EL GERARDO NAVARRO O LA LITERATURA COMO EXCRECENCIA INTELECTUALOIDE



Vertedero de cretinadas


Por Éktor Henrique Martínez



EL GERARDO NAVARRO
O LA LITERATURA COMO EXCRECENCIA INTELECTUALOIDE


En la bullanga de las tarambanas de los premios estatales de literatura 2008 otorgados por ICBC, también se coló el marsupial de nombre Gerardo Navarro, escrutador de la peor clase de caramanchos teatreros, lo cual no es óbice para que, gracias al chanchullo y la componenda, lo acaloren con un premio literario en la categoría de dramaturgia. Batiendo el zancajo del perifollo de la ignorancia, la incultura y la estupidez, y casi dispuesto a besarles el culo a los adelantados que le cabildearon el galardón, aunque él escupa la mofeta que el premio se lo ganó con honradez y acrisolada proeza artística.

—Si ese güey no gana ni en el cubilete
—Entonces se hizo de mulas por alianza de cenáculos y todo salió por frioleras.

Este galardonado discípulo del Aniceto Burrerías es una muestra palpable de que para ser «intelectual» no se requiere usar el cerebro. Lo que este infranélido produce como autor de poesía y supuestas obras de teatro son subproductos mentales de estupidez prescolar, empapelados con un nivel tosco de redacción y en un estado primitivo casi de afición pedante y boba. El bato ya lleva tiempo reptando con un eskechillo que titula el «Nemónico», una auténtica cabronada en la que barrunta pastiches pololeados con esoterismo «niuéch» y una que otra mamada de truquitos magicianos.

—Canónico enano de las fatuidades de Taurus de Brasil y Walter Mercado.

Este teatrero mamón también fue incluido en la antología que editó el Instituto Municipal de Arte y Cultura de Tijuana (IMAC) bajo el membrete de «El margen reversible» (2003); y un maltrecho jelengue suyo, intitulado «Hotel de cristal», fue publicado en el libro I de «Dramaturgia». Se trata de un eskechillo en el que su autor gorjea chonchos disparates de pútrida gramática y una sintaxis que parece un auténtico caso forense de malhechura escritural, muy cercana a la que garrapatearía un retrasado mental. Garnache seudoliterario que por cierto me tocó pasarlo por hacha en un Vertedero de cretinadas, demostrando el estado de degradación intelectual y el bajo perfil de creatividad que tiene el seudoesteta galardonado con el premio de literatura en el área de la dramaturgia donde precisamente el laureado no pela un chango a nalgadas.
Transcribo algunos pasajes del ariticulejo en el que me avoqué a darle análisis al garnache seudoliterario para que los lectores consideren las razones por las cuales el Gerardo Navarro amacucó el dichoso galardón literario y sopesen en qué circunstancias se encuentra la picaresca culturera al beneficiar a pillos que ingresan al privilegiado club del elitismo rastacuerero que sin cortapisas intima con la ridiculez y el rebajamiento de lo que se admite como expresión de arte.
«Hotel de cristal» es un intento fallido de dramatizar una de las múltiples facetas del lumpendesarrollo de bajos fondos, pero aflorando un degenerado romanticismo populachero en el que concurren lecturas del calado de «Los asesinos seriales más famosos de la historia», marejadas de «malditismo» decimonónico, aprovechamiento perezoso y paródico de truculencias estilo Goyo Cárdenas y Chinta Aznar. Plantea una visión irreverente de las cosas que se reduce a estupor de nota roja, percepción resemantizada del «ghost story», campechaneada con las travesuras del vampiro de Bram Stoker, Freddy Krugar y Chukie y lo que resta de la legión de freaks. Pura metáfora del miedo cuyo territorio de conflicto y disputa queda situado en la buhardilla del sistema donde malviven los elementos desclasados, sin más estímulos que la jediondez, el vicio y la promiscuidad, y que acaban en sobredosis de desgracias. Una versión aguada de maniqueísmo que mañosamente estigmatiza a los humildes como los detentadores de todo mal, ajenos a la belleza, bondad o fraternidad: los pobres son unos monstruos, bestias sin benevolencia; y sólo la gente bonita de la clase alta y media burguesía es magnánima, civilizada y de elevados valores.

—Jajá. Qué pinche teatrero tan prejuiciosamente tendencioso y balín.

«Hotel de cristal» no representa el contorno de alguien que ha vivido en los arrabales, sino de otro alguien que mira o accede desde afuera. Y esté fenómeno de hipocresía estilística no sólo se advierte en el caso de nuestro invitado sino que es patente en la mayoría de escritoretes de esta región que producen libelos poéticos, narrativos y teatrales, y vale decir que las cosas han empeorado en vez de mejorar.

