«NUESTRA CAMA ES DE FLORES» O CUANDO LA MUJER ES UNA METONIMIA


CUANDO LA MUJER ES UNA METONIMIA

En los procesos de abstracción de la mística uterina que contiene el libraco «Nuestra cama es de flores» hay una variopinta presteza de las turgencias erótico-sexuales. En competencia literaria elitista y dirigiéndose a una exquisita y selecta minoría, las alocuciones poéticas de las minas antologadas sacan a la colada toda clase de trapitos y bisuterías retóricas. En la difusión del sermón erótico se reporta con prez el surtido de la despensa, desde una perorata de sermones y flores, pasando por vocingleos de viejas gruñonas, a canturreos de adalides del matriarcado, sacramentos del coito, sublimaciones de la penetración fálica, autoelevación femenina que no se alcanza por culpa de rufianes a cuyos pies se arrodillan putas y maricones, rapsodias de liberación sexual obstruida por el pecado y el sentimiento de culpa, objetivación del egocentrismo y la vanidad.
Todo esto en la inveterada situación de la mujer convertida en encanto lúbrico.
Además de una catarsis culturosa, «Nuestra cama es de flores» es un compendio de histeria sexual expresada en confitería poética. Sobre la mujer recae todo el peso del erotismo, la candidez épico-sexual. Por lo regular, casi todos los contactos sexuales cumplen el mismo cometido y, cuando no es así, los ensueños son sólo masturbatorios. Coño y polla se estafan y se regatean mutuamente las delicias del placer. Toxicomanía sexual a la que es difícil renunciar.

—Vayamos a ver algunos casos en los que la mujer es una metonimia, es decir, una pucha.
—Arre, Lulú.



EL COÑO APESTA PERO AGRADA

Adentrémonos al poema de Elizabeth Sobarzo (página 94) e intitulado «Penitencia», y démonos cuenta cómo la interlocutora pretende reaccionar con cierta dosis de moralidad o recato cuchupletero, pero sólo es un blof.

«Confieso:
Que entre desnudez y vida
no veo distancia.
Que entre dolor y sequía
habita la soledad.

Me arrepiento:
de haber cerrado las piernas
y que mi mano haya suplido tu esencia» •


Elizabeth Sobarzo

Por mi parte, confiésome yo que el poema en cuestión (que, a decir verdad, ni a poema llega) es uno de los peores textos que he leído de esa ruca. Alarde de cursilería barata. Con su discursito de mojigatería postiza, la Sobarzo se asemeja a esas tipas que no quieren admitir que están descontentas con la vida y que, dada la oportunidad, se ofrecerían como holocaustos en favor de la humanidad, creyendo que, previamente a su inmolación de mártir de las justas causas, hasta podría recibir un certificado de civismo refrendado por el mismísimo presidente espurio.
Por su forma retórica, el poema está trazado por la sintética guevonería del facilismo y la vulgar divagación. Es de una inspiración castrada que no alcanza, ni a mentadas de madre, el hipnótico delirio del que hablaba Juan Arturo Rimbaud antes de partir a Abisinia. La ruca solamente se consagra a darle un valor de ornato a su «yo», ponderando las más lacerantes carencias sexuales.
Continuando con la pasarela programada, y en la misma escala de tonalidad que postinea la poeta Elizabeth Sobarzo, se registran otras ridiculeces, cursiladas, tonterías y estupideces en la talacha letristica de Adriana Sing, autora de un poema que, partido en dos secciones, resuena con este mullir:

«II

Sobre una cama los amantes navegan
ríos que se vuelven mares de sábanas
blancas como banderas de paz
entre las piernas un valle de despierta
mientras sus manos buscan en la piel
el amor que de golpe resucita
en su boca todo sabe a miel
todo es madrugada sólo el silencio
anuncia la comunión de los amantes
enero en sus ojos es una promesa
una luz que el tiempo no apaga» •


Adriana Sing


En el devaluado recurso estilístico de la personificación está el proceso de transferencia de la personalidad y para el respetuoso formalismo las alegorías. El poema de la Adriana Sing (página 64) se distorsiona hacia lo difuso y lo exagerado y, por ende, no alcanza altura expresiva. El tipo de estímulo que predomina es visual, imágenes emocionales de mucho cliché y que, en maniobra retórica o plano lingüístico, sugieren un conjunto de simulaciones y artificios. En presencia abstracta, imperan los estereotipos de una poesía «políticamente correcta» y nada más.
¿Y en cuanto al mensaje erótico? Bueno, espulgando en la intrascendencia de «la comunión de los amantes», además de la encantadora sumisión, aquí el «donjuan» toma el cuerpo de la fémina, al mismo tiempo que se apodera de su alma y… (por favor no se rían para terminar esto juntos) …y se vuelve «una luz que el tiempo no apaga».



