«Todo lo que escribo está cargado de dinamita. Mientras tenga fuerza y entusiasmo cargaré mis palabras con dinamita. Sé que mis verdaderos enemigos, los tímidos y los arrastrados, no se enfrentarán a mí en un combate justo. Sé que la única forma de entrar en contacto con ellos es alcanzarlos desde dentro, por el escroto, tiene uno que subir por dentro y retorcer sus sagradas entrañas» Henry Miller
2 de septiembre de 2012
melolengos a quienes se les invoca como si fueran unos seres dotados de facultades sobrehumanas
La mentada «comunidad cultural» se conforma tan sólo de una porción muy
minúscula del conglomerado social, y cuyas masas periféricas tienen vedado el
paso al mundo de los aromas poéticos y demás dulzuras artísticas. Cuando los culturosos dicen «sociedad preocupada por los quehaceres de la cultura», se refieren
únicamente a los pequeñoburgueses que integran la «comunidad cultural»; una
bola de arribistas y parásitos chupabecas, melolengos a quienes se les invoca como si
fueran unos seres dotados de facultades sobrehumanas. Para estos cultureros, y sus
congéneres de piso, lo que menos importa es el hombre en general, la pelusa de
orden común, el «honest man», como decía Oscar
Wilde.
la decadencia y la estulticia
La decadencia y la estulticia de la producción artística de los literatos y seudoestetas tijuanenses no sólo consisten en su mediocridad y talentismo huero, sino en su negligente oportunismo.
contrabandeando los simulacros de capilla y cofradía en un pueblo de ignorantes y desposeídos
Las autodenominadas colectividades y
organizaciones independientes, y que supuestamente realizan actividades
artísticas y culturales al margen del estatismo gubernamental, necesitan
desenrollar sus panegíricos porque no se bastan por su sola propulsión e
impulso. Son grupos cerrados, expresamente limitados, que aparecen ante la
opinión pública como la encarnación de fuerzas estoicas, pero se hayan
supeditados al plano normativo burocrático. Se sienten muy confiados en sus
propias virtudes democráticas y, sin embargo, son unos catatónicos pedigüeños.
Mientras invocan la ley de la distinción, mantienen una política de
acercamiento con las piadosas instituciones el poder hegemónico.
Hay que diferenciarse de los demás, aunque sea
con ambigüedades. Y la intervención lenguajera es el instrumento esencial para
la promoción. Promoción de topología crítica moderada y que, desde luego,
tiende a desarrollarse en concordancia con los intereses de las clases
dominantes. Sublimación entusiasta y cuyas expresiones de forma importan más
que las realidades conflictuales que subyacen en el contenido. Acciones
simbólicas en pro de la cultura para asegurar los engranajes.
Subsiste en el fondo una sociología de
difusión del engaño, un rótulo anfibológico con el que se pretende seguir
contrabandeando los simulacros de capilla y cofradía en un pueblo de ignorantes
y desposeídos, una simulada idealización del problema cultural en manos de
ilusos que, vanamente, creen que pueden hacer lo que los políticos no hacen. El
quehacer intelectual ya no tiene sentido ni ubicación precisa, se ha descongestionado.
Y el cambio de intención que antes era un fin, hoy es un medio.
—Los culturosos ya no sirven a la cultura,
sino que se sirven de ella.
—Y la vida culturosa es un banquete o una
inanición. Y más ahora que hay portentosa hambruna de artistas, intelectuales y
promotores independientes.
sensaciones de cierta libertad
«Las nuevas técnicas permiten a los
oligopolios transnacionales transmitir imágenes y sonido de alta calidad y
desde sitios insospechados con contenidos que crean en el público satisfacción
y sensaciones de cierta libertad, con la excusa de educar y entretener; cuando
lo que en realidad buscan es que la mayoría de la gente sienta, piense y se
comporte como lo pautan las instituciones. Los neocons han utilizado
eficazmente estas tecnologías». Roberto
Villa del Prado, CRITICA DEL PENSAMIENTO CONSERVADOR CONTEMPORÀNEO,
Antroposmoderno, 22/08/08.