—Hete ahí la falta de originalidad que provoca la fiebre de pueblo y el «gusto» por el arrabal.

El lenguaje con que se construyen los diálogos y parlamentos discursivos resulta espeluznantemente artificial, los personajes adoptan registros verbales postizos que dan la idea de que fueron construidos apriorísticamente desde un cubículo de academia. En el redrojo navarresco hay una ausencia del protagonismo verdaderamente lumpen en las acciones de los personajes, no hay eclosión del auténtico submundo que habitan los parias y los desarraigados sociales. Un submundo de miseria, explotación, desolación, vicio y crimen que no conoce el autor del esketch por la sencilla razón de que él es un pequeñoburgués atrapado en sus propias contradicciones de clase; clase opuesta y antagónica a la que pone en escena y enchancleta a su clientela teatrera, sin correspondencia con la realidad. Se apasiona falsamente con la situación de una clase social que no es la suya, que no habla su lenguaje ni asume por convicción propia su pensamiento e idiosincrasia. Lo que el Gerardo Navarro sabe de la clase baja y de los paupérrimos que la integran lo ha aprendido en los libros, y ni siquiera por auténticos especialistas que se han introducido en esos recovecos del desamparo y la desigualdad. Su doble formación, burguesa y académica, explica los síntomas de su «voluntarismo» de sentirse gente de pueblo; afán de querencia por sentirse bajuno y parte de la plebe humilde.

—Pero una cosa son las palabras y otra los hechos.

El bato lo único que tiene de pobre es su miseria moral e intelectual, antítesis de su megalomaníaca autopropaganda curricular (pedantería, cinismo esnob y vedetismo mamón) que delata su charlatanería esponjosa y nauseabunda que sólo sirve para atarantar majes. Además, el pequeñoburgués tiene una fijación casi enfermiza de insertarle a su currícula, digamos que hasta la marca de chescos que toma, las vacunas del perro, los güevitos de Pascua, el nombre del médico que le hizo la circuncisión y su primer calcetín de Navidad, entre otros vejestorios. El bato, ingenuamente, cree que basta con simpatizar con los elementos de los bajos estratos, atribuyéndoles la categoría de antihéroes, con el fin de brillar mesiánicamente en la selva oscura de la historia. Su concepción burguesa únicamente permite que los traslade a la literatura como objetos de motivación folclórica, como sujetos raros, curiosos, o sea, simple y llanamente como representantes pintorescos, maquetas de personajes estrafalarios para exhibición de la burguesía ociosa y de un “gusto estético” moralmente infamante.

—Dicho de otra manera, se ocupa de ellos del modo en que lo haría un burgués que arroja unas cuantas monedas al menesteroso.

«Hotel de cristal» no es más que un figurín retórico de un estilo de teatro de forma esnob, diseñado para abrir mercado literario, aprovechando —por gusto puramente «estético»— la vida de los segmentos sociales miserables, «panorama» que le interesa por la intriga, por su visaje grotesco, conveniente para la diversión de carácter mecanicista y para mofa de la clase dominante.

—Y en el engaño de las apariencias, ¿cuál fue el «ne plus ultra» que lo hizo entrar al palco de honor de los premiados?

Por lo que se lee en el sabotaje de las deliberaciones, se trata de un gazpacho titulado «Yonke Humano», que cinchada la venada, igual que el eskechillo «Hotel de cristal», estéticamente hablando no ha de llevar a ninguna parte. Y así el jurado dictaminador —integrado por el David Olguín, el Fernando Muñoz Castillo y el Noé Morales Muñoz— hicieron gala de su bajeza y falsedad, anteponiendo el ciego compromiso que exige el amafiamiento culturero y las capas protectoras de la hipocresía, la mediocridad y la pendejez.

Y guachen lo que provoca el patético comercio de las infusiones correligionarias y las promociones de capilla:

«Decidimos otorgarle el premio por unanimidad, al considerar que retrata, con pericia narrativa y un dibujo sólido de personajes y situaciones, los avatares y contradicciones de la vida en la frontera norte de nuestro país».

—Y tururú-tururú.

