JOSÉ VICENTE ANAYA O EL HAMBRE DE LOS PIOJOS EN UNA PELUCA
JOSÉ VICENTE ANAYA
O EL HAMBRE DE LOS PIOJOS EN UNA PELUCA
En cierta ocasión y circunstancias, ya dispensadas por mis correcciones, estuve tentado a creer que José Vicente Anaya era un escritor decente en el mundo de las alegorías desmedidas, pero el viernes 9 de noviembre de 2007, alrededor de las siete y media de la tarde, me cercioré que el don se malquista entre otro más de los chupancones de pijas habidos y por haber. Vino a Tijuana, supuestamente, para dar una “magistral conferencia” —como dicen los cretinos— “en el marco” del «V Festival de Literatura del Noroeste» que, entre sus chuchadas de mala pécora, organiza la burocracia cecutiana en este culo de San Diego. Gracias a los estipendios autorizados por el presupuesto estatal, y como buen marsupial del poder letrado, el señor José Vicente Anaya se ha vuelto un especialista en no decir nada, en un «niúmen» sin origen ni destino. Y muy eficiente fue para bruñir y dragonar falacias, con algunas pequeñas verdades de refilón, sazonadas con bachichas de inverecundia y lambisconería. De sus añagazas cultivadas obtuve una rica cosecha de carcajadas. Ya tenía tiempo que no me reía tanto; pues la última vez, si bien recuerdo, fue cuando escuché los disparates de un quío que se llama Antonio Navalón. El mismo impulso propagandístico en ambos batillos, con la salvedad de que la plétora del Navalón apenas sí puede soportarla no menos de quince minutos. En vez de una «magistral conferencia», lo que JVA ofreció a la escasa pelusa que asistió a su recital, en la «Sala de usos múltiples» del Centro Cultural Tijuana (CECUT), fue un ejercicio de burla, de palabrejas manoseadas y de superficialidades temáticas, respecto de una disertación que fue anunciada con el alpende de «Conferencia magistral: Poetas del norte». Contagiado por la misma solercia que padecen gándulas como Jaime Cháidez, Alejandro Rodríguez, Adolfo V. Nodal, entre otros matraqueros, José Vicente Anaya no se digna a hacer un esfuerzo intelectual honrado; invoca presupuestos de interés público para literatura porque se considera un verdadero ciudadano del país de los letrados y tiene el deber de ser lambiscón con sus compitas y congéneres de capilla y tertulia dominguera. Y lo demuestra lamiéndole las patas a Erasmo Katarino Yépez, a Laura Jáuregui y a una runfla figurones que trapichean en las maficietas de la mamotería culturosa; contando chistes que, según él, eleva al plano superior de las ideas. Prodigiosa y esplendida es para este men la producción letrera que se gesta en estos muladares de inanición artística. Qué generosidad intelectual la suya; marcha a la orden de su empleador, siguiendo el catecismo de su tiempo (aunque tenga que hacerlo caminando en cuatro patas). ¿Por qué tal actitud? ¿Acaso no ha conseguido el gran destino que ha deseado como proyecto final de vida? El intelectual es dócil, sumiso, como burro con albardas.
—Órale, ya sabemos: si se aparta del rebaño institucional solamente tendrá un lugar de honor en la fosa común.
—Ahí esta el detalle, como dijera el compadre Cantinflas.
