Con un fervor parecido al de las pubertas aficionadas a poner el culo sobre el sofá


Dice la Diana Palaversich que el poeta Francisco Morales «es uno de los escritores tijuanenses que de mejor manera ha sabido captar el pulso de Tijuana y sus múltiples rostros» y que el bato, a través de su cochino libraco «tiene poco interés en la descripción concreta del predicamento del ser humano»; porque en su registro expresivo «la ciudad misma es el protagonista del poema», a quien se evoca como un «ser personificado» y que a instancia de la enunciación que instaura el poeta, la manola —supuesta crítica «corrosiva»— interpreta por vía de «apareamiento» como «ciudad-mimética», «ciudad-texto». En su artículo, «La ciudad que recorro. Un flaneur en Tijuana», la presunta estudiosa del fenómeno cultural fronterizo manifiesta —con un fervor parecido al de las pubertas aficionadas a poner el culo sobre el sofá y prestar las nalgas a quien le haga un iris— que el autor del panfletillo lírico en cuestión, comparado con otros güeyes («muchos otros», dice la ruca) que «escriben sobre la ciudad», el Panchito Morales es diferente a ellos —casi-casi se atreve a decir que es el único que se la saca pa miar— porque este noble pitoflero «escribe la ciudad» y no «sobre la ciudad», como suele hacerlo el resto de la perrada.

—¡Repámpanos! Ora si que estamos jodidos con la doctora croatense. Y miren si no. Precisa es la tía para lucir su habilidad en misa de aguinaldo.

—Petrarca recuperando a Quintiliano.

—O Garcilaso de la Vega salvando los papeles de Blas Valera del asalto de los ingleses a Cádiz.

—Jojojo, jejee, ijiji…

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