LUPERCO CASTILLO, EHRENBERG Y EL MARFUZ VIRGILIO [DE POETAS, CARROÑEROS Y PAYASOS…]


Vertedero de cretinadas


Por Éktor Henrique Martínez



LUPERCO CASTILLO, EHRENBERG Y EL MARFUZ VIRGILIO
[DE POETAS, CARROÑEROS Y PAYASOS…]





«...la fatua ingenuidad de los papagayos que creen poseer, con unas cuantas fórmulas estereotipadas, la llave para abrir todas las puertas…»

Antonio Gramsci



LOBO QUE SE HARTA DE CARNE SE DISFRAZA DE CORDERO

Ya son escasísimos —por no decir: inexistentes— los literatuelos que —luego de mamar placenteramente el choto del culturalismo oficialista— se convierten en becerros topilleros, renegando entonces de aquello que antes no renegaban y prejuzgando como intolerable lo que ayer también toleraban. Roberto Castillo Udiarte, alias don Luperco, es uno de ellos; y, dando cabezazo y patada, quiere cercenar de su memoria un pasado que, sin duda alguna, todavía le provoca hondas melancolías. Pero ahora alberga otros anhelos (huelga decir: manchados de comedia, sensacionalismo y ridiculez), queriendo comenzar de cero la marcha de su caminata “moral”. Y en un arrebato de fingida indignación, el bato se ha proclamado miembro de la «liga de la decencia» (político-culturera) y en un falso reivindicador de la perfectibilidad ética que chilla como novicia ultrajada.

—No hay que tragarse el churro, se trata de momentáneos sacudimientos.

Faltándole garra, sinceridad y seriedad, Luperco Castillo Udiarte, nuevo prócer de la “decencia”, se lanza en el ejercicio de sus predicamentos con una «carta» que publica el semanario esotérico-seudocultural «Bitácora» (edición #629, de fecha 4 de junio de 2009), y en la expone siete sinrazones.
Este es el proemio de su epístola:

«Lic. Héctor Villanueva G. • Subdirección de Promoción Cultural • Presente.- • Por medio de esta carta doy una respuesta a la invitación editorial tuya, fechada el pasado 12 de Febrero del presente año, y al mismo tiempo hago de tu conocimiento mi decisión para que sea cancelada, temporalmente, la publicación de mi libro, Nuestras vidas son otras (reunión de poemas), que había sido seleccionado por el jurado de la Convocatoria de la Colección Editorial del Centro Cultural Tijuana 2009, por las siguientes razones…» [Roberto Castillo, Bitácora #629, 4 de junio de 2009].

—Las desproporciones que causan su malestar se verán en renglones venideros.

Estolidez y pedantería en vana retorica es lo que muestra, de entrada, míster Luperco. Sus divergencias son únicamente de carácter terminológico, nominalista y palabrero; o sea, mamonas y demagógicas. Se defiende por interés particular encubriéndolo bajo un blandengue «moralismo» exhibicionista que se ventila hipócritamente como un interés general. Es la etiología burguesa del egoísmo —en la que hizo blanco Marx en su estudio de la Contribución a la crítica de la filosofía de Hegel— y que aún degenera en misticismo y apología de la meritocracia: «hago de tu conocimiento mi decisión para que sea cancelada, temporalmente, la publicación de mi libro, Nuestras vidas son otras».

—Y tú nieve, ¿de qué la quieres, señor Luperco?

Y, porque se trata de uno más de nuestros carismáticos hombres de letras, de los inspirados por la divinidad, de los prestigiosos de alto rango moral y estético, de los elevados intelectualmente, de las superioridades en el estatus sapiencial, de las trascendentales voces de la conciencia colectiva, etcétera, mucho caso le harán a este partidario de la autofagia culturosa, ahora convertido en una Penélope que se niega a tejerle chambritas a su Ulises.
Ridícula y cínicamente, don Róber Castillo parte de circunstancias que ya no admiten inescrupulosidades en la elección de los medios para llegar a un fin. Pero, además de que la convicción no es sincera, ya es demasiado tarde para el giro ético. El discurso del marrullero poetastro de Playas de Tijuana adquiere un ritmo y una orientación de paradoja, un modo marché de dupes o juego de ilusionistas, pues pretende hacerse independiente de sus propios fines, cuando en su conciencia adulterada, éstos ya habían sido concebidos como medios.

—Así, hasta la infalibilidad resulta barata; basta con meterse la moral en el bolsillo y… san Camaleón.

En la manoseada cantilena epistolar que garrapatea nuestro invitado, ésta es la primera [de las sinrazones] que hace valer:

«Soy uno de los firmantes en la carta que se mandó a la Presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA), para protestar y para que reconsidere la decisión de nombrar a un director del Centro Cultural Tijuana sin haber realizado mínimamente una consulta o un consenso entre la comunidad cultural de la región, lo cual la hace aparecer como una decisión de puro compromiso político» [Roberto Castillo, Bitácora #629, 4 de junio de 2009].