EL MENSAJE EROTICO DE DIAFANA CRISTIANDAD

En contrapartida y contraste con las representaciones protodiabólicas que consignan en sus textos lúdicos poetas como Flora Calderón («Marea de brujas»), en otras buenas vecinas y comadres rezumban versos de perenne campaña ultratelúrica y cuya sofisticación no admite parangón.
Guachen esta fusión de ascetismo y erotización misticoide:

«I
Esta mañana
volví a ser el polvo del que surgió Adán
(quien ayúntandose con el resto de los seres creados
los encontró impropios para su abrazo)
y fui costilla
fui hembra
hecha para copular.

II
Mas también estuvo en mi el soplo divino
hecho Adán a su imagen y semejanza
Dios me hizo a mí
Del tamaño de su concupiscencia.

III
He recorrido, como quien deslinda un baldío,
la circunferencia de mis senos
Pienso en el día de la Creación
Descubro el tamaño de las manos de Dios sobre mi cuerpo».


Elizabeth Algrávez (página 80)

—¿Cuándo llegará Dios?, pregunta la poeta, relamiéndose los labios.

En mancuerna con Alma Delia Martínez, la poeta Algrávez parece que recita las lecciones de sacramento y de eucaristía que le inculcaron desde que comenzo a asistir a las clases de catecismo y a los retiros espirituales. Estando en toda su libertad de echarle a la olla todos los aderezos, la poeta no quiere cosas del tamaño natural —ésas son para mujeres del montón— y, con un (no muy) ingenioso proyecto misionero, se tira a matar en los ajiacos de la redención divina. Y en esa radical desconexión del mundo, Dios es para la Liz Algrávez el gran máster de la falocracia. La diócesis del coito, la carne divina también es carne humana sujetada por la inercia de la sotana.

—Sí, señor. Porque la mujer que es demasiado humana es poco hembra.

Dios, y a veces el cobarde Adán, son los ejemplares perfectos en ese seudoamor místico, la quintaesencia del macho cogelón. Pero lo que no saben es que Dios es más impotente que un eunuco.
Desde sus mortales despojos líricos, a las poetas sólo les faltó medir la estructura de sus poemas con el calendario Galván.

—Con decir que hasta en el título del broli parece haber la injerencia de alguna congregación religiosa.
—Poetas cristeras sobre el estado laico. ¡Uy, que el Demonio nos libre!



¿QUÉ FUE PRIMERO: LA RESPIRACIÓN O EL LATIDO?

En los apriorismos ideológicos y moralizantes no hay otra prueba de amor que flores, chocolates y bombones. Entonces el «yo» se sublima en una experiencia casi platónica de las blandengues nalgas carnosas.
Y he aquí el caso en el que una de tantas poetas se hace avara en sus efusiones eróticas, a través de un poema titulado «Sesuda conclusión»:

«He pensado
que urge conocernos
cruzar la bruma
ciegos, no importa
descomponernos,
acortar el en medio
de tajo,
saltarnos pasos
protocolarios
no me importa
si prefieres café o té,
o si tus ojos combinan con tu camisa,
no importa
lo que urge es conocernos:

no acostumbro
besar el ombligo
de un extraño» •


Paty Blake (página 102).

En el caso de esta ruca, Paty Blake, su poema se convierte en una alegoría sociológica y política que revela no solamente lo que se siente, sino lo que se piensa y se cree. El resultado es de un múltiple conflicto de valores, una rebeldía injertada artificialmente.

—Primero dice que sí afloja y después dice que nogales.

Otra vez poesía que depende los estereotipos oficiales del amor. En «Sesuda conclusión», que nada tiene de sesuda, lo que bien podría haber sido un detalle genuino de erotismo queda sepultado por el pundonor. ¿Cómo se mide la resistencia sexual que la fémina opone a sus deseos lúbricos? ¿Es un acto de afirmación? Digo, porque la frigidez, la castidad y la negativa contra el coito son estratagemas sicológicos del patriarcado, tendientes a limitar y restringir la libre cochadera. Falacias que las feministas aplican para no capitular ante la hegemonía del macho.
Y así se arrastran las frustraciones cuando en tales comedias el verdadero actor del coito es el pene. Mediante argumento un tanto bobo, que está a la orden del día, la poeta se imagina ser la dueña de la situación. Pero se autoengaña, más que una «Sesuda conclusión», lo que se lee es un impresionismo del subconsciente y, como diría un tango gardeliano, el poema se equipara a un descolado mueble viejo que no tiene espacio en el corazón.



