25 de agosto de 2012
MÁS ALLÁ DE LA HORA EN QUE CACAREAN LAS GALLINAS
MÁS ALLÁ DE LA HORA EN QUE CACAREAN LAS GALLINAS
La indefinición de lo poético
Traslapada ambigüedad como única realidad
Una oscuridad implícita en meras fórmulas de cajón
Que no necesariamente definen al poeta
Dato central de la posmodernidad
Por causa de cierta pereza o prodigalidad de las ideas
Región de fábula y todo es proteica
Estadio narcisista o cuna romántica
Sujeto lírico, hablante poético
Expresión superficial y pasajera de la moda literaria
No de acuerdo con un orden lógico sino emocional-intuitivo
Lo cual se explica por cuestión de la ideología de la época
Cuando las oligarquías de la cultura se vuelven cosmopolitas
Eso sin mencionar los abusos y las secuelas nefastas que persisten
No tienen autonomía y dependen del estipendio y la canonjía
Aunque se haga por fuerita y tras bambalinas
Política e ideológicamente ya están marcados
En dirección al dador de los chelines
Y de que son apolíticos
Bah, es una suerte de broma muy pendeja
Qué tanto papel hacen en la literatura
Si su voto no pesa en la balanza
No puede inferir desaire a tan encumbrados poetas
Habrá quien halague su vanidad
Esa fiebre que mata la razón
Era mal el modo que tenían para apearse de la mula chuca
Como era también costumbre dejar las sábanas
Más allá de la hora en que cacarean las gallinas
Y no tardaron mucho en hacer la morisqueta del carnero
Criaturas verdaderamente mediocres
Pretenden ennoblecerse con la tenacidad y la máscara dual
Han chocado con muros que no pueden derribar
Muros del axioma que si no se atraviesan no se actúa con libertad
Proclaman la majestuosidad de lo absurdo
Con ese sistema de algoritmos poéticos habrán de quedar
Sepultados en el hoyo negro del panteón de la metafísica moderna
Si ya no impresionan las alegorías teológicas de Kierkegaard
Menos esas confituras que quieren abrillantar con el camelo
Personeritos seudoliterarios que han dado sustancia a la risa
Terminen de arreglar los bártulos de su oficio
Que aquí se paga por exteriores y por apariencias
Yo dejo que me cocinen en la bucha de las palabras
Pues ni estando bajo la horca se ha de perder la esperanza •
Para una conciencia ingenua y sin contenido teorético, cuando no hay referencias histórico-culturales de las cuales asirse, un disparatario de sandeces puede ser una certeza de verdad objetiva si se recurre a una casuística de falacias, resuelta por vía del descaro demagógico y que hace delirar a más de una docena de melolengos que se atienen a la vaga indicación de que en la Baja California, y específicamente en Tijuana, existe un «bum» artístico y cultural de vanguardia.
24 de agosto de 2012
Pirujeando en la «Tijuanita»
Pirujeando en la «Tijuanita»
Ahora solamente cargaba unos cuantos chelines en la roñosa billetera. Quién lo hubiera imaginado, había sido yo el dueño de una pesada marmaja que valió madre en seis meses. Los siniestros amores cuestan un alto precio y son efímeros.
Por falta de morlaca la relación erótico-pasional llegó hasta donde llegó el último dólar. Lo mejor era pintar venado para otros lares. Ya nada había qué hacer en Hermosillo.
Por lo que ya se sabe, las circunstancias en que se encontraba la Raquel no eran dignas de jactancia vocinglera por acrisolados «logros» que se obtienen en la vida. No, más bien lo que su alma develaba era pesadumbre y animo acongojado.
La doctora taloneaba el billete en la puteada, y no precisamente en un bulo de categoría, sino en el jardín Juárez, un parque donde crecen verdes enredaderas y pechugonas rameras; un lugarejo mejor conocido como la «Tijuanita».
De aquella exitosa mujer, decente, talentosa, trabajadora, responsable y disciplinada en sus quehaceres personales y profesionales, ya sólo divisaba el bulto de una piruja trituradora de falos.
—¿¡Qué, jefa!? ¿Cuánto me cobra por aventarle un paliacate? —le preguntó a la Raquel un jovenzuelo de escasos 16 años, estudiante de preparatoria, como lo evidenciaban las libretas escolares que portaba.
La Raquel todavía estaba buenera, pero el billete que aperingaba por soltar soltando el relingo en la «Tijuanita» (o jardín Juárez) estaba medio cacicón. El grueso de la clientela cogelonesca, compradora de manceba satisfacción, se integraba por gendarmes inferior jerarquía, albañiles, tamemes y uno que otro universitario bajado de la sierra de Cumpas, Ures, Caborca o de la Colorada. Estos eran los que, en su mayoría, formaban el listado de su nómina putaril.