Tal parece que el señorón no anda muy sólido en los temas de la nueva “ciencia política”. Sin embargo, él quiere saltar de burraca a superhombre y se cubre con un oropel de rígida aversión a la congruencia, parapetando un finalismo teleológico similar al de los priístas «renovados». En vez de andar pegando de gritos por la impresión y publicación de un libraco, el jesuítico vate debería, cuando menos, procurarse en sus dones una mezcla de habilidad técnica y capacidad imaginativa; y, por supuesto, dejarse de macanas.

Ahora, ¿cuál es el verdadero fondo del asunto: la «designación» (el acceso al cargo público) o el «designado» (el núcleo moral de la personalidad)? No se necesita mucha tatema para averiguarlo, aplíquese nada más la ley de la causalidad y la respuesta es pan comido. Pero don Luperco la juega al magarre y hace como que la virgen le habla. Como buen servidor de la plutocracia culturosa y convenenciera, el bato sucumbe ante el autoengaño ético. Sus convicciones corren el pobre vuelo de un eticismo impotente y de cínicas coartadas.
Y con este tipo de rollitos quiere penetrar en las legitimaciones:

«Segunda [de las sinrazones].- Aclaro que la carta en ningún momento se opone a la persona designada, tampoco propone a otra alterna; respetuosamente, la inconformidad se manifiesta en cuanto a la falta de transparencia en la designación. Si bien estas decisiones centralistas son parte de una tradición política común en nuestro país, considero que si tanto se pregona el arribo de la democracia, creo que éste es sólo un acto demagógico más de las instituciones nacionales y con las cuales estoy, y estaré, en total desacuerdo» [Roberto Castillo, Bitácora #629, 4 de junio de 2009].

—¡Ájale!, y el punto clave es: ¿el güevo o la gallinuca?

El método de exposición no puede ser otro que desentenderse de lo que se tiene guardado en la memoria desde hace mucho tiempo; es decir, que don Luperco no se haga pato, pues él ya sabe que —por su naturaleza y funcionalidad— los mecanismos, procesos y ajustes tácticos en materia de cultura son centralistas. Si el bato sabe que el desarrollo y la promoción cultural de “provincia” se gestiona desde las iniciativas del centro, entonces ¿porqué hasta ahora hace hogaño y motivo de hilaridad con tales temas tan trillados? Eso no lo berreaba cuando, participando en cacería de limosnas, rozaba compensaciones, dádivas, apoyos y canonjías.

—Quebrantos que, por el bacilo de su hipocresía, el redomado poetastro no confiesa.

De seguro que ya se siente un ser depurado y con suficiente autoridad moral para descalificar la cutrerías que antes no lo irritaban ni le crispaban los nervios.

—Y que no diga que no participaba en tales jubileos y gollerías.




PAYASO, SOY UN PINCHI PAYASO QUE RÍE EN LA PENUMBRA

En similar tesitura que don Luperco Castillo Udiarte, otro payaso se adhiere a «la inconformidad [que] no es contra de una persona [de nombre y apellido Virgilio Muñoz] sino en contra de la manera en que llega al puesto. Se trata del Felipe Ehrenberg, quien —para escurrir el bulto y adelantándose demagógicamente a cualquier acontecimiento molesto para su persona y perjudicial a sus intereses— mueve la víbora de esta manera:

«Firmo una de las cartas publicadas por un segmento importante de Tijuana por considerar que es la única que cuestiona, no al recién designado director, sino a la forma en que acaba de ser designado. Atentamente Felipe Ehrenberg Enríquez».

Puede demostrarse sin dificultad la forma rastrera, y por demás disparatada, de enderezar la queja. O sea, al sucesor de la Tere Vicencio lo quieren hundir y joder, pero no tienen nada en contra de él. Entonces ¿qué anhelan con ese móvil de loca santidad neoquijotesca?; ¿la cruz del martirio? Exhibir públicamente la forma negativa y cochina que medió en el nombramiento del burócrata cultural es, al mismo tiempo, imputarle colusión en el cuchupo.
Y otro personaje de pabellón cirquero, y que se ha vuelto zarandillo mataperros, es el fulanete Gustavo Torres, quien —antes de la morriña que ahora se carga— se engullía sus botanas y se chupaba sus aguas-locas con el billete que recibía como colaborador del Virgilio Muñoz en el pápiro «Diario 29».

—Pero sigamos pelando las antítesis de lo que ayer y anteantier eran puras alabanzas.

Para hacer prevalecer pureza y claridad en el orden de los asuntos relacionados con los retruécanos de la cultura política o la política de la cultura, don Lobo Castillo nos ha salido muy demócrata y honrado.

«Tercera [de las sinrazones].- No es mi posición una forma de resistencia al cambio, sino a la permanencia de los mismos métodos y estrategias de antaño para designar los puestos directivos a través del compadrazgo, las relaciones sanguíneas, los favores políticos, y no por los méritos requeridos o por la experiencia en el campo cultural» [Roberto Castillo, Bitácora #629, 4 de junio de 2009].

