El autosacrificio de la fémina es una autodestrucción
El placer, como a veces el canto poético, deriva de
los vínculos del engaño y la manipulación, del postulado de dar y recibir
satisfacción. Qué loable intención didáctica. Egoísmo y adoración como principales
alimentos espirituales de una relación amorosa-sexual, casi feudal como la que
le incumbe a una dama y a su séquito de vasallos. El autosacrificio de la
fémina es una autodestrucción porque en la clara idolatría que suscita el mito,
y lo que se denomina naturaleza femenina es un producto totalmente artificial.
Se ha injertado en la idiosincrasia la creencia de que la naturaleza forjó a la
mujer, dotándola de dulzura, encanto y delicadeza. Y muchas jainas son
vocingleras de ripios neofeudalistas y ridículas paladinas del patriarcado, y
sin saberlo o haciéndose giles, se han allanado a la dependencia sexual
creyendo que se trata de un acto de afirmación. Abstracción cosificada y mella
de confusión entre feminismo y mojigatería. Y, en efecto, la sensualidad no ha
perdido aún su aura nefanda de mojigatería. Pensamiento y frustración. Virtud
de la fontanería en la mística uterina, eyaculación de las tensiones y
escurridero de jugos hacia la cloaca. El alma escindida de las ambivalencias.
Según cálculos precisos, «a la hora en que los pelos erizados forman agujas».
¿El acto sexual es una «entrega» y un acto de sometimiento? De placer,
contestarán las más bravas y avezadas.