«Todo lo que escribo está cargado de dinamita. Mientras tenga fuerza y entusiasmo cargaré mis palabras con dinamita. Sé que mis verdaderos enemigos, los tímidos y los arrastrados, no se enfrentarán a mí en un combate justo. Sé que la única forma de entrar en contacto con ellos es alcanzarlos desde dentro, por el escroto, tiene uno que subir por dentro y retorcer sus sagradas entrañas» Henry Miller
1 de septiembre de 2012
aristarquía seudoliteraria de los supuestos genios de chafetán
Los grandes exponentes de los nuevos avatares históricos no han sido los filósofos, sino los novelistas, los poetas y en sus niveles más putrefactos, los «promotores» culturosos. O mejor dicho, los literatos que se creen filósofos.La crítica literaria se ha politizado, las «desviaciones» de los escritores marcan el rumbo de las valoraciones estéticas y la censura es sinónimo de empresa editorial o asunto de los medios de difusión. En un ámbito culturalmente corrompido y atestado de estupidización banal, el triunfo político es un triunfo literario; y es el destino que saca al escritor del anonimato público, sin que importe ya la integridad intelectual o la calidad artística de la obra. A partir del momento histórico que Ángel Rama denominaba «reconstrucción de la retórica», el concepto de ideología se abrió a nuevas formas superestructura les. Se establece la ambigüedad del discurso y la realidad deja de ser natural y objetiva porque la determina la técnica literaria. La sociedad clasista es morfológicamente un modelo cultural y el arte un ejercicio de control social, una confusión de caracteres, de repetición de fantasmas de telepantalla. Induciendo al consumo de bienes culturales, se parte de la convicción de que la literatura es ahora más chingona; y, a contrapelo de lo que sucedía en otros tiempos, el arte se privilegia como producto de mercado y el canon literario se postula desde la industria editorial. La literatura se contiene en un desaforado discurso —pobre, maltrecho e incoherente— en el que se habla de todo y de nada al mismo tiempo. O sea, la literatura como apéndice de lo que ayer fue literatura. El castigo para el literato es una colectividad analfabestia, una gran masa de apáticos no-lectores y un yermo de ágrafos. Y la única regresión al pasado clásico, como los «post-arieles» de Enrique Rodó, es la gran cultura del gran privilegio; el gran gusto de la pequeña burguesía hacia los superdotados de la aristarquía seudoliteraria de los supuestos genios de chafetán.
Tijuana es el culo de San Diego
Tijuana es el culo de San Diego, es uno de los tantos retretes, tafanarios y bacinicas que tiene California. Dónde todo mundo se cree poeta ...
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