La tiene zampada hasta el fondo


La dictadura clitoral se impone. Ella está encima del amasio, dándole la espalda; lo tiene dominado, tumbado en la cama, azota sus nalgas con mucha rapidez y fuerza. La tiene zampada hasta el fondo. Ambos berraquean; pero ella es la que embiste de abajo hacia arriba; luego esos impulsos se invierten; mientras deglute, estruja y exprime, extrayendo el brebaje venéreo, no se detendrá hasta no saquear la última gota de incontinencia. La ramera para eso se adiestró, para dejar al bato como pingajo. Ella se mueve con intensidad y el paroxismo altera el semblante de su monigote; le descolora el rostro. La presteza de sus nalgas... Muda el ritmo, se sosiega, se detiene. Extático, el casquivano supone que la misión ha terminado. Pero el pelele conjetura mal, pues la gamberra multiplica la impulsividad y de nuevo comienzan las embestidas con más virulencia y fogosidad. Los niveles de excitación representan ya un martirio para el enamorado, el fervor copular que lo invadía se soslaya como un castigo y pide esquina. Los gemidos de ella hacen comparsa con los de homo cachondus, suben de tono, aumentan de intensidad, se transforma en gritos; ambos cuerpos se tensan y entran en convulsiones, parece que les están aplicando electrochocs. Los gritos de ella no cesan, sigue moviéndose frenéticamente, está loca de placer, aúlla. Él se está deshaciendo, le aprisiona la verga, lo tiene atrapado, ya no le quedan fuerzas, los orgasmos se multiplican y entonces viene la descarga, el electrochoc seminal. Decrece la erección y el pene decae en flacidez. ¿Hemos llegado al final de la fajina? El enamorado piensa que sí, porque las convulsiones han cesado. Sin embargo, la ruca quiere más pedo, el canchanchán se ha quedado getón, parece un guiñapo tirado en la cama con el culo parriba. Se le acabó la pila. Ya está roncando el güey, bien dompeado el culero; todo deslechado lo dejó la matadora •

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