PROHIBIDO METAMORFOSEARSE: PROMOTORES CULTURALES


¿PROMOTORES CULTURALES
O SIMULADORES Y CHANCHULLEROS DE CUALIDADES?


PROHIBIDO METAMORFOSEARSE

Se cuentan por trocadas los presuntos promotores culturales que hay en este culo San Diego; y el que no es poeta, pintor, literato o periodista, pues se las fachendea de dizque promotor cultural. Pero vayamos a los orígenes del primer término que conforma la perífrasis sustantiva.
Promotor —según consigna el sabio Guido Gómez de Silva en su «Diccionario etimológico de la lengua española»— es aquel que promueve, que hace adelantar, que trata de conseguir: del latín medieval promotor, del latín promotus, participio pasivo de promovere, promover, avanzar, hacer avanzar.
Ahora, si al vocablo le agregamos el concepto de cultura, por sentido común y simple lógica, deducimos que el promotor cultural hace adelantar y trata de conseguir, a fuerza de proposiciones compartidas, todo aquello relacionado con los productos y las manifestaciones de la cultura y las artes.
No voy a negar que existan en estos lares auténticos promotores culturales, pero la justificación ha de buscarse en el plano empírico y no en la simple vertiente nominal, porque en esta última el calificativo no representa valor alguno. La palabra cultura figura entre aquellas más utilizadas y de las cuales más se ha venido abusando; y el mero hecho de promoverla supone a la vez una forma de propaganda ideológica con auxilio de las tensiones emocionales que proporcionan las bellas artes y el refinamiento estético. Igual que los apologetas que ya no reconocen a su sociedad como capitalista, paralelamente así está la cuestión de la promotoría cultural. No se le pueden ya reconocer sus propiedades ni expresar en su favor una actitud positiva. ¿Por qué? Por los efectos ilusorios que hay detrás de su estructura semántica, además de las divergencias de opinión que se adoptan en cuanto a su función significativa in abstracto. De ahí que al sintagma nominal promotor cultural sea nada más una definición “persuasiva”, motivada más por la metafísica que por el intelecto. Y es que fuera de la concreción ya dada, la definición parece no tener fin y su extensión se utiliza infundadamente, al grado hasta de confundirse con burocracia cultural, provisión de turismo culturero, suministro de clientela a determinados espectáculos, democracia cultural sin pueblo, etcétera. [1]
En la medida de esa elasticidad formal, y sin establecer condiciones previas, solamente de un concepto así de nefasto puede sacarse provecho en la mitología liberal, erigida en nombre del mundo libre. Y es que, como ya lo decía Mills, a los problemas del gordo mundo responde el liberalismo con su fetichismo verbal y alternado con reacciones oportunistas y, según advierte Gramsci, con ilusiones de que la historia puede crearse con subterfugios, sofistiquerías y habilidades formales. Hay que añadir que la función del promotor cultural se haya confinada al esquematismo político y que no es el resultado de un buen conocimiento profesional ni deriva de una actitud autónoma de sus propagadores, quienes no son suficientemente competentes para influir sobre sus prospectos con la política cultural que encauzan, porque a pesar de que pululan centenares de esos seres de carne y hueso que se autodenominan promotores culturales, Tijuana se encuentra en una condición mísera en materia de cultura. Y nada más para darse una idea, en la lista de firmantes del «Manifiesto S.O.S Tijuana» se pueden contar casi una cuarentena de nombres de los susodichos difusores. De la perseverante competencia de la iniciativa privada recojamos algunos membretes:

