Es más chilo entregarse a los placeres concupiscentes


Sucedió que una mañana, la ñorsa se despertó con una terrible náusea existencial. Una especie de tedio le devoraba el alma, un desaliento. No tenía amigos ni relaciones; tampoco amaba ni la amaba nadie. El infortunio y la duda la atosigan, le martirizan la mente. La invade un dolor moral.

—¿No podré yo cambiar mi destino? —pensó.
De repente su chompeta generó la idea lanzarse otra vez por el sendero que veinte años atrás había borrado; ejercer su chamba, no de puta sino de siquiatra. La ruca se quiso dar la oportunidad de ejercer nuevamente su profesión de curandera de las anomalías y afecciones de la sique. Sin embargo hasta la ilusión más barata se empaña. Y en efecto, ocurrió que al tocar un sinnúmero de puertas en clínicas y hospitales, en ninguno le capearon, no le dieron cabida. Ya estaba muy rucaila y la política laboral tiene sus reglas, pues solamente contratan a jovenzuelas. Ah, e incluso si son madres solteras o traen tatuajes también quedan descartadas.
Contra toda esperanza y sabiendo que las probabilidades de camellar en sus menesteres profesionales, la doc se resignó a continuar en el talón; y es que —perdonando la trillada metáfora—, en su caso, el horno ya no estaba para bollos. Bueno, es más chilo entregarse a los placeres concupiscentes que andar en intentonas de enderezar a piratones y guasiados.

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