contrabandeando los simulacros de capilla y cofradía en un pueblo de ignorantes y desposeídos
Las autodenominadas colectividades y
organizaciones independientes, y que supuestamente realizan actividades
artísticas y culturales al margen del estatismo gubernamental, necesitan
desenrollar sus panegíricos porque no se bastan por su sola propulsión e
impulso. Son grupos cerrados, expresamente limitados, que aparecen ante la
opinión pública como la encarnación de fuerzas estoicas, pero se hayan
supeditados al plano normativo burocrático. Se sienten muy confiados en sus
propias virtudes democráticas y, sin embargo, son unos catatónicos pedigüeños.
Mientras invocan la ley de la distinción, mantienen una política de
acercamiento con las piadosas instituciones el poder hegemónico.
Hay que diferenciarse de los demás, aunque sea
con ambigüedades. Y la intervención lenguajera es el instrumento esencial para
la promoción. Promoción de topología crítica moderada y que, desde luego,
tiende a desarrollarse en concordancia con los intereses de las clases
dominantes. Sublimación entusiasta y cuyas expresiones de forma importan más
que las realidades conflictuales que subyacen en el contenido. Acciones
simbólicas en pro de la cultura para asegurar los engranajes.
Subsiste en el fondo una sociología de
difusión del engaño, un rótulo anfibológico con el que se pretende seguir
contrabandeando los simulacros de capilla y cofradía en un pueblo de ignorantes
y desposeídos, una simulada idealización del problema cultural en manos de
ilusos que, vanamente, creen que pueden hacer lo que los políticos no hacen. El
quehacer intelectual ya no tiene sentido ni ubicación precisa, se ha descongestionado.
Y el cambio de intención que antes era un fin, hoy es un medio.
—Los culturosos ya no sirven a la cultura,
sino que se sirven de ella.
—Y la vida culturosa es un banquete o una
inanición. Y más ahora que hay portentosa hambruna de artistas, intelectuales y
promotores independientes.