Carmen García (promotora cultural), Ava I. Ordorica (promotora cultural), Alma Delia Ábrego (promotora cultural), Edgardo Moctezuma (promotor cultural), Miguel Ángel Vázquez Ramos (promotor cultural), Alida Guajardo de Cervantes (promotora cultural), Margarita González (promotora cultural), Montserrat León (promotora cultural), Lilian Muñoz (promotora cultural), Iván Laniado (promotor cultural), Jeannette Anaya (promotora cultural), María Eugenia Díaz Colón (promotora cultural), Jesús Padilla (promotor cultural), Gabriela Posada (promotora cultural), Karla Quiroz (promotora cultural), Juan Miguel León (promotor cultural), Guadalupe Velázquez (promotora cultural), Luis Miguel Villa (promotor cultural), Raquel Machuca (promotora cultural), Aída Méndez (promotora cultural), Celia Luna (promotora cultural), Claudia Basurto (promotora cultural), Claudia Souza (promotora cultural), Patricio Dodero (promotor cultural), Olimpia López ((promotora cultural), Julio Álvarez (difusor cultural), Gabriela Assemat (promotora cultural), Rebecca Noriega (promotora cultural), Bárbara García (promotora cultural), Juan Kress (promotor cultural), Gabriela Alatorre (promotora cultural), Leobardo Negrete (promotor cultural), Angélica Velázquez (promotora cultural) y Arturo Vázquez (promotor cultural).

Muchas exageraciones y jactancias, y un aumento de la frivolidad, como dijera Gramsci. Y es que el apelativo obedece simplemente a una enunciación adicional o se genera únicamente por vía de incidencia para hacerse notar y guardar las apariencias. En el fondo de la verdad se trata de un ejemplo superficial de pirotecnia y hasta de charlatanería; y en el nudo de los conceptos así podrá leerse, pero no creerse. Eso sería como darle sentido real —en un ciento por ciento— a un drama gacetillero. Con modestia (o inmodestia) los personeros se apropian del calificativo, sin sopesar que el término promotor cultural, más que un sintagma nominal suele ser como una papa caliente.

—Promotor cultural, promotora cultural; last but no least.
—Joder con tales tíos y tías.