Don José Vicente Anaya, a falta de inteligencia, posee la astucia y una lógica que se erige sobre un pensamiento paralizado; una pasta de palabras que se vuelve costra gruesa suena en la voz del “magistral conferencista” pero el “conferencista magistral” no dice nada. Invoca el espíritu de la anarquía profunda de Antonin Artaud, pero no admite que el arte nuevo está prisionero de sus viejas formas; niega que en la frontera (norte) la mayoría de la literatura está hecha por lerdos, que es crapulosa y no corresponde al estilo cultural que exigen las circunstancias de la época actual. En las cogullas monacales del arte y la cultura, con escasas excepciones, no vemos más que zotes de literatos y poetas de renco talento que no han superado la ambición banal de figurar en el escaparate de los simulacros. Que muchas tipas sean nombradas poetas y muchos tipejos sean considerados hacedores genuinos de literatura no es más que una tontería inadmisible. La mayoría de ellos y ellas se encuentran todavía en un estado semicrepuscular, larvario. Pero aquí el negocio estriba en jugarla al poeta o al novelista y luego pedir el reconocimiento, no con la madurez y capacidad necesaria, sino por motivos ideológicos serviles. Y en estos menesteres de dar rimbombancia a experimentos primerizos de diletantes y neolalistas, a quienes no se les ve mucha candela de ingenio o habilidad, ni se les puede exigir excelencia en la forma, porque el horno no está para bollos, don José Vicente Anaya —empalagoso hasta en puntas y ribetes— certifica las lumbreras de la patria literaria. Pero, mentiras, no hay tales lumbreras. Ahora, si el batillo quiere hacer gárgaras con puños de harina, allá él. Si juntamos a los literatos y poetas que se dan a valer como empapirolados cuentistas, cronistas o poetas, la trastada es para revolcarse de risa. Pues, la porqueriza de pipiolos es grande y, en rigor, tanto en poetas como en narradores, a sus creaciones y productos letreros, lo que les rebuzna es la calidad. A quienes ensalza y alaba el señor Anaya es, en su mayoría, a una masa de incapaces que no tiene en su favor otra razón que el número. Entonces, dicho de otra forma, la rentabilidad espiritual de las bellas letras no alcanza otro lugar que la complacencia. Pero el Chente Anaya es necio y opina lo contrario. ¿Acaso no le bastó con mirar el elenco de poetas enlistadas en la cartelera publicitaria del «V Festival de Literatura del Noroeste» para darse tinta de qué pata cojea la mula? Echemos un fisgonazo: «Colectivos literarios independientes: Poeta No-Lugar vs. Acanto y Laurel», capillas, respectivamente, representadas por Adrián Sánchez, Yohanna Jaramillo, Paty Blake y Roberto Navarro; Brandon Cesmat, Francisco Bustos, Julieta González Irigoyen, Tania Gayton y Aída Méndez (viernes 8 de noviembre de 2007); y para la «Lectura de poesía del norte de México», debutando en «Mesa 2», en fecha viernes 9 de noviembre de 2007, y en calidad de supuesto “poetazo”: Gerardo Navarro. Sin pasar por alto a otro gran elenco de epifenómenos de la “alta poesía” que se cultiva en la Baja California, en acto previo están Gilberto Licona, Laura Jáuregui, Mavi Robles y Alejandro Sánchez (con decir que hasta el Daniel Salinas sucumbió ante esas pasiones viscerales).
Bien decía Nietzsche que dolor es eterno mientras el placer quiere ser eterno. El común denominador de los valores burgueses es la hipocresía. Perros y gatos en un costal; todos juntitos.
—Queliace, hay que experimentar la pasión, no importa cómo acabe uno (pues pasión aceptada se paga con la vida; pasión rechazada se paga con la muerte).
¿Quién se mantiene al margen de la farsa? Desustanciada anda por aquí literatura y la poesía es pura mugre de cazuela. Escenas de un patetismo bárbaro; quítenles los calificativos de poetas a gente como la Aída Méndez, el Gerardo Navarro o el Gilberto Licona y ¿qué queda? Una pobre máquina humana perdida en la espesura del anonimato y de aquello que garrapatean, cuando mucho, un artificio autista o una chingadera ininteligible. Se es poeta con una voluntad expresamente manifestada con la pedantería, la comadrería y las situaciones intrascendentes. Pretenciosos, ridículos mediocres e ignorantes. ¿A quiénes animan a leerlos?
Superficial, rastrero y convenenciero, míster José Vicente Anaya, en el ascua de la lambisconería, en vez de reivindicar la poesía la anda zamarreando con desmesuras chabacanas. En tales condiciones, debería sentirse abochornado y pedir disculpas por sus elocuentes arrebatos. El infeliz “conferencista” le da importancia taumatúrgica a algo que cualquiera puede hacer. Su oscurecimiento irracional, su filosofía intuitiva, no dan para más. Promueve a poetas «traspuestos» con una conciencia moral dividida en los mismos términos que la división social del trabajo. Y al bato no le veo otras trazas que promocionar la literatura con la finalidad de exterminarla y, con un fin en si mismo, provocar el hundimiento de la verdadera poesía, por un lado, hacia la degeneración libresca y, por el otro, hacia la frivolidad diletante.
—Bueno, le dijo la mula al freno, cada quien está en todo su derecho de decir o escribir boberías.