».

«La respuesta de los jóvenes ha sido impresionante y uno pensaría que la gente del gobierno habría cogido el mensaje. No es así, el presupuesto para el organismo municipal ocupado de la cultura, IMAC, permanece en los mismos montos bajos de hace seis años. Su directora —una brillante ex promotora cultural independiente— intenta dotar de oferta cultural los sitios próximos a la muchachada escolar, ¿pero con qué lo hará?» [Max Mejía, Crac, Arte de vivir, número 41, febrero de 2008, página 4].

La «brillante promotora cultural independiente» tuvo la grandeza moral de aceptar el puesto burocrático de matrona del Instituto Municipal de Arte y Cultura de Tijuana (IMAC) y, una vez que comenzó a mordisquear la chuleta presupuestívora, no necesitó más su «independentismo» de plastilina por considerarlo ya un estorbo, un quiste, una verruga indeseable.

—O sea, suficientemente inteligente (por no decir maquiavélica) para no ridiculizarse como una estúpida soñadora de barrio pobre

En tales circunstancias ¿cómo pueden preciarse y soflamar a los cuatro vientos que tipas y tipos como ella son independientes?



EMANCIPARSE ES MATARSE

Ni siquiera el lenguaje del sicoanálisis ha probado traducirse de otra forma, porque en este juego del revés y del equívoco («gioco del rovescio», como decía el Toño Tabuchi) siempre se frecuentan las dos orillas. Decir que son «independientes» es como liberalizar a Samuel Beckett de su relación con la esquizofrenia. Si los individuos o grupos culturosos son autónomos, esto significa que son autofinanciables y no necesitan de subsidios ni de canillazos institucionales.

—Al decir que son autónomos, creo yo, que simbolizan los cuernos de la bestia negra y el ritual del sacerdocio.
—O sea, son unos redomados mentirosos dependentistas, pues no son autosostenibles por sí mismos.

Su sobrevivencia está supeditada al mecenazgo estatal y a la dádiva de los dueños del dinero. Por más «independientes» que se autoproclamen no existe en nuestros lares organización o grupo cultural en cuya actividad se encuentre excluida la intervención estatal y que se soflame esa elocuencia motriz de «independencia» para persuadir incrédulos o pegar el chicle, pues nomás son trinos de pájaros nalgones. Si se sienten o se consideran muy «independientes», ¿porqué, en su acusado esnobismo y formidable influjo de refractación pluridimensional del arte, mantienen una actitud satélite con las instituciones de la cultura oficial? Hasta donde yo sé, no se realiza ningún proyecto, programa o festival artístico sino es de acuerdo con las necesidades históricas y materiales de los intereses de la oligarquía dominante.

—¿Para qué jalarse los pelos y gargarear que son independientes si estiran la mano para recibir el óbolo del ICBC o del CONACULTA?

Y se revelan esos puntos de contacto en situaciones parecidas a estas animaciones degradatorias de la «bétisse humaninè» culturizada:

«En la productora “5 y 10” los nuevos proyectos abundan y son bienvenidos los creativos artistas plásticos, músicos, cineastas, escritores en un afán por enriquecer este trabajo con contenidos profesionales y una visión renovada en el arte de hacer buen cine independiente»
[Marcela Danemann, Jóvenes apostando a un cine independiente, Notas del puerto, Bitácora, número 568, miércoles 27 de febrero de 2008].

Y, claro, lo que al principio parece un mérito, al final termina como una grosera pulla:

«”5 y 10” proporcionó el material para proyectar “10 cortos hechos en Tijuana”, un compendio de cortometrajes realizados por jóvenes tijuanenses y ensenadenses, con apoyo del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA)» [Marcela Danemann, Jóvenes apostando a un cine independiente, Notas del puerto, Bitácora, número 568, miércoles 27 de febrero de 2008].