1 de septiembre de 2012
independencia que no quebranta la dependencia edípica entre los grupúsculos cultureros y el estatuskú
Dice el master Pepe Revueltas que la
independencia es la conciencia de ser independiente, conciencia que no se
adquiere sino por la acción. Una clase es independiente, entonces, en tanto
tiene conciencia de que la acción ha sido suya y de nadie más, y de que, al
tomar conciencia de tal acción, luego existe como esa clase determinada, en y
para sí misma, dueña de un cierto número de fuerzas y recursos para actuar» [Escritos
políticos, Obras completas, página 110].
Y ¿cuándo llegará la hora de asumir la
verdadera condición de fulanetes independientes? «Cuando cada hombre
—dice Henry Miller— por fin comprenda que nada debe esperarse de Dios o de
la sociedad o de los amigos o de tiranos benevolentes o gobiernos democráticos
o de santos o de sabios, o incluso de lo más sagrado de lo sagrado, la
educación, cuando cada hombre comprenda que tiene que trabajar con sus propias
manos para salvarse, y que no debe esperar misericordia, entonces tal vez… ¡Tal
vez!» [Carta abierta a los surrealistas dondequiera que se encuentren].
Pero aquí, escritores, periodistas, artistas y
promotores independientes se entregan en cuerpo y alma a los poderes
proteicos del ogro filantrópico, copiando la voz rectora del
establecimiento cultural oficialista y actuando en la misma dirección
abstracta; esto es, en la repetición mecánica de las fórmulas estatistas y los
arquetipos corporativitas de Júmex, Nestle, Televisa, etcétera. Por tanto,
calificarse como independientes no es más que una estrafalaria ocurrencia, pues
la significación precisa y exacta de tal adjetivo es escurridiza, se les escapa
y se les disloca de su objetividad. Es un dulce lirismo que no mortifica la salud
mental a la hora de las relativas ligazones, cuando se bambolean las mamilas de
la vaca presupuestal.
La categoría sociológica de independiente aquí no
se sitúa fuera del sistema, fuera de sus adhesiones, y hasta tiene un valor
provisional, eventual; se toma, se deja y se vuelve a retomar. Se trata de una
independencia que no tiene sentido de oposición, es decir, de negatividad como
el modelo hegeliano. O sea, es una independencia pero con subyugamiento. Es la
inversión del diálogo de Sócrates en el que sus interlocutores no actúan por
cuenta propia, una independencia que no quebranta la dependencia edípica entre
los grupúsculos cultureros y el estatuskú. Sus objetivos, sin práctica
conflictual, se cohesionan a la sombra del poder en una razón de concordancia
que se define como una dicotomía conciliadora entre los «ellos» y los «nosotros».
Traigo mi ley fajada en la cintura
Traigo mi ley fajada en la
cintura
a veces escupe y se entierra
en la carne
después de haber dado en el
blanco
un trozo de fierro sobre una
mula vieja
un puñado de mineral bien
pagado
que al sonar repite los
estruendos de siempre
soliloquio que huele a pólvora
hollando es pan que alimenta
a la muerte
madrastra del sicario, del
matón, del pistolero
el Caín del acero a prestad
el bribón
al sonoro rugir del cabrón
que se ponga picudo •
Dios no se arrepiente de haber creado al gavilán; aunque éste se chingue a las palomas
Al abrir el portón crujiente de las palabras
Del corral salen algunas recuas de escribidores
Se escuchan sus pisadas, los mugidos y balidos
Se han declarado poetas a destiempo
Por imitación eso es lo que se creen y el esfuerzo resulta fallido
Se han impuesto la etiqueta de poetas pero son lo contrario
Ellos y otros literatos siguen atados al pesebre
Hacen insostenible el mito de que los textos son obras
El decorado de fondo continúa siendo el de ayer y anteayer
Estilos análogos en distintos niveles de espiritualidad
De modo que andan a un mismo paso
Placebos inocuos y un montón de estiércol seco
Ya no hay discernimiento entre pureza e impureza
Ni siquiera ellos saben dónde quedan
Los linderos de lo que no es poesía y lo que sí es poesía
Como dijo un prologuista de Darío
Dios no se arrepiente de haber creado al gavilán
Aunque éste se chingue a las palomas
Preciosa configuración de monerías artísticas
Torcidas e inadecuadas
A vuelco de sensiblerías verso enclenque y reseco
Como la bestia feroz con quien no se debe tener ningún contacto
Vociferan más cursilerías que los ardientes enamorados
Una orden mendicante de poetas con las emociones encrespadas
No se ajustan a los hitos cronológicos
Andan ya tatarabueleando en los negocios de la poesía
Pero aun así dan y quitan ofrenda en el acmé de la catarsis
Lanzarse a ese abismo sin fondo se ha de llamar inspiración poética
Como Marco Antonio en brazos de Cleopatra
Como Sor Juana ante los caprichos de la duquesa de Aveiro
Como el Santo Sínodo excomulgando a Tolstoi
Obligados están a hacer algo extraordinario
Ojalá y no se les ocurra irse a Sinaloa para determinar
Si acaso Jesús Malverde debe ser o no canonizado
Mientras tanto
Yo no estoy para nadie
Atentamente la Poesía.
