ALEJANDRO RODRIGUEZ Y JAIME CHÁIDEZ BONILLA: UN MOMENTO DE SATRAPÍAS CULTURALES

¿Qué entiende el señor Alejandro Rodríguez por vanguardia que no sean los residuos de los viejos grupos culturales diseminados hoy en nuevas capillas?


CORDEROS EXPIATORIOS O VÍCTIMAS DE LA MODA

La palabra es un recurso adyacente al fenómeno de la reproducción ideológica para la concatenación de ilusiones y de fluctuaciones especulativas. Y en los confines de la práctica mundana no han de faltar los avezados que se convencen de hacer suyas, por emoción o por conveniencia, falsas ideas. Los conceptos abstractos son indispensables para las tareas pragmáticas que intentan justificar el discurso de aquello que no es lo que en realidad es. Lo mismo decían Voloshinov o Benedeto Croce con relación a la estética, en el sentido de que no puede haber intuición sin la expresión, porque no solamente hay espíritu sino también ideologías. Aunque esas ideologías tengan su base en simples percepciones de ocurrencias disparatadas como las que aquí voy a dar cuenta.
Hay ciertos aspectos superficialmente románticos con relación a los negocios de la cultura que se trastruecan en este tafanario fronterizo, y puesto que hay un ensalzamiento sospechoso de las fruslerías artísticas de por acá, queda entonces la encomienda de juzgar sin futilidad lo que en realidad sucede en los temas que giran en torno a los avatares del arte y la cultura fronterizos en los que predominan los afeites, las extravagancias y los desenfrenos. Por tanto, con los pelos de la burra en la mano, a las pruebas me remitiré.
Opinólogos y jilguerillos de la cuestión culturosa no cesan de pregonar el supuesto «bum» cultural que vive de la frontera norte de México. La idea de que en Baja California se está gestando un moviendo cultural de repercusión universal más parece un prejuicio de inferioridad cultural o un desvarío de conciencia. Y, además, para colmo de los colmos, también se alega que la cultura local, es decir, bajacaliforniana, ha roto sus esquemas clasemedieros y se ha vuelto ya un fenómeno de aprehensión pluralista, es decir, de multiplicidad global. Pero, como decía Gramsci, por casualidad o razón tendenciosa, en este tipo de vaniloquios «se cree que la gorra es la cabeza y el hábito hace al monje». Para una conciencia ingenua y sin contenido teorético, cuando no hay referencias histórico-culturales de las cuales asirse, un disparatario de sandeces puede ser una certeza de verdad objetiva si se recurre a una casuística de falacias, resuelta por vía del descaro demagógico y que hace delirar a más de una docena de melolengos que se atienen a la vaga indicación de que en la Baja California, y específicamente en Tijuana, existe un «bum» artístico y cultural de vanguardia.
Sumándose al mismo pregón de mentecatos como Jaime Cháidez Bonilla, Mario Ortiz Villacorta, Antonio Navalón, Roberto Jiménez Rosique, Diana Palaversich, Adolfo V. Nodal, José Vicente Anaya y un chorizal más de aficionados a sofismos banales del mismo corte y catadura, un personaje que no calla ni se amohína ante tales mentiras es el señor Alejandro Rodríguez, director del Instituto Municipal de Arte y Cultura (IMAC) durante la administración gobiernista municipal de Jorge Hank Rhon. Y quien lo guía al precipicio de los malabares cameleros es el seudopoeta Roberto Navarro, en una entrevista cuya primera pregunta es lanzada con estos pormenores:

«¿Hay o hubo un boom de Tijuana como productora de artistas de vanguardia?»

Vamos a ver qué contesta el señorón:

«Yo creo que en Tijuana nos ven desde el centro de la república, y de otras latitudes, como una capital cultural, en donde la creación artística tiene matices muy importantes. En primer lugar hay mucha creación artística, y en segundo lugar es una creación de vanguardia, en la cual los artistas están desarrollando expresiones en distintas disciplinas que no son las tradicionales que no ves normalmente en el centro del país, sino que van un poco más de la mano de las vanguardias que se dan en otras partes del mundo» [Tijuaneo, Número 9, octubre de 2007, página 28].