LAS PALABRAS YA NO SON GUARDIANAS DE LA INTELIGENCIA

Y la cosa no pasaría de chaladura si acaso la peregrina ingenuidad no se tragara el camelo ese de autodenominarse promotor o promotora cultural, creyéndose que así se goza y se solaza de amplísimo prestigio intelectual en las glorias inmarcesibles del mundanal culturero que, en rapidez vaporizada, ostentan ilustrísimo lugar en la historia de la cultura fronteriza. Promotoría cultural o nomenclatura vomitada por merolicos de ocurrencias disparatadas para designar de alguna manera una labor baladí. Se construye una «casuística» de falacias que conviene a la incapacidad y a la insuficiencia, ya sea en el talento artístico o en las instancias del sistema cultural unitario. O sea, cultura significa en este caso relativismo, oportunismo moral e ideológico; forma banal de subjetivarse a través de sofismas y supercherías escolásticas. Y la postura de promotor o promotora cultural se ha venido embrollando con las mismas fórmulas que aplican los aparatos oficiales de la política cultural, orientadas a impedir que la clase dominada pueda allegarse de los beneficios —tanto materiales como espirituales— de las expresiones del arte y la cultura. Promoción cimentada en líneas de obstrucción y cultura como forma diletante de apasionamiento por las artes. Promotores y promotoras culturales que tienen un campo de proyección estrictamente localista, excluyente y clasemediero; difusores y difusoras que actúan por conveniencia o por emoción, tratando de llenar el vacío con la deformación arbitraria de la noción de cultura, restringiéndola a una expresión artística de casta, de camarillas y cenáculos herméticos. [2]
Cuando se lanzan a sus conquistas en los confines de la vida práctica y mundana, procuran que el fracaso pueda mecerse como autocomplacencia, lo cual también sirve para mantener vivo el mito de que los asuntos les salen bien chéveres. Aunque sus gestorías programadas no se les cuajen porque carecen de sólidos argumentos para venderle a la perrada de vulgata sus ideas cultureras. Y es que también, como lo afirma Antonio Cortés Terzi, «su mecanismo pensante se articula siguiendo la lógica de tradición escolástica de los universales todavía “rentables” en el terreno de las abstracciones que llevadas al campo empírico concreto, esas definiciones resultan inconducentes o ineficientes como estrategia» [La Derecha y su 'Inteligentzia' Política].
De allí que, con justa razón, la personalidad moral de los intelectuales no es reconocida ni respetada por la chinchina, quien instintivamente, y de modo parecido a una desconfianza jansenista, los mira igual que a los políticos, es decir, como charlatanes y mentirosos. Por su sometimiento a la hegemonía institucional del discurso demagógico, el pueblo los desprecia porque sus propuestas no tienen resonancia en la sicología de la jericaya ni su conciencia compagina con la idiosincrasia de la macuarrada. Y es que si los promotores culturales asumen una tendencia hacia el pueblo, tal acercamiento podría significar, como aseveraba Gramsci, ni mas ni menos que «una recuperación del pensamiento burgués que no quiere perder su hegemonía sobre las clases populares y que, para mejor ejercer esta hegemonía, acoge una parte de la ideología proletaria» [Cuadernos de la cárcel, libro tres, página 120]. Además, la difusión supuestamente cultural que llevan cabo es por medio de un lenguaje coagulado de automatismo social que ya no convence; es simplemente un discurso de propaganda, de exageración y fanfarronadas. Desde sus cogullas cultureras salen a redondear los ángulos afilados de las miserias espirituales, pues sus objetivos están ya definidos y son intocables porque son meras apologías del statu quo. Intelectuales, sabios, filósofos, literatos, artistas visuales, poetas y publicistas, apéndices del sistema de dominio político, social e ideológico, y bisoñeros afincados en la estructura del poder neoliberal, dándole proyección a la cultura global de la injusticia. Pululan de un lado a otro, la mayoría arrejolados del hueso presupuestal, renunciados o excretados de las instituciones públicas de la cultura (que de públicas ya no tienen nada más que un ejército parasitario de dizque promotores y difusores de naderías, toda vez que son organismos políticos y financieros, o sea, repartidores de becas y distinciones).
En el terreno de la práctica, la cultura adopta la forma de organizaciones e instituciones burocráticas, fundamentadas en una falsa conciencia de concepciones estatistas, degeneradas en fraseología al momento en que se invocan sus objetivos, los cuales se concretizan y se logran en beneficio de determinados individuos, previamente enquistados, pero no en favor de la perrada y de la chinchina popular. La promoción de la cultura no puede trascender sino penetra en la filosofía política. Empero, si ese compromiso moral es in abstracto, de poco o nada sirve. Se necesita de un contacto crítico con la realidad, y que no es otra cosa que una liquidación autocrítica de la noción manipulada de la cultura, con sus tendencias tecnocráticas y de consumo artificial. Pero aun así, no se llega a las raíces más profundas del problema. Por pereza, cobardía u oportunismo, tampoco se puede cumplir de modo consecuente esa función crítica. En su mayor proporción, los promotores en cuestión forman parte de un sector público o privado que colabora, coadyuva y sirve a los intereses de burguesitos clasemedieros; sus tareas de propaganda se fincan en un pluralismo de gran falsedad porque, contrariamente a lo que pregonan, fomentan el elitismo y justifican políticas culturales de segregación.

—Como dijo don Cayetano en la novela La Regenta: «y estos son los liberales que quieren hacernos felices». Pero hasta por el bruto de los ojos se ve de qué pata cojean.
—Así es, porque, al final de cuentas, uno termina siempre sirviendo a Dios o al Diablo. No hay de otra.