Se elegía a Belcebú en lugar de Dios en la hora de invocar para que cayera algo clientela. Y una cosa no se puede negar: la doctora tenía su pegue pal arrimón; y ni siquiera los más roñosos le hacían el fuchi, ya que al guachar las tamañas bolotas que por detroit y por delante la ruca se cargaba, cualquier cabrón temblaba de lujuria.
—¡Tripea las ubres que tiene esa pinche puta, carnal! —le dijo, sorprendido, un bato al compa que lo acompañaba, cuando se toparon con la ruca.
—¡Chup, chup! ¡Slurp, eslurp! —le piropeaban a la fémina.
Pero como no traían firula solamente les esperaba lo mismo que al chinito: nomás milal.
—¡Qué pinchi borrachera láctea me iba pegar con esas tetotas!, pero ando raiz, sin un quinto.
—¿Qué me ves, pendejo? —le reclamó la doctora al mirón menos prudente, y éste le contesta: —Es que te pareces a una vieja que busco pa terminarme de criar.
—¡Pendejo!
—¿Pa qué andas de exhibicionista, culera!
—¡Pinchi puta, cara de guajolota con chorro!
—¡Tu puta y reguanga madre, joto, que ya quisiera tener chupones como los míos!
¡Las chichis de tu puta madre que te aventó al mundo, de seguro han de ser dos picadas de mosco! ¡Y tu pinche padre, marica, ni cuenta se ha dado porque le gusta la verga!
Semanas más tarde, demasiadas, la Raquel ya no se hundiría en encorajinamientos del calado antes descrito; y no sería porque la pelusa se hubiera amansado en tales menesteres tan braveros, sino porque soltó las amarras que la tenían anclada al parque la «Tijuanita».
La jaina mudó sus encantos a la frontera de arriba; y, tras un proceso de convencimiento por parte de una de sus colegas suripantas, le cayó a Tijuana. Viaje que se lo cuajó después de 10 años de putería.
Así que cuando la Raquel cuando aterrizó en el mero Cagüilazo ya frisaba los 60 abriles.
Hastiada y huyendo como quien se escapa de la persecución de un ejército de abejas africanas, la Raquel salió de Hermosillo, y lo hizo sin despedirse de sus colegas. En realidad, trataba de huir del algo de lo que fatalmente nadie como ella puede esquivar.
Las ratas de un barco, aunque estén en todo su derecho de abandonarlo no lo pueden ejercer. Todo esfuerzo será en vano, también se ahogarán. Y ella no será la primera rata que logre salir viva del barco ese, a punto de hundirse.
Salió de Sodoma para entrar en Gomorra.
Cuando la Raquel abordó el autobús que la llevaría a Tijuana, el chofer de la burra, al guachar el trasero de la doc, sintió unas inmensas de sobarle las tepalcuanas. Y es que —a sus sesenta años de edad— la ruca todavía estaba de antojo. Si el bato que piloteaba el bus la hubiera conocido dos decenios atrás, en el tiempo que yo me la andaba fletando, el güey, de cincho, que se habría cagado pa dentro.
Me cae que sí. Pero con ese culo, la ruca ya no estaba en condiciones de competir con las paraditas que rifaban en la Zona Norte de Tijuas; morras entre los 15 y 20 abriles.
Así que la cosa no iba a ser muy fácil para ella. Bueno, pero una ventaja sí tenía sobre esas leandras: la Raquelona era una experta consumada en el arte de la cochadera y, además, poseía un aparato cochador que —si bien, ya no servía para maquilar chilpayates— funcionaba al ciento por ciento a la hora aventar pajuelazo. Un poco resecón al iniciar el enjuague, debido a los efectos de la menopausia; lo cual representaba un detalle muy mínimo, pues para la lubricación del chango sobran las cremas y jaleas. Y que lo digan los que ya se habían acostado con ella.
Ardorosa y turgente, la Raquel aún mantenía su soberbia figura femenina; y a pesar de la edad avanzada, despertaba ardientes pensamientos en el prójimo.
Minutos antes de que amaneciera, y durante una madrugada de verano, la doctora, después de 13 horas de viaje, llegó a Tijuana.
No sé si aquí seré mejor o peor de lo que soy —pensó, mientras caminaba siguiendo, casi por inercia, los pasos de la gente que se disponía a salir de la central camionera.
—¿Le puedo ayudar con su maleta? —le preguntó un ruco acarreador de equipaje.
—No, gracias. Yo la puedo cargar —le contestó.
—Le creo, señora. Que le vaya bien.
—Muchas Gracias. Que Dios lo bendiga.