Tratando de sacar el máximo partido a una situación, los mentados grupos “independientes” obtienen del gobierno lo que piden y lo que no piden. ¿Y qué hacen con su jactanciosa «independencia» luego que han recibido el apoyo?

—Obviamente que cancelarla.



AQUÍ HASTA LOS HEREJES DEPENDEN DE LAS CATEDRALES

Y no sólo se conocen obras, sino vidas y circunstancias de trabajo de gente que se ha postrado en ese nido de amores, ensueños y quimeras. Mientras, sin conciencia alguna que medie su criterio, disparatan su condición de falsos libertos, arguyendo que no están maniatados al estatuskú.
En realidad son como las ligas que se ciñen a la pantorrilla, como el Polifemo —en el idilio de Teócrito— enamorado de la niña Galatea. Pero el escenario aquí no es la isla de Sicilia, sino el CONACULTA, Bellas Artes, el ICBC, el CECUT o el IMAC. Y hasta los perros más grandes y bravos se han arrinconado a pedir croquetas, arrejolándose a las patas de sus pastores bienhechores. Como la protección paternal de la indiscutida superioridad y por los mismos rumbos de la vieja pedagogía entre adultos y niños, o peor aún, en el sentido de la relación habida en una «sociedad protectora de animales» y de gente que tiene la cabeza vuelta hacia atrás como los condenados de Dante, como parangonaba Gramsci.
Y, entre sofismas y juegos de palabras cabuleras, surgen las notas desinformativas para la desorientación de las pasiones:

«”Casa de la 9” celebrará sus cinco años con arte. El espacio cultural independiente prepara sus festejos de su 5to. Aniversario con múltiples actividades artísticas que iniciarán el 31 de enero»
[Julio Jáuregui, Fama, El Mexicano, 22 de enero de 2008].

Tal vez, creyendo que pueden darse un mundo mejor, se deciden a juntar en ese «espacio cultural independiente» hasta los olores místicos de la inviabilidad literaria y artística de la localidad. Motivaciones momentáneas y de ocasión con fermentos de la guía estatal de la cultura. [2]
Y a través del crisol del interés se patentiza la imposición del mensaje:

«”Casa de la 9” se ha distinguido a través de los años, por ser un espacio abierto a la comunidad, brindando exposiciones, acogiendo grupos independientes de literatura, teatro y danza, y ofrecer a sus visitantes algo más que un café » [Julio Jáuregui, Fama, El Mexicano, 22 de enero de 2008].

—Pero todo es esperpéntico, platónico, inútil.

Y los individuos que integran esos mentados grupos “independientes” (Daniel Serrano, los hacedores de la revista «Magín», Roberto Navarro y demás cófrades de grupúsculos como «Poeta No Lugar», «Apancho y laurel», etcétera) se distinguen por drenar en el submundo del oficialismo culturero y son todo lo contrario de lo que se dice que son.
Y muchos de esos fetiches cultureros se parecen a Pierre Menard y a César Paladión, esnobistas diestros en exaltarse a sí mismos como personalidades seudoliterarias que son una farsa y con una «independencia» que no han sabido poner en práctica. [3]

—Independientes, pero no se salen de la línea de programación oficialista de abundante cartón y plástico.

Verdad y falsedad son los suspiros que encarna la ficción. Y como lo fue la novela del realismo socialista, aquí la ficción es una sirvienta de la ideología:

«Su mérito reside en que es un espacio que se ha mantenido activo con iniciativa y apoyo de sus fundadores, y poco a poco ha podido consolidarse y ha contado con el apoyo del ICBC...» [Julio Jáuregui, Fama, El Mexicano, 22 de enero de 2006].

—La banalización de los mensajes: se es “independiente” pero con “apoyo”.