Pero los epónimos baladreros exageran hasta extremos irracionales y se niegan a reconocer las evidencias que ponen en entredicho los repugnantes extravíos de pérfidos halagos con los que se solaza la puerilidad, la cutrería, la pifia y la pelma que se desprenden como pestilencias de las sopitas letreras que cocina este paria del «perfórmanz» desvanecido en reguetón de sicomagia.
Gracias a la máscara teatrera, al disfraz del talento y, principalmente, al supremo acto de las murumacas sopladas desde la efímera autoridad del apalabre —considerando que la cultura literaria, como dice Alfred Kazin, padece el mismo desorden y lacras que la política— del boíl de los estropicios de la dramaturgia, por citote, se escogió a este güey del Navarro para el «jápening» del premio de literatura en esa categoría, pese a la ausencia de percepción e intelección para desplegar valores estéticos, pues el bato no tiene talento en la mollera, es superficial, copión y un mentecato con el rasgo común de papagayo emulador del la parasicología y esoterismo de escaparate.
El argumento debería de ser un pesimismo kafkiano: me da gusto que premien y publiquen mis textos, pero yo en su lugar los rechazaría. Pero hay melolengos capaces de sentir admiración hasta por los peores defectos; y lo más grotesco resulta ser cuando son presentados como pertinentes modelos de inspiración destinados a rehabilitar una cultura chatarra.
Que se diga que el Juan Carlos Reyna y el Gerardo Navarro son escribidores hechos y derechos no es más que una desmesurada procacidad de cínica ironía con la cual se da a entender todo lo contrario. A mas de otras personalidades seudoliterarias que también son pura faramalla, verbigracia la Lorena Mancilla, el Gilberto Licona, la Regina Swain, la Amaranta Caballero, la Margarita Valencia, la Mayra Luna, la Karla López, la Abril Castro, el Rafa Saavedra, el Bruno Ruiz, el Roberto Partida, la Brenda Yáñez, la Paula Elena Castillo Hurtado, la Paty Blake, la Diana Licéaga, la Miryam Ruiz, la Mariana Martínez, el Roberto Navarro, la Lorena Cienfuegos, el Horacio Ortiz Villacorta.

—¿Con semejantes babiones de letras pueden erigirse modelos representativos de la literatura norfronteriza?

Ni siquiera la mitad de ellos se ajusta al rango medio de la estética ordinaria; lo cual no es obstáculo para tener entrada al palco de las antologías locales y despacharse con la cuchara grande de la vanidad. Promoción de la literatura con la finalidad de degradarla y aniquilarla de todo basamento de esteticidad, precisamente cuando se suscitan ficticias sensaciones y falsas creencias de que se trabaja chingonamente con la palabra.

—Mientras tanto, el ICBC otorga premios sin importar que el ganador sea un pobre idiota.

Por lo que se advierte, Norzagaray tampoco supera la bajeza y la iniquidad de los prianistas que parodian sin piedad sobre sus propias caricaturas «reductio ad nauseaum».
La pregunta del lector preguntón apunta hacia la suspicacia de creer que existe una selección previa de becados y premiados desde el momento en que las solicitudes y convocatorias son entregadas en la ventanilla de la oficina de recepción del ICBC. Continuidad selectiva que cuenta con amistades y “arreglos” de cabilderos que operan dentro y fuera de las instituciones encargadas de partir y repartir el queso de las dádivas y los merecimientos literarios; y que en realidad no es más que el reflejo del carácter selectivo de la sociedad capitalista mexicana, inspirándose en las simpatías o compadrazgos o filiaciones capilleras para establecer los nombramientos de las tríadas de los jurados dictaminadores de premios y de los también premiados. Así, por ejemplo, y en nombre del excelso mandarinato culturero, la burocrática comisión dictaminadora —integrada por el David Olguín, el Fernando Muñoz Castillo y el Noé Morales Muñoz— decide otorgarle el premio de dramaturgia a un pendejete del calado y tropel del Gerardo Navarro, dizque porque el bato «retrata, con pericia narrativa y un dibujo sólido de personajes y situaciones, los avatares y contradicciones de la vida en la frontera norte de nuestro país».
Conforme al pulso de los géneros literarios, y poniendo la mirada en lo que debe de ser el birote, o sea, sin adarme de sindéresis, la hechura premiada es de teatro, no de novela o cuento.
Se habla de «pericia narrativa» cuando la cosa atañe, por consiguiente, a una transfiguración artística cuyos filones son explícitamente «diegéticos», redactados literariamente en la expresividad del drama escenográfico, donde lo narrativo es un aspecto parcial y secundario, porque la plena expresividad de la «recitación» se suscita por los actores protagónicos y los caracteres materiales de la escena (luz, color, decorado, dirección, etcétera), estrechamente ligados al sentido poético del espectáculo trágico-cómico de la obra de teatro que por naturaleza se vive estéticamente «in situ».
Por tradición, el teatro es parte de una cultura oral y su valoración no se determina por los pañolitos de la narrativa.