Abunda el cinismo cuando los opinólogos hablan de cultura y arte. Sería muy útil que don Rodríguez nos indicara dónde están esas corrientes de vanguardia que dice existen en Tijuana; pero no hay prueba manifiesta de ello. Confrontando la realidad con el sermoncillo que suelta el ñor, habrá que colocar sus palabras en la superficialidad y la incongruencia. Es más probable que le crean el «cuento chino» al Zhenly Yen Gon, dueño de los 205 millones de dólares que incautó el gobierno federal, que al exponente de esa balumba de consabida proyección genérica, disimulada y engañosa. Considerando su afable oportunismo, a míster Rodríguez le conviene decir lo que anda diciendo, como si se tratara de la voz de una voluntad colectiva la que en realidad expresa tal corriente de vanguardia. ¿A qué criterios de valoración se atiene? Aquí, como en otras latitudes, la cultura anda de capa caída. Y tanto a Rodríguez como a los hacedores de —dizque— productos estéticos les conviene esta parafernalia de hiperbólicos elogios. El ámbito de la cultura y las artes se haya saturado de novicios y galopines, en los parajes de la literatura y la pintura no vemos otra cosa que diletantes o aficionados a la artisteada y al egocentrismo morboso. Pero aquí el gusto por la propaganda trinquetera pesa más que la calidad y el talento. Y lo cierto es que una cosecha mediocre de bienes artísticos es lo que se publicita en la categoría de producción de excelencia artística, pictórica, poética y literaria. Buen calado de manierismo expresivo eso es lo que sí hay en esta frontera. Músicos, poetas, narradores y pintores andan rengueando de la misma pata. La base de este «quid» es que se retratan las complacencias, los compromisos y el gusto subjetivado de una moda tonta como el «textualismo» en la literatura o el arte «emergente» en la plástica visual. ¿Qué entiende el señor Alejandro Rodríguez por vanguardia que no sean los residuos de los viejos grupos culturales diseminados hoy en nuevas capillas? Y, aunado a ello, ¿quiénes son los elementos culturales que han contribuido a alcanzar ese mentado «bum»?; es decir, ¿dónde están esas subjetividades objetivadas universalmente en vanguardias? Las artes, por más modernas e innovadoras que se presenten, tienen una marcada tendencia conservadora y carecen de éxito y de resonancia en la sicología popular. Además, no existe tampoco la articulación conciente de una cultura alternativa para que se hable de vanguardia en los términos espetados por el flamante director del IMAC y de demás merolicos que lo secundan o lo preceden en tal discurso. Por sufragio universal del señor Rodríguez los artistas de Tijuana se elevan por encima de todos los demás creadores estéticos y, sin que nosotros lo sepamos, este culo de San Diego está rebosando de genios del «avant garde». Y ¿quién le refuta ese juicio de autoridad suprema para evaluar tal bambolla? Una moda no puede valer como verdadera vanguardia. La vanguardia no existe, los genuinos vanguardistas preferían las antiguas verdades y desdeñaban las habituales modas que fluían en la temperancia creativa. En 1625 la vanguardia era Aristóteles. «Nada cambia menos que la vanguardia», decía Jean Anouilh; «Estoy con el clasicismo», les contestaba Eugene Ionesco a los periodistas, mientras se sumergía en lo irreal y, sin perder los estribos, se nutría de los elementos más putrefactos de la sociedad de su tiempo. En lugar de vanguardia, lo que aquí hay son puros «cocottes» de gallinero sin gallos que canten al amanecer. Endilgar una vanguardia es como creer que un nihilista puede convertirse en humanista. Los artistoideanos de por acá no han hecho otra cosa que oponer a ideas caducas de la vieja estética un sistema de eslogans; intentan saciar el hambre con migajas de pan. Se trata de pura superchería escolástica para tapar los agujeros de la memoria, puesto que no se ha formado un grupo social homogéneo en el campo del arte y la cultura que pueda representar cuando menos un preludio de avanzada artística. Tampoco existen las premisas para que se hable de la existencia de una vanguardia. Habrá qué ver qué entiende por vanguardia el señor director de IMAC. ¿Qué lecturas y hechos estéticos marcan sus injundiosas conclusiones?, ¿quién lo guía a dar esos golpes de baraka si de todo lo que arguye se desprende un olor de ranciedad? Las mismas nomenclaturas son vomitadas por los merolicos en turno para adecuar los asuntos de la cultura a exigencias prácticas. En primer lugar, el señor Rodríguez no es un intelectual de profesión, pues, en sentido vulgar es un burócrata chambero; ergo, la noción que tiene del fenómeno cultural, es una concepción disgregada, incoherente, rastrera, inconsecuente y acrítica. Y, en segundo lugar, esa misma postura la han venido empollando la mayoría de los adalides de la cultura gacetillesca que predomina por estos lares; son expresiones puramente verbales y demagógicas, machacadas por la mercadotecnia publicitaria local. Ensueños condimentados por el complejo de inferioridad cultural que viven los culturosos fronterizos.

