Arte verbal, signo verbal y tiempo verbal



 LA REGRESIÓN DESINTEGRADORA DE LA PALABRA

    El vacío escritural conlleva al silencio verbal y, por ende, a la inexistencia del discurso; una especie de  mutismo obstinado del cual nos habla Roman Jakobson en sus célebres estudios lingüísticos («Arte verbal, signo verbal, tiempo verbal» y «Fundamentos del lenguaje»)  y que denomina «afasia universalis», o sea,  desvanecimiento o aniquilación de voz y lenguaje. Es un acto de omisión que  causa la regresión desintegradora de la palabra como lo haría un infante que se niega a hablar o un esquizofrénico que huye de la realidad, En la llamada «afasia universalis»  se separa lenguaje de su  funcionalidad; la que  necesariamente permite la representación de la realidad, ficticia o veraz, pero realidad al fin. Con el hecho de omisión le da  a la palabra significatividad de grado cero, total negación, silencio bruto (muy diferente al «silencio elocuente» que implica un elemento complementario del lenguaje porque es un silencio con significado, equiparable a las particularidades discursivas que tiene la palabra).     
    
     Acerca del «silencio elocuente», Octavio Paz dice que es válida la no respuesta  cuando, desde el punto de vista lógico,  no se deben contestar preguntas incoherentes, sin sentido. Paz afirma, apoyándose en una tesis de Buda y reforzada con la teoría estructuralista de Lévi-Strauss, que hay cosas que se pueden decir simplemente con el silencio, que por supuesto, no deja de ser un trampa lingüística. Pero ese «no decir nada» no implica la ignorancia, o sea un «no-saber», sino un silencio que va más la palabra, «lo que está después del saber», concluye OP [Obras completas, tomo XV]
         Ahora, ¿dónde radica la causa que degenera este despojamiento del contenido y la forma de las propiedades enunciativas? Hay quienes dicen que su raíz está en la división esquizoide del yo, en la alienación lingüística, otros afirman que tal regresión proviene de fuentes autoritarias que imponen el silencio a la manera de mordaza fascistoide y cuyos  efectos son  desenmascarados  una vez que se descollan las contradicciones, ocultas en forma de trampas sicológicas, y con una fuerza patética capaz de domesticar al mismísimo Nietzsche; despuntar ambigüedades al grado de llegar a confundir lo antisocial con lo revolucionario o persuadir a creer que lo falso es cierto o que lo cierto es falso. Mutismo empeñado en eludir responsabilidades, porque  si no hay manera de falsear el discurso,  retorcer los  impulsos de la palabra, entonces la solución  es guardar silencio.

         En uno de sus tantos expansivos ensayos, Alfonso Reyes asevera que el ser humano «es esencialmente Logos: necesita hablar y decir, hablar con palabras de cuanto ve y entiende, de cuanto no ve y no entiende, decírselo a sí mismo y al prójimo. Si nunca puede estarse quieto, tampoco puede estarse callado. El comentar es su función específica, en cuanto percibe objetivamente su función creadora». Y concluye con esta advertencia: «Alto parlante, el hombre; o, como dice el Diálogo de la lengua, incorregible 'hablistán'»  [Génesis de la crítica, p. 289].

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