En realidad, las funciones y actividades de esos lugares y de grupos, malamente llamados «independientes», se llevan a cabo como expresiones y formas de una burocracia privada que se alardea con la tolerancia del contradiscurso. Y en las recreaciones y aspiraciones grupales, poca ruptura ya queda entre aquello que se legitima y lo que se condena. La detentación del derecho a la manipulación, que hasta hace poco tenían las grandes empresas y corporaciones, ha comenzado a diseminarse hacia los grupúsculos y capillas. Son las pequeñas organizaciones —dizque «independientes»— los nuevos centros de creación de las ideologías, con nuevas posibilidades de promoción en el orden del prestigio y del poder. Y es que las técnicas modernas de comunicación permiten a los actores y agentes socioculturales estar al lado de cualquiera. «Tanto las estructuras gubernamentales como las corporativas —señala Albrow— se conforman cada vez más como cadenas flexibles de prestadores de servicios y de empresas asociadas.

—O sea, el catarro ya no está en el pecho sino en la garganta.

En la última página del suplemento «Identidad», número #1618, de fecha 25 de julio de 2004, se publicó la cartelera promocional del «Festival de Teatro Candilejas», entonándose la misma fanfarronada independentista:

«El espacio independiente «La Alborada» organiza el encuentro teatral del 24 al 31 de julio de 2004».

Conqué facilidad se dice «espacio independiente», mientras en las señales más visibles de la letra impresa, con campechana naturalidad, se estableces las sintonías del oficialismo culturero:

«El Festival de Teatro, que cuenta con el apoyo del Instituto Municipal de Arte y Cultura, tiene como objetivo primordial la promoción y difusión del quehacer escénico que se gesta a través de actores, directores y directores…».

—Se repite la palabra independencia como si fuera mantra.

Oímos decir el mismo proloquio y, tras la lectura del texto, vemos que la expresión independiente se emplea con una ligereza más crónica que el de una mujer de cascos livianos. Como una etiqueta de quita-y-pon, como un chicle o gargajo pegado en el trasero.