Engrudo de letras en un hombre desleal a sus convicciones. Así arregla sus enjuagues Jaime Cháidez, mientras a borbollones le brota la hipocresía, la estupidez y la lambisconería. Instantánea y vertiginosa es su charlatanería.


METODOLOGIA PARA DESDECIRSE DE LO QUE YA SE DIJO


Poniéndole buena cara a la mala suerte, voy a peregrinar por las páginas de algunas revistillas y suplementos en las que se chasquea a lengua suelta acerca de los estertores de «vanguardia» de ciertos espíritus confusos que se creen lúcidos representantes del «bum» cultural. Resaltan los frustrados desmedros de la elite culturosa por alcanzar la cúspide del pináculo artístico en diversos eventos y festivales que organizan los lumpenintelectualoides que se alimentan con las carroñas presupuestívoras que otorgan las instituciones oficiales como el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) o el Instituto Municipal de Arte y Cultura (IMAC) y otras entidades empresariales y capillas subvencionadas desde las antípodas del poder mediático, político y económico. «Entijuanarte», «Celebrarte», «Insite», «Festival de literatura del noroeste», «Encuentro de escritores transfronterizos», «Tijuana cruda», «Un grito por la poesía», etcétera. He aquí la malograda nitidez expositiva del recuadro de participantes y personajes involucrados en dichos eventos y congregaciones de capillas y grupúsculos seudoartísticos que brindan al espectador tartajos de expedita dislexia escritural y horrendas decoraciones de almacenes de provincia. ¿A qué obedece tanta bazofia pictórica y lingüística? ¿Porqué ese intento desbozalado de exaltar un cúmulo de virtudes donde no las hay? El arte está hoy abierto a las arbitrariedades y todos quieren ser artistas, poetas, escritores o periodistas culturales. Y la utilería publicitaria sirve muy bien como propaganda mediatizadora para vender, embaucar, atolondrar, manipular, ofuscar y castrar la tesitura lógica, permitiendo que viles descerebrados, neolalistas y diletantes sean encumbrados como auténticos hacedores de arte y productos culturales. ¿En nombre de que marsellesa se predican tales despropósitos? El negocio es falcar extravagancias y maquillar las cosas simples con mafufadas inverosímiles para darse tartarín.
¿Y quienes coadyuvan a promover ese tipo de insensateces? Contradictoriamente los mismos que las cuestionan, siempre y cuando no se trate de los ángeles de su devoción. Y un ejemplo palpable, a parte de otros cretinos de doble cara, lo encarna la persona misma del gacetillero de farándula culturosa Jaime Cháidez Bonilla, mejor conocido como la «Paty Chapoy» de la cultura tijuanense (o el Daniel Bisogno del periodismo cultural, dixit Fidel Ernesto González) [1]. Con la desvergüenza moral que lo distingue y en calidad de cofirmante “indignado”, Jaime Cháidez Bonilla se sumó a disimulo teatrero que el Foro Cultural Ciudadano de Tijuana (FOCUC) desplegó en un manifiesto de fecha 7 de febrero de 2005, el cual contiene este posicionamiento ambiguo y ambivalente:

«Ante la nula tradición critica y de participación ciudadana efectiva en los asuntos culturales, los poderes burocráticos lejos de abrirse a la sociedad se vuelven cada vez más herméticos y rehuyen, inexplicablemente, el diálogo. Eso es lo que ha venido comprobando el FOCUC en su breve vida pública en los meses recientes. Los miembros de este organismo ciudadano, lo suficientemente acreditados como artistas y promotores culturales en Tijuana, reafirmamos nuestro legítimo derecho a participar en los asuntos culturales que nos incumben, realizando para ello una crítica constructiva como desde un principio lo hemos venido haciendo» [Identidad, edición del domingo 13 de febrero de 2005].