aristarquía seudoliteraria de los supuestos genios de chafetán
Los grandes exponentes de los nuevos avatares históricos no han sido los filósofos, sino los novelistas, los poetas y en sus niveles más putrefactos, los «promotores» culturosos. O mejor dicho, los literatos que se creen filósofos.La crítica literaria se ha politizado, las «desviaciones» de los escritores marcan el rumbo de las valoraciones estéticas y la censura es sinónimo de empresa editorial o asunto de los medios de difusión. En un ámbito culturalmente corrompido y atestado de estupidización banal, el triunfo político es un triunfo literario; y es el destino que saca al escritor del anonimato público, sin que importe ya la integridad intelectual o la calidad artística de la obra. A partir del momento histórico que Ángel Rama denominaba «reconstrucción de la retórica», el concepto de ideología se abrió a nuevas formas superestructura les. Se establece la ambigüedad del discurso y la realidad deja de ser natural y objetiva porque la determina la técnica literaria. La sociedad clasista es morfológicamente un modelo cultural y el arte un ejercicio de control social, una confusión de caracteres, de repetición de fantasmas de telepantalla. Induciendo al consumo de bienes culturales, se parte de la convicción de que la literatura es ahora más chingona; y, a contrapelo de lo que sucedía en otros tiempos, el arte se privilegia como producto de mercado y el canon literario se postula desde la industria editorial. La literatura se contiene en un desaforado discurso —pobre, maltrecho e incoherente— en el que se habla de todo y de nada al mismo tiempo. O sea, la literatura como apéndice de lo que ayer fue literatura. El castigo para el literato es una colectividad analfabestia, una gran masa de apáticos no-lectores y un yermo de ágrafos. Y la única regresión al pasado clásico, como los «post-arieles» de Enrique Rodó, es la gran cultura del gran privilegio; el gran gusto de la pequeña burguesía hacia los superdotados de la aristarquía seudoliteraria de los supuestos genios de chafetán.
el aire adquiere la forma un un pájaro
En las formas restringidas de considerar que todo lo que se
escribe es literatura, o sea, historia de la escritura que remite a un sistema
de relaciones entre el autor y su obra, entre la obra, público y canal de
difusión cultural, se insertan los idearios políticos y las estrategias
discursivas de los paradigmas ideológicos de la dominación. Condición cultural
de la vida intelectual, tan invisible como los muertos que han sido devorados
por los gusanos, es una persuasión que implora su propio linaje estético, su
tratamiento lingüístico y su imagen icnográfica. Y mientras menos se encuentren
dotadas de poder explicativo, esta espiritualización subjetiva resulta más
eficiente para mistificar la gramática, para separar la cognición del proceso
reflexivo, para evadir con símbolos la pluralidad de los sentidos, para excluir
con la reiteración de metáforas los fenómenos de la realidad, para reducir a
signo lo tangible.
—Por ejemplo, el aire adquiere la forma un un pájaro.