Como en los tiempos de Martín Lutero, si la Biblia sirvió para justificar el poder de la monarquía por la gracia de Dios, ahora la culturología, como un híbrido artificial de arte, ciencia y mitología, en sus manifestaciones masivas y elitistas, sirve para dar forma y sentido a los motivos e intereses de la existencia habitual en el espíritu de la sociedad burguesa. Culturología que es la forma extrema de la enajenación de la cultura y negación de su verdadera predestinación humana. O sea, en sus límites históricos estrechos, ruptura entre sociedad y cultura, como la separación existente entre el trabajo y el capital. Canon de la culturología donde la cultura se vuelve un elemento imprescindible para el sistema de dominio y que, en mutatis mutandi, no deja de concebirse «como saber enciclopédico en el cual el hombre no se contempla más que bajo la forma de un recipiente que hay que rellenar y apuntalar con datos empíricos, con hechos en bruto e inconexos que él tendrá luego que encasillarse en el cerebro como en las columnas de un diccionario para poder contestar, en cada ocasión, a los estímulos varios del mundo externo. Esa forma de cultura es verdaderamente dañina, especialmente para el proletariado. Sólo sirve para producir desorientados, gente que se cree superior al resto de la humanidad porque ha amontonado en la memoria cierta cantidad de datos y fechas que desgrana en cada ocasión para levantar una barrera entre sí mismo y los demás. Sólo sirve para producir ese intelectualismo cansino e incoloro tan justa y cruelmente fustigado por Romain Kolland y que ha dado a luz una entera caterva de fantasiosos presuntuosos, más deletéreos para la vida social que los microbios de la tuberculosis o de la sífilis para la belleza y la salud física de los cuerpos. El estudiantillo que sabe un poco de latín y de historia, el abogadillo que ha conseguido arrancar una licenciatura a la desidia y a la irresponsabilidad de los profesores, creerán que son distintos y superiores incluso al mejor obrero especializado, el cual cumple en la vida una tarea bien precisa e indispensable y vale en su actividad cien veces más que esos otros en las suyas. Pero eso no es cultura, sino pedantería; no es inteligencia, sino intelecto, y es justo reaccionar contra ello» [Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel].

SEMILLAS ARROJADAS A UN TERRENO INFECUNDO

Para hacer alucinar a profanos, según dicen ellos, y algunos de sus compinches, que son promotores (y, además, culturales), pero yo digo que son publicistas del parpajo espectacular y de la defección artistoide. ¿Y quién les envió ese soplo de exquisita sensibilidad prefabricada? Cuando no hay silencio, toda respuesta de su parte queda a merced de la irracionalidad o se reduce a un «chinga tu madre». Y los verdaderos promotores ¿qué arguyen al respecto?; ¿quién de ellos respinga ante esa inculta desvergüenza que los rebaja al mismo rasero de los falsos? Bueno, algunos alegarán que no es un problema de personas sino conceptual. Y juntos seguirán compartiendo cartel en los intríngulis de una cultura, que no es más que una etiqueta y lujo intelectualoide.

—Pues… sí. ¿A quién le importan esas futilezas experimentales? Si al final el azar y la lógica se enredan y dan fundamento a un contexto de liderazgo cultural que no es otra cosa que una ignorancia zafia.

De acuerdo con la teoría de la hegemonía cultural, los elementos inherentes a los mecanismos del orden, el control, el dominio y la sujeción no se hayan en vínculo directo con la dinámica de las fuerzas y actividades productivas de la «base económica», sino en los niveles superestructurales de la cultura, cartuja de la culturología. Y desde esa instancia opera la coerción, sublimada en concepciones desideologizadas y mistificadas.

—De cierta manera, la cultura se entiende como sinónimo de sociedad capitalista.
—Órale. Como a la crítica que ahora la llaman conspiración o mala leche.