Deveras que el excompadre del «decadente Elvis Presley tijuanense» (como dijera la hinchadita de la Regina Swain, refiriéndose al Guicho Crosthwaite), es un caradura de tres varandas. Todas las acciones que don Luperco afirma repudiar subyacen latentes en su manera de actuar. Cómo olvidar que la señora Tere Vicencio, anterior titular del CECUT, es —por bautismo y no por simples borracheras— comadre del bato. Luego-entonces (como espetan los leguleyos), y en el supuesto que la ruca aún estuviera meneando el changarro culturoso, la felicidad personal del poetazo Castillo Udiarte estaría subordinada a «una forma de resistencia al cambio». Por tanto, la descripción que hace en su libelo se haya vinculada muy «ad hoc» a esas tendencias de «compadrazgo, relaciones sanguíneas y favores políticos», quedando arrejoladas a segundo o quinto plano las máximas “realizaciones” intelectuales de «méritos o experiencia en el campo cultural».

—Así que… señor Luperco: no mameyes que son plátanos.

El estricto y puritano código moral que ufana nuestro invitado, sicológicamente, no tiene fe sincera porque se trata de una retórica ideológica, muy del estilo de los representantes de la oligarquía estatista-empresarial, destinada a disimular sus particularismos. ¿Cuál devoción hacia el arte y la cultura?, lo más importante es la adecuación en la politocracia que se convierte en la condición indispensable para adquirir ventajas, privilegios, canonjías y recibir la luz del candelabro publicitario. A falta de auténticas convicciones, míster Luperco tiene la conciencia oficial muy desarrollada para dar complacencia al «Leviatán» en turno.

—Enorme arquetipo de cambiar para no cambiar.

Aunque no se abre de capa, el batillo pregona la ruptura de las estructuras vetustas, pero nada pendejo, lo hace desde el énfasis de la derecha y como el invisible muerto que ya han devorado los gusanos. Dijera Georges Bataille en La conjuración sagrada: «tan chocante como la aparición del yo dentro del todo metafísico, o más bien, para regresar al orden concreto, como la de una mosca en la nariz de un orador».
Pasemos al ritornelo en el que nuestro lobo inferoz se muestra muy inflamado:

«Cuarta [de las sinrazones].- Sin embargo, ahora agrego también que las palabras de soberbia, el ninguneo y el desprecio por parte del nuevo director del CECUT hacia la comunidad cultural, públicamente y a través de los medios por haber cuestionado el nombramiento, son una manera de manifestar su necesidad de censurar, negar o descalificar a la diversidad de opiniones en una sociedad preocupada por los quehaceres de la cultura» [Roberto Castillo, Bitácora #629, 4 de junio de 2009].

La decadencia y la estulticia de la producción artística de los literatos y seudoestetas tijuanenses no sólo consisten en su mediocridad y talentismo huero, sino en su negligente oportunismo. Por livianas razones se suelta una incontenible pedorrera. Sinceridad y magnimidad o, bien, elitismo y sectarismo. Don Roberto Luperco Castillo chilla y se estremece de asco, pidiendo además que no se publique su libro mientras el Virgilio Muñoz siga de director del CECUT.

—El güey ya parece publicista de partido.

¿No sabe, el cabrón, que la mentada «comunidad cultural» se conforma tan sólo de una porción muy minúscula del conglomerado social, y cuyas masas periféricas tienen vedado el paso al mundo de los aromas poéticos y demás dulzuras artísticas? Cuando el bato dice «sociedad preocupada por los quehaceres de la cultura», se refiere únicamente a los pequeñoburgueses que integran la «comunidad cultural»; una bola de arribistas y parásitos chupabecas, melolengos a quienes invoca como si fueran unos seres dotados de facultades sobrehumanas. Para don Luperco y sus congéneres de piso lo que menos importa es el hombre en general, la pelusa de orden común, el «honest man», como decía Oscar Wilde.

«Quinta [de las sinrazones].- Y si la dirección ya inició su política cultural desde la intolerancia, o con prebendas en busca del silenciamiento a las ideas diferentes, entonces es un mal presagio para los creadores, los públicos, la práctica y la creación de la cultura tanto regional como nacional e internacional» [Roberto Castillo, Bitácora #629, 4 de junio de 2009].

Seamos francos y no nos hagamos pendejitos, estos nos son los motivos por los que se pide la destitución del ruco Muñoz.

Antes de firmar su cartita bitacorera y aventarse al ruedo con posterior «libelus», el Luperco Castillo Udiarte debió haber consultado al Carlitos Salinas de Gortari para que lo aconsejara de no regar el tepache e incurrir en payasadas.

—A estas alturas, el pobre cabrón, ha de ser el hazmerreír de sus colegas y alumnos.


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