Como en san Pablo, y de acuerdo con el precepto
seglar, la mujer —ante la autoridad del señor que todo lo puede— le rinde culto
a una superioridad nociva y contranatural. Prosaicos reflejos de la vida real.
Por el amor del «señor» —que todo lo ilumina— la himenea letrada está dispuesta
a que la chicoteen, a andar a gatas, a que le introduzcan un azotador por la
vaina y hasta por donde le ronca el sapo. Toda una táctica sicopolítica del
sistema vicario en la más sutil manipulación encuadernada en mitos. Hay también
un rico surtido de fábulas relativas al negocio del amor compenetrado. Y
explícita es la fusión entre el hombre y la mujer en el preciso instante del
chacachaca.
«Todo lo que escribo está cargado de dinamita. Mientras tenga fuerza y entusiasmo cargaré mis palabras con dinamita. Sé que mis verdaderos enemigos, los tímidos y los arrastrados, no se enfrentarán a mí en un combate justo. Sé que la única forma de entrar en contacto con ellos es alcanzarlos desde dentro, por el escroto, tiene uno que subir por dentro y retorcer sus sagradas entrañas» Henry Miller
Francisco Morales en la dote cultural de nuestras miserias locales
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