en los fuegos vestales del amor
En similitud con las figuras legendarias —a la par
de Tristan e Isolda, Mellisanda y Pelleas, María y Efraín—; nulidad y
mutilación de la individualidad como el «motif» o tema recurrente. Fundirse en
un solo componente de unidad significa mellar la autonomía porque se anula la
existencia tanto material como formal de la mujer o, en su defecto, su
individualidad se supedita y se vincula al manflero cogedor, aunque se
reconozca el mutuo afecto.
—Y en los fuegos vestales del amor ¿quién lleva la
voz cantante? Seguro que no es la querida manfla tentadora.
En la producción de emociones lúbricas ¿quién toma
la iniciativa? A veces ella, y en el cometido de suscitar el deleite los
papeles se yuxtaponen, no de forma permanente, solamente en la profusión de los
primores eróticos, cuando el amante parece un programado perro pavloviano.
El poderío varonil disimula debilidad y le otorga a
la mujer minúsculas concesiones. Mucha complacencia y poca inteligencia en un
ejemplo de poesía erótica y de política sexual.
—Porque el gamberro machincuepas, regularmente, no
saluda ni se quita el sombrero, y una vez que lleva a cabo su hazaña, se fleta
los chones y los tramados, murmurando en sus adentros: «Ahora sí, pélate,
Tintán».