Y a partir de que se diseña el enfoque institucional de la cultura, sus partidarios, apologetas y adalidades saltan de burracas a superhombres de las artes y las letras como si fueran encarnaciones del propio del S. Zaratustral. Conviene a los intereses del bloque dominante cohesionar y amortiguar el rictus de la lucha de clases desde la colmena culturera, sacándole el mayor partido al estatus epistemológico y al valor interior de las conciencia, aprovechando que el orden de las precisiones intelectuales jamás coincide con el orden de los hechos históricos. Por eso cayó Hegel —dice Marx— en la ilusión de concebir lo real como resultado del pensamiento. Y, justamente, para disipar, superar y paliar las antinomias está el oropel ideológico. Fabulaciones como sedantes ideológicos para que el renegado social no sea capaz de matar tan siquiera a una mosca. Y en tales maniobras, hic et nunc, intervienen los propagandistas culturosos más rapaces y la escoria de la bohemia artistera que hay en Tijuana, legitimándose con mucha humildad —postiza— como representantes del populacho fronterizo. Y lo que ya no sorprende ni tiene nada de extraordinario es que sus propósitos e intereses particulares se encubren como si fueran intereses comunes de todos los miembros de la sociedad. Bajo la máscara de la asistencia fraternal proclaman objetivos como si tuvieran fuerza mágica y esperan, llenos de ingenuidad o disimulo, un efecto positivo. Y todo en pro de la democracia cultural. Por tal razón, no tienen el derecho de llamarse promotores culturales. El nombre correcto para ellos sería el de propagadores de una cultura plutocrática, monocentrista y hegemónica. Si realmente ayudaran a la perrada bajuna a romper con el aislamiento en que se encuentra, estarían condenados a ser sus propios sepultureros.

LAS LLAVES DE «APANCHO Y LAUREL»

En el listado de promotores culturales que registra el libelo «Manifiesto S.O.S Tijuana», hay sobradas figuritas que padecen de una menguada instrucción cultural y de una anorexia en educación estética; circunstancia que les resulta irrelevante para el ejercicio de su ministerio, creyendo que con la intuición doméstica y cerril les basta. Caso concreto es el de la señorona Aída Méndez Flores, ungida poeta “honoris causa” por vía del cuatachismo y caponera de la gavilla protoliteraria denominada «Apancho y laurel». [3] La ruca, junto con su comitiva insuflera y versoletril, de vez en cuando arma pasarelas de poetastros en conocidos chupaderos de la ciudad y comarcas circunvecinas. Y tan merqueros y reventados son los chirrines que organiza en aras de una supuesta promoción cultural, circunscrita únicamente a festejar los cumpleaños de ciertos poetastros, armar libadas de agualoca entre los culturosos de su cuadrilla o lambisconear con este tipo de cuchufletas:
«Han recibido la llave de acanto y laurel Francisco Morales, Julieta González. Olga García, Pilar de Pina, Pancho Bustos, Adolfo Morales. • La llave de acanto y laurel se entrega a quienes colaboran desinteresadamente y suman su esfuerzo al impulso de la Poesía • La Primera y única entrega de Llaves se realizó el 30 de marzo de 2006 en la celebración del día internacional de la poesía».
http://tecate.bitacoras.com/archivos/2005/12/14/mas-de-12-mil-casos-

—Vaya culminación de la ilustración revertida.
—Y… ¡por las nalgas de una culebra y las chichas de una gallina!, otro que también abreva del mismo veneno es el «Chamuco», mejor conocido como el Julio Álvarez, quien expeditamente se ha graduado de “promotor cultural”.
—Chetos con sabor a fresa. Y el tráfago es longo para seguir sacando sujetos e individuas a la colada. Pero ya no me hagas encabronar, porque nomás me enojo y me comienzan a doler mucho los huevos.



NOTAS FINALES
[O GÜEVOS DE COCHI]


1.- Para efectos de ampliar el menjurje, véase el Vertederero de cretinadas intitulado «ALICUIJES DEPENDIENTES DE LA CULTURA OFICIAL»