PONIENDO AL TIRO LA HORA DEL RELOJ

Por darle un sentido solamente nominal al término y, a efecto, de esclarecer el tema que nos incumbe, recurro a la primera parte de la pregunta que hace don Antonio Gramsci, respecto al estrato que conforman los literatos: «¿Son los intelectuales un grupo social autónomo e independiente, o todos los grupos sociales tienen sus propias categorías de intelectuales especializados?» [La formación de los intelectuales, página 21]. Y como la nomenclatura «independencia» no puede cifrarse a un esquema simplista ni deriva de hechos circunstanciales ¿qué es lo que hace que un grupo, clase o estamento sea independiente? La cuestión la plantea y la resuelve con acierto el máster José Revueltas en un lúcido ensayo en el que concluye que ser independiente, más allá de su deformación teórica, es un ejercicio de conciencia que coincide con la realidad concreta y consustanciada a la práxis, su «teleología» es la acción misma del sujeto que se mueve por sus propios medios, facultades, aptitudes y capacidades que sólo a él corresponden y le pertenecen. «¿Qué es lo que determina que una clase definida de la sociedad sea una clase independiente? Para respondernos —dice Revueltas— habrá que ir del terreno de la teoría al de la práctica, puesto que la independencia no es un concepto abstracto, sino eminentemente operativo y actuante, es decir, que no existe sin la acción, está unido directamente a la acción, él mismo es la acción, la acción de ser independiente. Así, luego si la independencia es la acción de ser independiente, ¿qué le falta para convertir en algo independiente, para transformar en un ser independiente, al sujeto que la actúa? Le falta, tan sólo, que el sujeto de la acción se convierta en el objeto de la misma, se vea, se dé cuenta que tal acción él la hizo en virtud de un movimiento que le es propio, que nadie pudo realizar sino él mismo y que lo aisló, (o sea lo significó aisladamente) de los demás, precisando y delimitando sus propias facultades y posibilidades, como las facultades y posibilidades de un ser peculiar, característico e inconfundible. De esto se concluye que la independencia es la conciencia de ser independiente, conciencia que no se adquiere sino por la acción. Una clase es independiente, entonces, en tanto tiene conciencia de que la acción ha sido suya y de nadie más, y de que, al tomar conciencia de tal acción, luego existe como esa clase determinada, en y para sí misma, dueña de un cierto número de fuerzas y recursos para actuar» [Escritos políticos, Obras completas, página 110].
Y ¿cuándo llegará la hora de asumir la verdadera condición de fulanetes independientes? «Cuando cada hombre —dice Henry Miller— por fin comprenda que nada debe esperarse de Dios o de la sociedad o de los amigos o de tiranos benevolentes o gobiernos democráticos o de santos o de sabios, o incluso de lo más sagrado de lo sagrado, la educación, cuando cada hombre comprenda que tiene que trabajar con sus propias manos para salvarse, y que no debe esperar misericordia, entonces tal vez… ¡Tal vez!» [Carta abierta a los surrealistas dondequiera que se encuentren].
Pero aquí, escritores, periodistas, artistas y promotores «independientes» se entregan en cuerpo y alma a los poderes proteicos del «ogro filantrópico», copiando la voz rectora del establecimiento cultural oficialista y actuando en la misma dirección abstracta; esto es, en la repetición mecánica de las fórmulas estatistas y los arquetipos corporativitas de Júmex, Nestle, Televisa, etcétera. Por tanto, calificarse como independientes no es más que una estrafalaria ocurrencia, pues la significación precisa y exacta de tal adjetivo es escurridiza, se les escapa y se les disloca de su objetividad.
Es un dulce lirismo que no mortifica la salud mental a la hora de las relativas ligazones, cuando se bambolean las mamilas de la vaca presupuestal. La categoría sociológica de «independiente» aquí no se sitúa fuera del sistema, fuera de sus adhesiones, y hasta tiene un valor provisional, eventual; se toma, se deja y se vuelve a retomar. Se trata de una independencia que no tiene sentido de oposición, es decir, de negatividad como el modelo hegeliano. O sea, es una independencia pero con subyugamiento. Es la inversión del diálogo de Sócrates en el que sus interlocutores no actúan por cuenta propia, una independencia que no quebranta la dependencia edípica entre los grupúsculos cultureros y el estatuskú. Sus objetivos, sin práctica conflictual, se cohesionan a la sombra del poder en una razón de concordancia que se define como una dicotomía conciliadora entre los «ellos» y los «nosotros».



«INTUITU PERSONAE» Y SEUDOATONOMÍA ALIENADA

Las autodenominadas colectividades y organizaciones independientes, y que supuestamente realizan actividades artísticas y culturales al margen del estatismo gubernamental, necesitan desenrollar sus panegíricos porque no se bastan por su sola propulsión e impulso. Son grupos cerrados, expresamente limitados, que aparecen ante la opinión pública como la encarnación de fuerzas estoicas, pero se hayan supeditados al plano normativo burocrático. Se sienten muy confiados en sus propias virtudes democráticas y, sin embargo, son unos catatónicos pedigüeños. Mientras invocan la ley de la distinción, mantienen una política de acercamiento con las piadosas instituciones el poder hegemónico.
Hay que diferenciarse de los demás, aunque sea con ambigüedades. Y la intervención lenguajera es el instrumento esencial para la promoción. Promoción de topología crítica moderada y que, desde luego, tiende a desarrollarse en concordancia con los intereses de las clases dominantes. Sublimación entusiasta y cuyas expresiones de forma importan más que las realidades conflictuales que subyacen en el contenido. Acciones simbólicas en pro de la cultura para asegurar los engranajes.
Subsiste en el fondo una sociología de difusión del engaño, un rótulo anfibológico con el que se pretende seguir contrabandeando los simulacros de capilla y cofradía en un pueblo de ignorantes y desposeídos, una simulada idealización del problema cultural en manos de ilusos que, vanamente, creen que pueden hacer lo que los políticos no hacen. El quehacer intelectual ya no tiene sentido ni ubicación precisa, se ha descongestionado. Y el cambio de intención que antes era un fin, hoy es un medio.