—Y eso lo sabe hasta Gurrola.

Pero eso qué importa, si el batillo, autor del «Yonque» premiado le ha robado el corazón al gran jurado. Y con respecto a «los avatares y contradicciones de la vida en la frontera norte de nuestro país» que el teatrero de marras «retrata», seguramente habrá de ser la lucha entre los pobres y los poderosos, introduciendo el autor su moral pequeñoburguesa al presentar a la perrada popular como seres despreciables y repugnantes.
Y desde el bunker donde atiende sus gestiones —o vaya el retruécano— y gestionar sus atenciones, paremos orejas nomás pa oír lo que badulaquea don Ángel Norzagaray, que las becas y los galardones quedan condicionados al «análisis de un jurado imparcial», y que a sus asegunes está formado por ciudadanos “distinguidos”, “respetables”, “honorables”, “experimentados”, “abnegados” y “objetivos”. Pero el contenido real de tales «virtudes» y «valores» dista mucho de la retórica nominal que pregona; toda vez que se identifican con la docilidad, la obediencia y la sumisión hacia el principio de cuatachismo y favoritismo en turno.



UNA «CASTA» LUCRECIA, HIJA DEL FARISEÍSMO TIJUANENSE

Según narra la leyenda, la casta Lucrecia fue violada por Sexto Tarquinio, hijo de L. Tarquinio, último rey de Roma, provocándose por ello el hundimiento de la monarquía. La historia viene a cuento porque la meretriz culturosa Gerardo Navarro sintiose igual que la bella Lucrecia cuando, librando una nimia batalla contra la estupidez, le hice fritangas su magna obra literaria intitulada «Hotel de cristal».
Pieza por pieza le desmonté su mugroso badulaque (andamiaje discursivo, estructura sintáctica, instrumentación teórica, mala educación estética, motivos de falsa pasión clasemediera, sicologismo barato, impericia y falta de técnica en la expresión de caracteres de los dos únicos personajes que figuraron en su escuálido esketch) y la conclusión fue una exhortación a no leerlo nunca; pues, su esperpento teatrero está adobado de una ínfima calidad literaria que ponerle encima los ojos es peor que cogerse una puta con ladillas. Sus postulados esenciales no fueron otra cosa que una flaqueza de talento, representado en una travestida taumaturgia de producto tianguero (a la manera de Taurus de Brasil, Gualter Mercado y Jaime Mafufán), de fantasías metasíquicas y otras vaciedades espiritistas y de tríler superchamuscado. Como ya antes dije, dos personajes intervienen como protagonistas de la acción: el «Gringo», un «hispano, veterano de la invasión a Panamá», y el «Morro», un chaval «tijuanense del Cañón del Pato».
Desde el principio se observa, a simple vista, que la tensión dramática que reporta el libelo navarresco es anémica y, el final, lo que tiene de tormentoso lo tiene de ridículo y facilón. Desde la conciencia de los personajes las ideas surgen sin orden, semejan a algo parecido a una orquesta de músicos que tocan desafinados. La visión descarnada de ese subsuelo social que presenta el autor por medio de sus personajes desprende un tufo a pedantismo e imposición de ideas falsas e inverosímiles.
Asimismo, salta a la vista la incoherencia de la trama y el absurdo final, pésimamente impostado. No hay auténtica dramaticidad, los parlamentos carecen de fundamentación estética, en los personajes no hay ni un ápice de complejidad síquica; de la violencia verbal y el ensañamiento agresivo, que deben propalar la fuerza literaria y la eficacia conmovedora en el lector-espectador, apenas vemos sus pequeños barruntos. Y en cuanto a la calidad de la escritura, el autor no cumple con tal exigencia de primer orden. Desde el punto de vista estético, cuando no degenera en una simple metáfora, su visión del mundo se reduce al solipsismo; y, desde el punto de vista filosófico, es decir como concepción del mundo, «Hotel de cristal» da lugar a formas de irracionalismo y arbitrariedad que intentan extinguir los males del mundo con otras calamidades.
En otras palabras, se trata de elevar la ideología a categoría de sistema filosófico sirviéndose para ello de una metodología pragmática derivada de una política de inmediatez que no mide las consecuencias y no le importa descuartizar al mundo porque su fin ulterior es, precisamente, fragmentar la realidad, a la que únicamente se le otorga valor instrumental.
A continuación sólo reproduciré la acotación introductoria de su vasca teatrera, insertando entre corchetes mis respectivos comentarios, toda vez que la sintaxis que sirve de esqueleto discursivo parece obra de una verdulera o de un tirabichi de la calle Cagüila:

"En una luz de la ciudad que alumbra un cuartucho" [que alguna alma caritativa nos dé la pista; ¿quién alumbra?, ¿la luz, la ciudad o el cuartucho?] "donde se fermenta" [se escribe: fermentan] "el más duro silencio y olvido" [otra pregunta: ¿en qué lugar se fermentan ese olvido y ese silencio nada blando?; además ¿cómo se fermenta silencio, o el olvido?, según sea el caso; y a propósito, ¿hay silencios duros?]; "un par de sombras llegan apresuradas" [construcción sintáctica incorrecta; el adjetivo no puede ser determinador directo del verbo, a no ser que se le agregue el sufijo mente, «apresuradamente»; ya que es función del adverbio; Por tanto, corrijo: «un par de sombras apresuradas llegaron»] "escondiéndose de la policía" [yo diría que ni falta que hace esconderse de la chota; ¿quién puede arrestar a una sombra?]; "entran y ponen un garrote de" [como] "tranca a la puerta" [la preposición correcta es: en]. "Están alterados y dispuestos a prepararse algo para fumar" [¿quiénes están alterados?; si se refiere a las sombras, pues lo correcto sería escribir «alteradas» y «dispuestas»; y ¿para qué tanto pinche prejuicio?, ¿porqué no dice lo que van a fumar?]. "Hay en las paredes:" [¿de dónde?] "poemas escritos con navaja, dibujos del chupacabras en bolígrafos" [ese chupacabras debe llevar mayúscula en su primera letra, pues se trata de un nombre propio, aunque sea un animalejo inexistente que inventó el Neto Zedillo para desviar la atención del «error de diciembre»; y en cuanto a la preposición «en» que complementa a bolígrafo, lo correcto es: «con bolígrafo»]. "La única ventana" [¿de qué lugar?] "está cubierta de aluminio" [¿no serán los vidrios de la ventana los que están cubiertos con aluminio?] "y tiene algunos hoyos por donde entran ráfagas de luz" [¡ah, chingao!, pues ni que fuera metralleta]. "La iluminación es tétrica, como de prisión" [¿a poco así es la iluminación de una prisión?]; "el único foco encendido sube y baja de voltaje. Al fondo del cuarto hay una tina llena de orines con" [donde está, hay, etc] "un patito de plástico que flota y se desliza lentamente" [entonces es un mar, con olas para surfear]. "Uno de ellos" [¿a quién se refiere?, ¿a un patito o a una de las dos sombras?], "apresuradamente se prepara a" [preposición correcta: «para», porque indica finalidad, no destino] "fumar cristal: calienta con una vela un foco roto" [¿verdad que no es el foco que endenantes dijiste que era el único que estaba encendido y que subía y bajaba de voltaje?] "que usa de pipa; mientras, el otro se acerca a la tina para orinar" [¡ufff!, ¡por fin, acabamos!].
Me chismorreó el mamacallos del Jaime Cháidez que en el momento que Navarruco se chutó mis comentarios se le enardecieron bien machín la emociones y se encrespó como gorila al que le pican en el culo un tambache de mochomos; y que el bato del coraje que agarró escupía moco verde y pegajoso hasta por donde le ronca el sapo, es decir, hasta por detroit míchigan.

—Jajajaja.

Más tarde, sumido en su laberinto de melolengueces, el cretinazo preparó una especie de réplica en la cual ni siquiera por pestaña abordó mis argumentos, los escamoteó y prefirió escurrir el bulto por los recovecos de las lamentaciones y reparos de chamaquita ultrajada. Su cerebro obtuso no le permitió más defensa que la rutilación de sabanazos al aire y vituperios de deshonra (no a mí, si no a él), llamándome cotillero y calumniador, pocohombre cargado de complejos, buhonero de la difamación, etcétera y más etcéteras. Que me iba a demandar y no sé otras mamadas sentenciaba en el furor de sus corajes. Yo solamente lo escuchaba como quien ve llover y, de vez en vez, soltaba de la cura mis carcajadas rebelaisianas (murmurando en mis adentros: ¡ay, pobre pendejo!).

A propósito, véase el Vertedero de cretinadas intitulado «EL GERARDO NAVARRO O EL “BARDO THODOL” VERSIÓN ANICETO BARRERÍAS».

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