Yo siempre he dicho que no soy mujer para un sólo hombre


Acongojada y enciscada por tales vituperios, Raquel le escribe una carta a una amiga, pidiéndole algún consejo al respecto.

—Uuuhhh. Ni que los putos huevos de ese cabrón fueran dos pepitas de oro —le contesta la amiga—. Lo que debes hacer es olvi
darte de ese pendejo, amiga. Ya llegará a tu corral un gallo al que sí le gusten las tipas como tú.
Ahora, de lo que me comentas en cuanto hombre se te insinúa te olvidas de tu esposo y te vas a la cama con el fulano que te pide las nalgas, si eso te hace feliz no te mortifiques ni te compliques la existencia, gorda.
—Pues sí.. Lo que yo hago es darle vuelo a la hilacha que solamente se vive una vez.
—Exacto. ¿Qué culpa tienes tú que tu marido sea un sempiterno pendejo de huevitos tibios y tú, una fogosa?
—Yo siempre he dicho que no soy mujer para un sólo hombre.
—Así es. Además eso tu esposo ya lo sabía y lo aceptó, ¿porqué hasta ahora salió con esos estúpidos reparos?
—Ya ves cómo son de posesivos estos cabrones.
—Lo único que yo puedo aconsejarte para bien tuyo es que lo mandes mucho a chingar a su madre. Ojalá que pronto encuentres a alguien que te desfleme como lo mereces.

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