LA RELAJACIÓN DE LA PUDIBUNDEZ

En el escarceo exhibicionista de la moda sexual, y sin guardarse las distancias ni matices en la expresión, Dulce Selene García, figura literaria de primera magnitud en la susodicha antología, arremete con una pieza lírica que se titula «Mis yos sibaritas» (página 84). Aportadora de unos de los mejores poemas, la poeta tecatense no se anda con remilgos y, con una fuerza rítmica, avienta un discurso, estéticamente muy efectivo, y que parece ser un sabotaje en contra de los ideales feministas.

«I

Ven, inúndame,
méteme tu gran falo,
toda tú eres falo.
toda tú,
pese a tu afán de ser dolor de roble,
Eres siempre goce.

II

Sigue azotándome,
sígueme fornicando,
sígueme conquistando y pon en mi cama siempre flores,
dale a mis flores siempre espinas que llevarme,
dale a mi boca tu semen de canto de ballenas y delfines,
su signos a mi diestra,
mi siniestra te quiere ver en ella lo más larga que se pueda.

Dame tus alas,
te llevo entre mis piernas
hazme parir volando primaveras y gaviotas.

Quiero tener un hijo tuyo
quieren mis galaxias amamantar un hijo sólo tuyo,
un niño girasol
de ojos de luna que siempre llena,
de mejillas rosas rojas abiertas,
brazos de mar,
corazón de maná
y vías lácteas en la boca del verbo.

Quiero seguir tratando de alumbrar,
ven a mí,
vente en mí,
inúndame,
no te salgas» •


Dulce Selene García

En intro se describe la escena con los asegunes de la fantasía masculina tradicional pero se entrecruzan los géneros y, en la marcada inclinación por la lujuria, queda denotada la especificidad de dos hembras («méteme tu gran falo, / toda tú eres falo. / toda tú»). Se cifra la identidad de la contraparte en una ambigüedad que luego se resuelve («pese a tu afán de ser dolor de roble, /eres siempre goce»). No obstante lo anterior, el sistema de los signos es perceptible a los parámetros del androcentrismo, a la hegemonía fálica, es decir, la poeta ha metido el alma de un hombre en la envoltura de una mujer. Y, en efecto, el formato artístico es estrictamente masculino por su camuflage ambivalente. Aunque la máscara del «ángel del hogar» ha caído al suelo y los roles sociosexuales de las caballeras se han invertido, en Dulce Selene García se manifiesta la sintomatología sicológica de la prioridad del macho. La idealización de los valores masculinos como feminismo de segundo nivel en las maniobras y tácticas amorosas del donjuan y en la plenitud del fetichismo seductor que sigue intacto («sigue azotándome, / sígueme fornicando, / sígueme conquistando y pon en mi cama siempre flores»). Una sulfurosa imaginación cachondera que simboliza en sus calores vaginales el artefacto de la energía primigenia («mi siniestra te quiere ver en ella lo más larga que se pueda»), y cuando la verga cumple su función excretora, la contraparte amorosa se trasmuta en un pez gigante: «dale a mi boca tu semen de canto de ballenas y delfines». La poeta acepta con gratitud la manifestación del poderío («dame tus alas, / te llevo entre mis piernas / hazme parir volando primaveras y gaviotas) y, dominada y subyugada en la cama floripondia, rinde una especie de homenaje al animal rugiente: «Quiero tener un hijo tuyo / quieren mis galaxias amamantar un hijo sólo tuyo».
Expuesta la acción de copular en su estado más puro y desgarbado, el remate del poema no podría ser más elocuentemente lascivo: «vente en mí, / inúndame, no te salgas». A través de un sentimiento sojuzgado el texto logra su valor estético y con su humildad implorante, pero con mucha lascivia, la poeta parece decirnos que en la panocha está el poder magnético de la jermu, mientras se baila un jarabe tapatío encima de los cacareados principios de la libertad sexual.

—Al diablo con eso. Es la fricción de los órganos genitales lo que más importa.

Que «Mis yos sibaritas» sirva de utilidad y ejemplo a las insignificancias retóricas y demás poemitas de circunstancias que han arrimado las otras literatas a la edición de marras.

—Quizá para ellas el poema de la Dulce Selene sea el canto del paraíso perdido.
—Guácreer, dijo la Chimoltrufia.

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