LA TRADICIÓN LITERARIA DE TIJUANA [SE FUNDA EN UNA PUTOTA Y BIG FALSEDAD]


Vertedero de cretinadas


Por Éktor Henrique Martínez



LA TRADICIÓN LITERARIA DE TIJUANA
[SE FUNDA EN UNA PUTOTA Y BIG FALSEDAD]



Ya bien lo platicaba el máster Arturo Jauretche que una patada en los merititos güevos, en el momento en que se requiera arrimarla, puede dar más enseñanza sobre la realidad que chutarse una pinchi biblioteca repleta de libracos.



PROLEGÓMENOS DE UN COMPLEJO DISPARATARIO TEÓRICO
Y ALEGORÍAS FIGURATIVAS EN LAS TETAS DE LA MAYRA LUNA


Hay una infinidad de sandeces, melolengueces o suatadas que ya forman un complejo disparatario teórico por suponer la mafufesca idea de que ciudades como Tijuana, por su situación geográfica de vecindario o mingitorio de los Estados Unidos, constituyen «privilegiados espacios de experimentación». Y parloteando el «cantus firmus» de un cretinismo llano y ritual, corifeos y payasos monocordes —como el Roberto Jiménez Rosique, el Pedro Ochoa Palacios, el Patricio Bayardo Gómez, el Mario Ortiz Villacorta, el Roberto Navarro, el José Vicente Anaya, el Jaime Cháidez Bonilla, el Erasmo Katarino Yépez, el Antonio Navalón, la Diana Palaversich, el Adolfo Nodal, el Alejandro Rodríguez y otros— que palpitan de emoción cuando se tragan y dan a tragar la cábula de que este rancho gigante es una especie de «epítome universal de la cultura y las artes», una «hibridación de múltiples factores socioculturales».
Celebran la garrullería de un imaginario «cosmopolitismo» que únicamente existe en sus enfermizas mentes y, asimismo, llegan al extremo sostener como certeza sociológica la barrabasada de que dicho «cosmopolitismo» («efusión de culturas», dicen los mamones), «trasciende condicionamientos de clase, género o raza»; concibiéndose a este territorial culazo como parte un «fenómeno capaz de funcionar como “modelo de alternativa cultural” para el mundo entero». [1]

—Vaya mariguanada de incongruentes y pretenciosos.

En «Nociones enciclopédicas y temas de cultura», el máster Gramsci señaló que «cada nación tiene su poeta o escritor en el que resume la gloria intelectual de la nación y de la raza. Homero para Grecia, Dante para Italia, Cervantes para España, Camoes para Portugal, Shakespeare para Inglaterra, Goethe para Alemania». Pero aquí no se distingue nada de eso, todo lo relacionado con la literatura y las demás artes tiende a ser una especie de sortilegio solitario, un quilongo viscoso de incomunicación que ya no puede cumplir su antigua función porque que no hay más experiencia que lo expresado. Cada quien se aproxima al pasado desde su presente, un pasado que no se puede abarcar en su totalidad porque es inconmesurable. Y lo que se puede alcanzar y seleccionar es lo que se recoge y se configura como tradición en su materialidad literaria.
En la literatura no se ha creado una relación estética en su conjunto, sino en aspectos parciales. Tampoco se ha logrado una «desprovincialización» del arte y la cultura, aunque los coyotes de la sinecura oficial lo aúllen en lo alto de la loma de la promoción. En lo concerniente al campo de las letras, lo que hay es una literatura del conformismo de la rutina de la pasividad y del parasitismo.
Como buen hermanastro de la publicidad, y batiéndose de nalgas en el lodazal de las imposibilidades, el Erasmo Katarino Yépez escribió un articulejo en el que da muestras palpables de sus impías incongruencias, confusiones y falsedades. Es una tabarra que apareció publicada en el suplemento anexo del periódico El Mexicano (22 de junio de 2008) y que lleva el interrogante título de «¿Hay una tradición literaria en Tijuana?». Desopilando barbaridades, y en su intentona de fetichizar un mito local como símbolo de universalidad, el chupóptero del CONACULTA se contesta con estas pifias:

«No sólo podemos decir que hay una tradición literaria tijuanense porque ya exista un buen número de libros que compiten nacional e internacionalmente con sus pares, sino porque entre ellos hay afinidades de exploración escritural» [Heriberto Yépez, suplemento El Mexicano, 22 de junio de 2008].