Bien dicen que cuando el lobo se harta de carne se mete de fraile. Jaime Cháidez Bonilla, muy campante, se rasca los testículos para hacer suya la anterior displicencia y ha de creer que posee las credenciales necesarias para ostentarse como «promotor cultural», suficientemente acreditado para abrirse al diálogo y dar cabida a la participación ciudadana en los asuntos de la cultura. Engrudo de letras en un hombre desleal a sus convicciones. Así arregla sus enjuagues la inteligencia alquilada de Jaime Cháidez, mientras a borbollones le brota la hipocresía. Instantánea y vertiginosa es su charlatanería, pues en sustancia ejerce lo que el FOCUC cuestiona y critica: el hermetismo y el monopolio de capilla en favor de la pandilla de merengueros a los que rinde coba. Y, aunque suene literariamente escandalosa, esa es la verdad. El güey magnifica e hincha lo que, por ética periodística, debería de cuestionar. Pero le gana la obstinación cortesana en sus rumiaciones de promotor cultural, relegado al limbo de los lambiscones como ganso del periodismo repetitivo y adulador. Guachen:

«La reciente versión de Entijuanarte fue un éxito en cantidad, los tijuanenses lo han hecho propio. (sic). Por lo pronto, felicitaciones a todos los que formaron parte de una fiesta colectiva que hizo del Cecut un Zócalo de alegría, de amigos mutuos, del encuentro con extraños que posiblemente nunca coincidirían en otro lugar, pero aquí, en un festival interdisciplinario, todos tienen permiso de mirar, de tocar, de formar parte de una Tijuana llena de arte» [Jaime Cháidez Bonilla, Frivolitos de la olla, Identidad, 1793, domingo 14 de octubre de 2007].

—Uy, sí. Una Tijuana llena de arte.

Vaya metodología para desdecirse de lo que antes se dijo. Ahora, uno de esos poderes burocráticos como el CECUT, que lejos está de abrirse a la sociedad —cada vez más hermético y que rehuye al diálogo— ahora se ha vuelto un “Zócalo de alegría y de amigos mutuos”.

—Qué poca madre.

Con esa serie de farolerías y gazpachos insensatos el autor de «Frivolitos de la olla» y ojete «cordinador» del suplemento «Identidad», “suficientemente acreditado como promotor cultural” y reafirmando su “legítimo derecho a participar en los asuntos culturales que le incumben”, cogido (y bien cogido) por las tenazas del periodismo mercenario, y sin chistar ni hacer pucheros, se suma a la balaca de los poderes burocráticos herméticos, al fruto podrido de las calamidades, inventando desvergonzados trucos teóricos en la intentona de acomodarse en el consenso culturoso con lisonjas de filisteo para no incomodar al aliado.

—Hijo de la chingada.

Qué execrable perorar. Y así quiere dedicar su torcuata y retorcida vida a la promoción del arte y la cultura

—¡No mames, güey!

¿Son esas las nuevas vertientes de su supuesta «crítica constructiva»? La libertad de crítica ya no se funda en el principio de la democracia cognoscitiva. El derecho de oposición y la facultad de refutar subvertir tendencias u opiniones contrarias se suplen por meras macanas de gacetilla finsemanera.

—¡No mames, güey!



NOTA DE PIE DE PÁGINA

1.- Fidel Ernesto González, en un articulejo titulado «Focuc: miseria de la cultura», publicado en el semanario Zeta, edición del 5 al 11 de octubre de 2007, página 14-A, le atribuye al Cháidez el referido motete del Daniel Bisogno del periodismo cultural. Y estas fueron las palabras del señor González: «En ese instante entraron “los negociantes”: eran Leobardo Sarabia y su espadachín Jaime Cháidez Bonilla, quien es algo así como “el Daniel Bisogno” del periodismo cultural». Asimismo, y en cuanto al apelativo de la Paty Chapoy, éste fue refrendado por el pro Rubén Vizcaíno Valencia:
«—Profe, a ver si está bien el parangón o la analogía: me dijeron que Jaime Cháidez era como la Paty Chapoy de la «intelectualidad».
—Más o menos. Lo que es más: él mismo se considera un frívolo. Así, con todo cinismo. Eso es, eso es. Es un vacilador. Y es lo mismo que la Paty Chapoy. Es un de los programas que más ve.
—Jajajajá.
—Exactamente. Es basura, es chisme. Eso es lo verdaderamente simpático, cuando se mete en la vida íntima de la gente»
[Rubén Vizcaíno Valencia, entrevista de fecha 3 de julio de 2003].

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