SOMOS UN MUNDO PEQUEÑO COMO NUESTRO MIERDOSO CEREBRO PEQUEÑOBURGUÉS

Los pequeñoburgueses culturosos de Tijuana no son contrarios a los inquisidores medievales que castigaban la herejía, ni a los mismísimos persecutores de la ciencia y de las ideas de vanguardia, pues se comportan como duros fundamentalistas que hacen de las suyas en estos tiempos de pútrido posmodernismo en que todo se mezcla y se confunde entre el «ser» y el «no-ser».



Pequeñoburgueses culturosos tijuanacos —de mentalidad pequeñoburguesa— acostumbrados a negar o sublimar las contradicciones sociales que marcan su involución histórica con actitudes tramposas y de suma ignorancia; no nada más por el hecho de reducir a categoría simplista un concepto tan polisémico como el de cultura, sino por sus espíritus de cretinos oportunistas que siempre fastidian con estúpidas muletillas a las que les anteponen la palabra «cultura», vindicando bajo esta tesitura chingaderas irrelevantes e intrascendentes, chamullando el término hasta dejarlo rebajado a cliché de propaganda política marquetera.



Pequeñoburgueses culturosos tijuanacos que una y otra vez se repiten el desaguisado: «cultura», «cultura», «cultura», «cultura», etcétera y más etcéteras de «cultura», «cultura», «cultura»; como si con eso se expurgaran la inferioridad intelectual de suyos cabrones y cabronas que hacen de la palabra cultura propaganda hueca.



Pequeñoburgueses culturosos tijuanacos para quienes problema de la cultura ya no es una cuestión de elevación, como decía el Marx hegeliano, tampoco un fenómeno que merezca debatirse; se trata un asunto para hacer negocio e insuflar los egos. Porque para esta runfla de papanatas el arte y la cultura se vertebran a partir de lo que dicta la moda, la imitación servil o la inercia mental.



Pequeñoburgueses culturosos tijuanacos que ayer ostentaban muy orondos credenciales cecutianas y aparecían en las nóminas de becarios como buenos progobiernistas. Ahora presumen de tránsfugas y se han convertido en camaleones y cínicamente hacen eco estéril con su batea de mamarrachadas cultureras.



Pequeñoburgueses culturosos tijuanacos que en el momento en que se ven impelidos a afrontar las contradicciones y dar prueba de su legitimidad supuestamente contestataria, se van por el camino de los viejos utopismos (de «los sueños gelatinosos», como decía Gramsci) e incurren en la reabsorción convenenciera de su propio materialismo pragmático de «quítate-que-ai-te-voy», adecuándola en grado tal que pueda coincidir con cualquier corriente política, sea ésta marxistoide, agnóstica, liberal o reaccionaria.



Pequeñoburgueses culturosos tijuanacos que al plantear sus premisas, encaminadas a cuestionar el orden existente, no escogen salivazos o fuego, sino suavidad y buenos sentimientos para llenar el mamoncete discurso que prodigan. Deben ser muy cautelosos cuando hay que «criticar» a la burguesía, a cuyas expensas hacen carrera, fama y logran «estatus», grados de distinción, años sabáticos, premios, becas y galardones.



Pequeñoburgueses culturosos tijuanacos que no representan peligro alguno para clase dominante ni trastocan algún interés político o económico; se les permite vociferar tratando de encubrir el mensaje con una retórica dualista, ambigua, confusa o abstracta. Estertilizan y estilizan las expresiones que orquestan en temas de jerga rígida y pedantesca.



Algunos de los miembrillos y miembrillas de la pequeñoburguesía culturosa tijuanaca suelen ser más descarados y, a pecho abierto, lengüetean la gastada demagogia tratando de reivindicar lo que no existe. Siguen siendo lo que son y serán siempre: mercenarios de la mentira institucional con relación al birote de la cultura.



Pequeñoburgueses culturosos tijuanacos enquistados en las instituciones oficiales o enganchados a pulpos empresariales que difunden chatarra mediática, los seudointelectuales que pretenden justificar un papel de “independencia” crítica, de plastiquera posición progresista; una «ilusión activa» que choca con la realidad del drama social y su monstruosa falsificación histórica.



Pequeñoburgueses culturosos tijuanacos que, de un putacazo, arrojan al vacío histórico aquellos esfuerzos y acciones de lucha llevaron a cabo nuestros antepasados para reivindicar las prerrogativas que de manera pingüe somos sus depositarios; ríos de sangre vueltos pura abstracción y charlatanería.



Pequeñoburgueses culturosos tijuanacos, a quienes no les importan las libertades de expresión y pensamiento, o si les importan a leguas se ve que son unos ingenuos inconsecuentes que no tienen conciencia para vislumbrar la magnitud de las atrocidades y melolengueses que cometen con el pensamiento ajeno, el que por supuesto no es de su agrado.



Pequeñoburguesía culturosa de Tijuana cuyas formas de encubrimiento verbal son múltiples y con la gacha intención de que los agentes receptores a quienes dirigen sus mamelucadas no puedan encontrar la intelección teórica. Y es que las estructuras ideológicas dominantes imponen las maneras de expresar un discurso con jedor libresco y de cubículo.



Y este pobre parásito burriciego, y que parece imitar a los cursilones autores del sicologismo «new age»— se autoencarna como hipócrita contestatario de sí mismo y en comentarista suyo, echándose porras él solito, extirpando todo aquello que no se adecua con su desgastada imagen de rabioso literatuelo de cartoncillo (la verdad es que es un culón de siete suelas) para jugarla al magarre y taparle el ojo al macho. Este desdichado chupapijas, además de desabrido cursilesco, ahora se anda parando el culo de “crítico” del sistema del cual mama, vomitando estúpidas alusiones abstractas en contra de nadie y de él mismo.

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