—¡Gulp!

Y, ¿en qué tendederos de vecindario se asolean esas «afinidades de exploración escritural»? Y, ¿quiénes son los chinguetas autores de esos brolis «que compiten nacional e internacionalmente con sus pares»? A ver, excluyendo al par de viejos jotolones del Federico Campbell y el Daniel Sada (que ya son más chilangos que norteños), ¿qué pintiparado literato de Tijuana tendría un novela con tablas suficientes para ponerse al tú-por-tú con «Los años de la guerra a muerte»?, novela de Mario Szichman. ¿Algún libro del difunto Ernesto Mejía Sánchez (1985) con otro del también ya muertito Jorge Raúl López Hidalgo (1997)? ¿François Furet a la par de David Piñera Ramírez? ¿El “finísimo” Alfonso García Cortez (Tijuana, 1963) frente al también “rococó” Juan Carlos Bautista (Chiapas, 1964)?; ¿la María Rivera (ciudad de México, 1972), la Rocío Cerón (ciudad de México, 1972) o la Maricela Guerrero (ciudad de México, 1977), en un mano-a-mano contra cualquiera de las protopoetas o seudopoetas de los forúnculos «Existir» o «Apancho y laurel»? [2]

—Descabellada exageración, tan idiota como putañera.

Enseguida don Katarino se avienta una chifladura con la que casi llega al colmo de la irracionalidad; y nada más le faltó un poco de atrevimiento para afirmar que la literatura tijuanense viene muy mona y decidida a encontrarse con nosotros y nos aborda como si se tratara de una persona que nos estuviera esperando para decirnos alguna chingadera o reclamarnos un pago como el acreedor que nos busca para que saldemos la deuda pendiente.
Y he aquí la pítima contestación de gracejadas:

«¿Qué es lo que la literatura tijuanense ha indagado? Ante todo: una voluntad de abrir un camino distinto al de la literatura mexicana canónica, una valentía prácticamente única en todo el país» [Heriberto Yépez, suplemento El Mexicano, 22 de junio de 2008].

—¡Uy, sí, cómo no! Y mis tanates son de ojos ubicuos.

¿Estará conciente de la realidad este farolero? Por asomo de mínima decencia debería autoconstreñirse a decir la verdad acerca de la cuestión literaria tijuanense y de lo que implica al respecto la menguada tradición. Pero el pastorcillo del discurso poco le falta para decirnos que desde el tiempo en que él comienza a exudar sus primeras babas retóricas, la literatura tijuanense adquirió la suprema calidad estética, previos empujones que fueron dados por el Federico Campbell y el Luis Humberto Crosthwaite. [3]

«Hace diez años la respuesta era aún aventurada. Hoy es claro que la literatura tijuanense existe. Aquí se escribe desde principios del siglo XX, por supuesto, pero para poder decir que hay literatura tiene que haber calidad que compita, al menos, nacionalmente. El primer autor que elevó la literatura tijuanense a este nivel fue Federico Campbell con Tijuanenses (1983), un libro de relatos que sigue siendo un clásico. Cuando yo estaba en la preparatoria (y ya había decidido dedicarme a la literatura), Campbell era la referencia obligada. Campbell y Luis Humberto Crosthwaite con El gran pretender (1990), una novela corta, experimental, un libro raro y tremendamente musical» [Heriberto Yépez, suplemento El Mexicano, 22 de junio de 2008].

Como quien dice, y con mucho garbo, la suplencia de este letradillo hacía falta en el «contexto» histórico literario de este pueblo semiurbano; y que por el lado prepóstero de tal fabulación se avizora un ambiente culturero, atestado de estupidización banal y corrompido hasta las cachas. Y con su actitud demagógica comercial, y queriendo ser lo que no ha podido, don Erasmo viene a apestar más ese entorno, reputando sus “espíritus” elegidos y, además, aprovechando el raite del furgón de las palabras para enviarle al Güicho Crosthwaite la adhesión a su comité. Pero el autor de «El gran pretender» no traga al Katarino y, en contraprestación a la lambisconería que le prodiga, lo manda a hacerse una puñeta rusa entre las dos tetas de la Mayra Luna.

