Los metatextos y la concepción inmanentista

Los metatextos y la concepción inmanentista Escasa envergadura y gorda defección en los matices de su escritura. No se discuten las posibilidades de expresión porque el lenguaje es una especie de sortilegio aislado; predominan en los contenidos metatextualeros la descomposición de las palabras que al desunirse razón y logos ya no descifran ni revelan nada, ni son transparentes ni tienen plasticidad. La sustancia del habla es garrulería, útil para el aburrimiento, etiqueta del engaño y símbolo de opacidad. En la configuración de imágenes y marcas textuales no resalta la cognición artística de la realidad ni se cumple la función comunicativa de los signos estéticos. Tampoco hay tonalidades de ritmo ni las notaciones de musicalidad implícitas en las palabras; tampoco en los motivos ornamentales hay exclamación impetuosa, eco o golpe de metáfora, ni gesticulación tipográfica. Lo que sí hay en los dichosos metatextos son los deseos de huir hacia el infinito, las evocaciones nostálgicas de pura mortandad o apatía, voces huecas que no responden a la voluntad de recuperar la dialéctica histórica del pasado, el empecinamiento en ritualizar una visión mitificada de espacio perceptivo de mera retórica y de evasión hacia regiones nebulosas; se patentiza la evasión ontológica de los estertores seudopoéticos que se ocultan bajo carapacho de una realidad imaginaria que anteponen a la vida real y cotidiana; frustración, angustia, miedo y desolación. Técnica aglutinadora persistente en imágenes portadoras del fetichismo romántico —lo etéreo, lo fantástico, lo infinito cósmico y demás supercherías— se «dicotomizan» fuera de los antagonismos, sin contingencias concretas, sin conjeturas de conciencia crítica. El acceso a la realidad, cuando hay, es un acto que no rebasa los límites de las preocupaciones metafísicas, de los conjuros y de las cavilaciones soporíferas o fantasmagóricas. Como el deseo del elevadorista de ser ángel para ganarse a vuelo el pan del cielo.

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