2.- Y en efecto, en lo tocante a la supuesta promoción que se proyecta desde las instituciones burocráticas de la cultura oficial, dicha labor tiene una proyección estrictamente localista, excluyente y clasemediera; restringida en esencia a una expresión de casta, de camarillas y de cenáculos herméticos que se traduce como vulgar y frívola propaganda egocentrista. Así se evidencia en la cartelera promocional del CENTRO CULTURAL TIJUANA, aparecida en fecha 1 de diciembre de 2005, y en la que consignó un panegírico laudo en favor del vate consentido de «Apancho y laurel», y, quien dicho sea de paso, licenció como poeta al vapor a la ignorante de la Aída Méndez, caponera del grupúsculo antes mencionado y encargada de evacuar el festejo para el ñor Pancho Morales. Y con este cabezal se anuncio el privadísimo borlote: «PARTICIPA EN EL HOMENAJE A FRANCISCO MORALES: LA CIUDAD QUE TE CANTA». Y este fue el chorizo que empaquetó el enjambre de aduladores: «El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a través del Centro Cultural Tijuana, invita a la celebración de la palabra: homenaje a Francisco Morales, titulado La ciudad que te canta, el viernes 2 a las 7:00 p.m., en la Sala de Lectura del CECUT, con la participación de reconocidas personalidades de la comunidad cultural». Y las «reconocidas personalidades de la comunidad cultural» participantes son los integrantes de la cofradía seudoculturosa del poeta laureado. «Este merecido homenaje parte de la idea original de Julieta González Irigoyen. El diseño y desarrollo está a cargo de Aída Araceli Méndez Flores; la musicalización y apoyo técnico de Marcos Tizoc García Delfín; la imagen fotográfica de Roberto Córdova-Leyva; la Musicalización Poética y Proyección de imágenes Fotográficas de Marcos Tizoc García Delfín y Roberto Córdova-Leyva». Y para condimentar el oportunismo literario, en la parte semifinal aparecen los enquistados que, en calidad de invitados, resaltan «por orden de participación»: «Lucy Villa, Mónica Morales, Elizabeth Sobrazo y Adolfo Morales. En la lectura participarán Paty Blake, Heriberto Yépez, Flora Calderón Guadalupe Rivemar, Martha Parada, Humberto Félix Berumen, Roberto Castillo, Julieta González y Francisco Morales». El churrumais propagandero remata con este pajuelazo: «El Centro Cultural Tijuana espera contar con su presencia en este evento, un esfuerzo por promover la lectura y reconocer a los artistas de la región como parte valiosa de nuestro patrimonio cultural, fortaleciendo así los objetivos planteados en el Programa Nacional de Cultura 2001-2006». [http://www.conaculta.gob.mx/estados/dic05/01_cec02.htm].

—Qué tristeza, comadre. Y decir que fuera del proyecto cultural oficialista no son nada; desincorporados del la institucionalidad político-cultural son menos que un moco tirado por el caño; voces huecas sin ecos ni murmullos palindreros.
—Vaya laya, compadre.

3.- La ñorsa Aída Méndez Flores es un modelo privilegiado del rastacuerismo culturoso de bajo perfil y que ha recibido el "pergamino oficial" de poeta «honoris causa». Fue miembra del Foro Cultural Ciudadano de Tijuana (FOCUC) pero la expulsaron por mediocre e irresponsable (cuatro faltas de asistencia le valieron para ser echada a patadas de allí). Camelló como «jaladora» del CECUT, enganchando, en escuelas primarias y secundarias, clientela para el museo y el cine omnimax. Chambita que le sirvió de genealogía para autoendosarse el título de promotora cultural. Dicen quienes la conocen que es gandalla y ojaldra; y en cuanto a su perfil culturero, me consta que la mina supura ignorancia hasta por los ovarios, pues no sabe si la palabra amor y el adverbio así se escriben con h.
Para que el lector o la lectora corrobore la anémica cultura y el feroz analfabetismo funcional que exhibe la mentada Aída Méndez, remito al articulejo «DIARREA POÉTICA DE «APANCHO Y LAUREL» [O EL OXÍMORON EN EL LOCU DE LA AÍDA MÉNDEZ]».


Entradas más populares de este blog

DOSSIER CARLOS LÓPEZ DZUR [TROZOS POÉTICOS]

«NUESTRA CAMA ES DE FLORES» O EL AGUACHIRLE SENTIMENTAL CLASEMEDIERO

EVA JORDÁ O EL RE-SENTIMIENTO DE UNA POESÍA QUE SE TRASMUTA EN ANTIPOESÍA