—Los culturosos ya no sirven a la cultura, sino que se sirven de ella.
—Y la vida culturosa es un banquete o una inanición. Y más ahora que hay portentosa hambruna de artistas, intelectuales y promotores “independientes”.



NOTAS O HUEVOS DE COCHI

1.- A diferencia de los dos anteriores directores que tuvo el Instituto Municipal de Arte y Cultura de Tijuana (IMAC), la ñorsa Teresa Riqué tiene en su favor un enjambre de aduladores que le descollan sofismas y vanidades cucarachescas. Se trata de cameleros y burrificadores que son miembros de la cofradía a la que pertenece doña Riqué. A ver, en buen criterio y para rechazar tal sandez, ¿porqué a la Elizabeth Algrávez y al Alejandro Rodríguez no les colgaron todo ese rollo de vacuidades que ahora le empapirolan a la nueva titular del inservible establecimiento seudocultural en cuestión? Debieran de ser parejos, cuando menos en su verbosa coba. Que la ruca se encargue de regentear una antigualla elitista como lo es la «Ópera en la calle», no es garantía de chingonería y eficacia en el decurso de la labor burocrática que se le encomendó. El membrete de «promotora cultural independiente» de «gran experiencia» no es más que una connotación de intromisión forzada en la nómina de los huesillos políticos. Bien podrían poner en tal dependencia municipal a cualquier franelero o sacaborrachos que se les antoje y en nada cambiará la situación y el estado de cosas que guarda el IMAC, pues este organismo chatarra funciona casi por inercia y se encuentra en un marasmo difícil de superar. Por tanto, la ruca no es la «plus ultra» como se quiere hacer saber en las notitas palinódicas que escriben sus compinches periodiqueros. El «quid» de esas asociaciones verbales lisonjeras estriba en exaltar las supuestas virtudes de la nueva funcionaria para devaluar a los adversarios políticos, marcando al mismo tiempo las identidades ideológicas de los emisores del discurso, es decir, de los fenómenos ilusorios de la democracia formal y del pluralismo legal que los culturosos dependentistas confunden con la autoemancipación y la difusa autosugestión, sin darse cuenta que son seres baldados entre una jauría de lobos.

2.- A una dimensión indefinida —que puede o no contener sobre sí alguna cosa— los blabladores la denominan institución, casa, revista, programa y hasta televisión. Y así se babea, perorando cretinismos deslenguados: «un espacio para el encuentro cultural», «un espacio para la proyección de talentos», «un espacio de comunicación», «un espacio para debatir ideas», etcétera.

3.- Distinguiéndose por su estado de inanición periodística, el gacetillero Julio Jáuregui, en la sección Fama del pápiro El Mexicano (edición del día 22 de enero de 2008), y en la que saca a colación papiruchesca el articulejo que intituló «”Casa de la 9”, celebrará sus 5 años con arte», mientras se desvive en halagos moquientos, anota que en el “ambicioso aniversario” de dicho congalito tertulero (el que cretinamente cataloga como un «espacio abierto a la comunidad», «acogiendo a grupos independientes de literatura, teatro» y demás ralea culturera) no faltará la «presencia de la literatura» (personificada por don Luis Humberto Crosthwaite, quien se literaturalizó en dicha «presencia». «Asimismo —apunta en su redrojo el gacetillero—, el dramaturgo Daniel Serrano ofrecerá una charla e integrantes de la revista “Magín” (¡gulp!, ¿de cuándo acá una revista tiene integrantes?) ofrecerán lectura de textos libres».
Y así continúa la información basura que excreta el tal Julio Jáuregui (y lo peor del caso es que le pagan por escribir tales chingaderas).

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