El primer coraje que su bilis registró fue por causa de los taxistas:
—Pinchis ratas. Ciento cincuenta pesos al centro. Tan pendejos los babosos. Tomaré un pesero».
En cuanto se apeó de la burra, ya metida en las entrañas de la ciudad, entró a formar parte animación callejera, el jolgorio y de todo el movimiento que suscitaban los obreros, los estudiantes, los comerciantes y los trasnochados que obedecían las ordenes de una día más de rutina o francachela. Era la segunda vez que estaba en Tijuana, la primera fue cuando vino a un congreso de siquiatría, cuando recién había egresado de la universidad. Pero aquella vez no pudo darse cuenta del aspecto enfermo que mostraba la ciudad: harapientos tirados en las banquetas, borrachos tumbados en la parada de los taxis, pirujas rumbo a su casa, malillones corriendo hacia ninguna parte en busca de la cura, malandrines a expensas de chingar a quien se le duerma el gallo, etc. Semejante espectáculo no la inmutó; son los convites de una noche de farra, algo normal.
Para ella eso era inaudible e invisible. Lo único que le caía como patada de mula en la boca del estómago, era ese pinche olor a mierda que brotaba de las alcantarillas.
Bisutería espirtual: Vianka Santana y demás ungüentos culturales
Bisutería espirtual: Vianka Santana y demás ungüentos culturales
Cebados por la paráfrasis, invocando fraseología, con los sentimientos perturbados y guiados por el «aura anónima», asistimos a la disolución del mundo en el «yo»; hombres y cosas ya no son diferentes, se suceden en sus esencias. Sujeto y objeto se erigen en apariencias y no se reconocen sus particularidades («cambios» y «recambios» facilitaron «la fractura»); un modo de «alotropía» en la que cambia la forma pero no el contenido («el quehacer artístico» les ha dado «una clara noción»); lo opuesto a lo concreto no es solamente lo abstracto, sino lo disperso.
La autoconciencia se encuentra delimitada por el objeto y el individuo ha capitulado ante el poder de las cosas («un sitio» que promete una importante «oferta»).
Y en el discurso que hace suyo la «singular mujer» (de «deslumbrante personalidad, y de un «dechado de virtudes») se despliegan entidades abstractas que adquieren una fuerza motriz autónoma («el optimismo» y «las cuentas alegres» enrarecen «la obligada reflexión»; «las acciones de gobierno» llevan «el aprovechar»), objetos con voluntad propia que se sobrepujan en seres animados («resultados obtenidos» le dan a la ciudad «liderazgo», «el 2009» trae «la llegada» y «el arribo»).
Personificación de los objetos que se mueven por su cuenta como los sapitos de voluntad infatigable, como los desenfrenados esponsales en su primera etapa conyugal, como las chamaquitas de mal vivir, como el alma en pena de un muerto que no fue enterrado en el panteón o como el padrote en el acto de esquilar suripantas.
—En los individuos y las cosas se han invertido las funciones. [4]
En los tantos articulejos de la Santana, publicados en el suplemento del Eligio Valencia Roque, son abundantes los ejemplos que ponen al descubierto el proceso histórico de la enajenación del hombre como sujeto que ha sido desplazado por el objeto (la realidad que se diluye en el «yo»); objetivación deformada de un mundo en el que se vive de apariencias; fenómeno de despersonalización no sólo discursiva, sino de la vida y los sentimientos (se puede regalar el alma, no así el dinero).
Y para expresar la andanada de despropósitos y demás desfiguraciones teoréticas, la supernietzscheana leidi tijuanaca arma su «weltanshauung» utilizando los recursos estilísticos y retóricos de la distorsión lingüística y la dislocación gramatical.
Así, embaulando palabras, sintagmas y enunciados que acaban en notas periodiqueras de un mismo color y sabor; luego, «evacuatio fit» en el suplemento dominguero que padrotea el gingirín del Jaime Cháidez Bonilla; y, ya en cuadro de publicación, la ñorsa Robles Santana informa (o, mejor dicho, desinforma) que «la actual situación de vulnerabilidad social y económica» y «la visible confrontación de las fracciones parlamentarias», cual si fueren peleoneras marimachas que se lían a moquetes con cuanto cabrón se ponga en frente, dejando estrellitas funestas en el aire, ojos de cotorra, labios partidos y jetas hinchadas, «han golpeado de manera significativa al sector de la cultura».
Me imagino que la hija putativa del arqui Cleofas Veloz fue la primera mona a quien ese par de gandulas (dos cholas malandrinas que, como ya dijimos, responden a los nombres de «actual situación de vulnerabilidad» y «visible confrontación»), le arrimaron tortazos, patadas y zopapos. [5]
—¡Ay, qué momentos tan graves!