El arte se
consagra a su nivel más abstracto, a lo estrictamente ilusorio, a la correlación
de categorías amorfas y que atañen sólo a contenidos lingüísticos. Es decir, a esquemas
retóricos estereotipados que se afianzan como cualidades y principios de la creación
artística. Sin embargo, se requiere más
que perspicacia para detectar la evocación clasista en el filo de la noble
clarividencia poética y literaria. Las manifestaciones —eufemísticas, polimorfas
y ambiguas— encubren el discurso poético sin hacer patente la llana y notoria significación;
se disfrazan los sentimientos con terminología neutral; por ejemplo, «amor de mi
vida». Metáfora y símbolo representan los mejores recursos estilísticos para la
darle a la palabra significaron equivoca, connotación genérica de identidad sustancial
en diferentes objetos y una misma nomenclatura para designar conceptos y entidades
desiguales («casuística» en la que se descubre el modelo cultural hegemónico, a
fin a la concepción del grupos dominante).
En el artificio literario las
antinomias sólo son apariencias, aun en la tolerancia de aceptar a los seres
humanos como son y como actúan, de modo que el odio sea, al mismo tiempo, amor.
Pero al final, son las virtudes de la negación las que cobran existencia en las
«acciones simbólicas» del ensueño, la fantasía y la imaginación.
Arte verbal, signo verbal y tiempo verbal
LA REGRESIÓN DESINTEGRADORA DE LA PALABRA
El vacío escritural conlleva al silencio
verbal y, por ende, a la inexistencia del discurso; una especie de mutismo obstinado del cual nos habla Roman Jakobson en sus célebres estudios
lingüísticos («Arte verbal, signo verbal, tiempo
verbal» y
«Fundamentos
del lenguaje») y que denomina «afasia universalis», o sea, desvanecimiento o aniquilación de voz y
lenguaje. Es un acto de omisión que
causa la regresión desintegradora de la palabra como lo haría un infante
que se niega a hablar o un esquizofrénico que huye de la realidad, En la llamada
«afasia
universalis» se separa lenguaje de su funcionalidad; la que necesariamente permite la representación de la
realidad, ficticia o veraz, pero realidad al fin. Con el hecho de omisión le da
a la palabra significatividad de grado
cero, total negación, silencio bruto (muy diferente al «silencio
elocuente» que implica un elemento complementario del lenguaje porque es un
silencio con significado, equiparable a las particularidades discursivas que
tiene la palabra).
Acerca del «silencio elocuente», Octavio Paz dice
que es válida la no respuesta cuando,
desde el punto de vista lógico, no se
deben contestar preguntas incoherentes, sin sentido. Paz
afirma, apoyándose en una tesis de Buda y reforzada con la teoría
estructuralista de Lévi-Strauss, que hay cosas que se pueden decir
simplemente con el silencio, que por supuesto, no deja de ser un trampa
lingüística. Pero ese «no decir nada» no
implica la ignorancia, o sea un
«no-saber», sino un silencio que va más la palabra, «lo que está después del saber», concluye OP [Obras completas, tomo XV].
Ahora, ¿dónde radica la causa que degenera
este despojamiento del contenido y la forma de las propiedades enunciativas?
Hay quienes dicen que su raíz está en la división esquizoide del yo, en la alienación lingüística, otros
afirman que tal regresión proviene de fuentes autoritarias que imponen el
silencio a la manera de mordaza fascistoide y cuyos efectos son desenmascarados una vez que se descollan las contradicciones,
ocultas en forma de trampas sicológicas, y con una fuerza patética capaz de
domesticar al mismísimo Nietzsche; despuntar
ambigüedades al grado de llegar a confundir lo antisocial con lo revolucionario
o persuadir a creer que lo falso es cierto o que lo cierto es falso. Mutismo
empeñado en eludir responsabilidades, porque
si no hay manera de falsear el discurso, retorcer los impulsos de la palabra, entonces la solución es guardar silencio.
En uno de sus tantos expansivos
ensayos, Alfonso Reyes asevera que el ser
humano «es esencialmente Logos:
necesita hablar y decir, hablar con palabras de cuanto ve y entiende, de cuanto
no ve y no entiende, decírselo a sí mismo y al prójimo. Si nunca puede estarse
quieto, tampoco puede estarse callado. El comentar es su función específica, en
cuanto percibe objetivamente su función creadora». Y concluye con esta advertencia: «Alto parlante, el hombre; o,
como dice el Diálogo de la lengua, incorregible 'hablistán'» [Génesis de la crítica, p. 289].
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