PARA QUE LA LITERATURA SE VUELVA INÚTILMENTE INÚTIL

En cuanto a los efectos volitivos, puede captarse fácilmente en la verborrea de don Katarino el rebasamiento del «objeto» —la literatura tijuanense— sobre el «sujeto» —el escritor tijuanense—; fenómeno-esencia con voluntad propia y que se subsume en un acto resuelto sin la génesis del individuo, la “Miss Literatura Tijuanense” queda convertida en una “Gran Señorona” que existe con independencia respecto de la opción del sujeto, poniéndose en marcha ella misma, caminando de un lugar a otro (por «un camino distinto» del que recorre la vieja chanclera llamada “Doña Canónica”), haciéndoles iris a quienes la chulean o le avientan piropos, meneando las nalgas como si fuera una mujer que ha dejado de ser una tinéyer y de pronto se descubre hembra de un macho, con autonomía, entusiasmo y «una valentía prácticamente única en todo el país».

—¡Óoorale!, el asunto está tan mazacotudo que parece una práxis del más allá.
—Bien dicen que cuando abunda la fantasía los enigmas están a peso y a tostón.

Los enigmas son la representación más peculiar de la literatura romántica, fuente de todas las emociones y a veces de las rabias; el sagrado soplo invisible que los metatextualeros han convertido en una macarra sofista de absorción acrítica y mecanicista. Metatextualeros como el Erasmín Yépez también se han apoderado de la ironía romántica, pero no en su noción de línea horizontal, sino concebida como un círculo en el que no hay punto de llegada ni de salida. Y se recurre a ella como una teoría cuando los sofismas textualeros no pueden reducir a una sola unidad los opuestos. Por tanto, no tienen más alternativa que mantenerlos en tensión, ya sea hacia abajo o hacia arriba; aplastándolos (es decir, «sublimando» sus contradicciones) o elevándolos por encima de las contradicciones, evadiéndose y apelando al abstracto principio de la “suprema” la libertad (es decir, poniendo distancia; que es lo mismo que hacerse guaje, escurrir el bulto o navegar con banderita de astuto-pendejo para chingarse a otro pendejo, pero sin astucia). El habla y el silencio, la maldad y la bondad, se corresponden en mutua pertinencia. Todo ello relacionado con la elaboracion de herramientas de cohesión social (pautas, códigos, preceptos, símbolos, etcétera) y conformar un proyecto de cultura común, incompleto y desfigurado.

Y ¿porqué esa “Gran Señorona” —o sea, la literatura tijuanense— suele ser una dama «prácticamente única en todo el país» y muy distinta a las demás ñoras?

«Sus temas han sido la propia Tijuana, la frontera y, en general, la construcción de la identidad (sexual, urbana, nacional, etc). Además (y esto es lo más relevante) ha aportado formas, estructuras riesgosas, distintas a las de otras tradiciones. Y este es el rasgo central de la literatura tijuanense: ha experimentado con el lenguaje popular y massmediático y, sobre todo, ha buscado romper géneros tradicionales (mezclándolos o yendo más allá de ellos)» [Heriberto Yépez, suplemento El Mexicano, 22 de junio de 2008].

—Mentiras.

En realidad, esa “Gran Señorona” —o sea, la literatura tijuanense— no es muy distinta a «Doña Eme», la beata bigotona que en los fanis de Rius representaba a la censura. Los temas que recoge la “Gran Señorona” están supeditados al panegirismo de las modas y lugares comunes tocados por encimita y sin sobrepasar el nivel de la epidermis. Ideas avejentadas y apolilladas son las que dan forma esas supuestas «estructuras riesgosas», que nada tienen de riesgosas porque no se exploran los conflictos graves del momento presente.

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