El estilacho retórico y, por antonomasia, esa forma de armar un discurso sustancialmente disparatado, yuxtapuesto con costras de una lengua erigida como una inconmensurable columna y barnizada con una dorada capa de mierda, fraseología para el embrollo del sinsentido y ornamentar el crimen, promover el turismo o anunciar la llegada del besaculos. Y fraseología es la lengua que utiliza la prensa para difuminar la realidad y espantar los sucesos con clichés.
Un envilecimiento de la palabrería esponjosa que Karl Krauss, antes de que estallara la primera gran peste de 1914, combatió en solitario a la prensa, a la sociedad burguesa, al fantasmal imperio austriaco, al estilo de vida de esa época con jedor a fraseología y putrefacción moral; desenmascarando las capas más profundas de la engañifa, la mentira, la hipocresía.
«He tenido una visión terrible:
veía yo cómo un léxico de conversación iba hacia un erudito y se ponía a abrirlo y hojearlo».
De la manera en que las circunstancias, los acontecimientos y las cosas sepultan a sus protagonistas y hacedores; individuos arrejolados en su alienación, desrealizados y sustituidos por una realidad que sólo es vapor, cosa etérea, fantasmal.
Y este fenómeno de alienación lingüística y de proposiciones clichés no es privativo del discurso que expone nuestra invitada; por tanto, consideremos los siguientes enunciados, cabezales del periódico Frontera (martes 27 de marzo de 2009), y observemos que la mediación «sujeto-objeto» se verifica en los mismos términos ya expuestos; es decir, la realidad, como un objeto abstracto, disuelve al «yo», despersonalizando al sujeto y sustituyéndolo por un mundo de simples apariencias. [6]
«Cuidan hogares gasto y cambian consumo» [12-A]
«Sobrevive altar de Santa Muerte» [14-A]
«Revela escuela conflicto» [14-A]
«Sin novedad reportan cámaras» [14-A]
«Arranca festival de teatro en Tijuana» [11-B]
«Repuntan las bolsas por nuevo rescate» [16-A]
«Llegan ‘esperanzas’ a Chile» [25-A]
«Desatan camisetas repudio en Israel» [25-A]
«Arranca festival de teatro en Tijuana» [14-A]
Ahora, toda vez que la noción del antitético binomio sujeto-objeto suele ser un caldo para muchas cucharadas, procedamos a echarles mirugiada a otro birote.
[Nota: para ahondar con precisión en las cuestiones del fenómeno de las extrapolaciones semánticas, remito a los lectores interesados a los análisis que Timpamaro, Rossi-Landa, Broch, Lukács y Brecht llevan a cabo en respectivos textos].
Los metatextos y la concepción inmanentista
Los metatextos y la concepción inmanentista
Escasa envergadura y gorda defección en los matices de su escritura. No se discuten las posibilidades de expresión porque el lenguaje es una especie de sortilegio aislado; predominan en los contenidos metatextualeros la descomposición de las palabras que al desunirse razón y logos ya no descifran ni revelan nada, ni son transparentes ni tienen plasticidad. La sustancia del habla es garrulería, útil para el aburrimiento, etiqueta del engaño y símbolo de opacidad. En la configuración de imágenes y marcas textuales no resalta la cognición artística de la realidad ni se cumple la función comunicativa de los signos estéticos. Tampoco hay tonalidades de ritmo ni las notaciones de musicalidad implícitas en las palabras; tampoco en los motivos ornamentales hay exclamación impetuosa, eco o golpe de metáfora, ni gesticulación tipográfica.
Lo que sí hay en los dichosos metatextos son los deseos de huir hacia el infinito, las evocaciones nostálgicas de pura mortandad o apatía, voces huecas que no responden a la voluntad de recuperar la dialéctica histórica del pasado, el empecinamiento en ritualizar una visión mitificada de espacio perceptivo de mera retórica y de evasión hacia regiones nebulosas; se patentiza la evasión ontológica de los estertores seudopoéticos que se ocultan bajo carapacho de una realidad imaginaria que anteponen a la vida real y cotidiana; frustración, angustia, miedo y desolación. Técnica aglutinadora persistente en imágenes portadoras del fetichismo romántico —lo etéreo, lo fantástico, lo infinito cósmico y demás supercherías— se «dicotomizan» fuera de los antagonismos, sin contingencias concretas, sin conjeturas de conciencia crítica. El acceso a la realidad, cuando hay, es un acto que no rebasa los límites de las preocupaciones metafísicas, de los conjuros y de las cavilaciones soporíferas o fantasmagóricas. Como el deseo del elevadorista de ser ángel para ganarse a vuelo el pan del cielo.
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