Después de 10 años de putería.


La ñorsa todavía estaba buenera, aunque el billete que aperingaba soltando el relingo en el jardín Juárez estaba medio cacicón. Pues casi puros gendarmes, albañiles, y uno que otro universitario bajado de la sierra de Cumpas, Caborca o de la Colorada, eran los que formaban el listado de su nómina putaril. Elegía a Belcebú, en lugar de Dios, en la hora de invocar que le cayera algo clientela. Y, no se puede negar que la fulanita tenía su pegue pal arrimón; ni siquiera los más roñosos le hacían el fuchi, ya que al guachar las tamañas bolotas que por detroit y por delante se cargaba la ruca, temblaban de lujuria.
Semanas más tarde, demasiadas, la ñorsa ya no se hundiría en encorajinamientos del calado ya descrito, y no sería porque la pelusa se hubiera amansado en esos menesteres tan braveros, sino porque soltó las amarras que la tenían anclada al parque Tijuanita. La jaina mudó sus encantos la frontera, tras un proceso de convencimiento por parte de una de sus colegas suripantas, le cayó a Tijuana. Pero tal viaje lo cuajo después de 10 años de putería.
Así que la ruca, cuando aterrizó en el mero Cagüilazo ya frisaba los 60 abriles •

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