«NUESTRA CAMA ES DE FLORES» O CUANDO EL DIOS PAN PRODIGA CUIDADOS FÁLICOS


CUANDO EL DIOS PAN PRODIGA CUIDADOS FÁLICOS

En lo que respecta al libraco «Nuestra cama es de flores», la mujer-poeta a figurar en la dichosa antología que doña Tere Vicencio (efectiva del CECUT) le encomendó a su compadre Luperco Castillo Udiarte, debió someterse a la misma tesitura lógica de la mujer común y corriente, en el sentido de ser contemplada y calificada por el omnipresente jurado unilateral masculino.

—Ah, y nada de intransigencia en contra de su promotor poético. Bueno, si acaso orgullo y ostentación.
—¡Nálgame, Dios! Un machito es el que dice quién sale o no publicada. De otra manera la conquista editorial de sustraer el sentimiento al coño, pues resulta vana y frustrante.

El placer, como a veces el canto poético, deriva de los vínculos del engaño y la manipulación, del postulado de dar y recibir satisfacción. Qué loable intención didáctica. Egoísmo y adoración como principales alimentos espirituales de una relación amorosa-sexual, casi feudal como la que le incumbe a una dama y a su séquito de vasallos. El autosacrificio de la fémina es una autodestrucción porque en la clara idolatría que suscita el mito, lo que se denomina naturaleza femenina es un producto totalmente artificial. Se ha injertado en la idiosincrasia la creencia de que la naturaleza forjó a la mujer, dotándola de dulzura, encanto y delicadeza. Y muchas de las poetas antologadas en el broli «Nuestra cama es de flores» son vocingleras de ripios neofeudalistas y ridículas paladinas del patriarcado que se han allanado a la dependencia sexual creyendo que se trata de un acto de afirmación.
Abstracción cosificada y mella de confusión entre feminismo y mojigatería:

«Me arrepiento:
de haber cerrado las piernas
y que mi mano haya suplido tu esencia»


Elizabeth Sobarzo (página 94).

Y, en efecto, la sensualidad no ha perdido aún su aura nefanda de mojigatería:

«no acostumbro
besar el ombligo
de un extraño» •


Paty Blake (página 102).

Pensamiento y frustración. Virtud de la fontanería en la mística uterina, eyaculación de las tensiones y escurridero de jugos hacia la cloaca. El alma escindida de las ambivalencias. Según cálculos precisos, «a la hora en que los pelos erizados forman agujas».

—¿El acto sexual es una «entrega» y un acto de sometimiento?
—De placer, contestarán las más bravas y avezadas.
—¡Órale! (con acentuación fonética chilanga esta interjección, plis).

Y en el despliegue del autoengaño, siempre el «monstruo sagrado de las siete cabezas» —sociedad, familia, honor, religión, moral, deber, convenciones, principios— (dixit Teresa de la Parra) está presente en el artificio de la poetización, en la sensualidad deliberada que encierran los epítetos con los que se atiende a los apetitos del machincuepas. Y las literatas logreras están fascinadas con los machigüis del «subléme» canchanchán, excelso depositario de los ardores uterinos. Así se portan las enamoradas catequistas, extasiadas en sus arranques de pasión y efervescencia, reciben el elixir de la virilidad como fervientes devotas.
Y ahora que las intelectuales se han dividido en inteligentes y pendejas, habría que recordar a Andreas Salome, la que fuera amante de Nietzsche, de Freud y de Rilke, y quien ha sido todo un paradigma de la mujer que no depende de los hombres. Pocas mujeres de deslumbrante trayectoria vital como ella y la Simone de Beauvoir.
Aunque se haga alarde de una elocuente democracia erotico-sexual, gran parte de los poemas que contiene «Nuestra cama es de flores», se traducen en sermones anacrónicos, impregnados con una mentalidad reaccionaria, en los que no se salvan las distancias ni los abismos entre los sexos que se conjugan y se compenetran.

—¿Qué es preferible: una dama pendeja y complaciente o una ruca inteligente y amarga?



RETÓRICA TORCIDÍSIMA Y ENORMEMENTE CURSI


En la página 52 del libraco —que caponea don Luperco Castillo Udiarte— se encuentra el poema de Floridalma Alfonzo, intitulado «Vuelo nocturno». Pasemos a leerlo y a dar tinta de cómo pinta el menjurje estético.

La noche observa tranquila
dos cuerpos que se entretejen
rabiosamente.

A la nariz de la luna
llega el olor de amor y semen
derramado.

Ahora
la pareja duerme
mientras un rayo de luz
estremece la noche



—¿Estará al tanto la poeta Floridalma Alfonzo de que el acto sexual ya no es clandestino ni difícil de conseguir?
—Con quebrada y no.

Como es de advertirse, en forma análoga a otros malogrados poemas (Chuyita Yuriar, Adriana Sing, Guadalupe Esparza), el acto sexual sucede y culmina entre sábanas o cuiltas y, en cuanto la autora pone el punto final, la pieza lírica se desgaja y cae. El texto es una síntesis de retacería acumulada en una burda expectación de lugarejos comunes y expuesto a través del prejuiciado enjuto de la tercera persona (singular pronombre) que retrata —masticándose alegorías y metáforas de rigor con el gastado recurso de la personificación— una concupiscencia acartonada. En doña Floridalma Alfonzo la poesía se trasmuta en una especie de fábula de video-clip, cuya sensibilidad rumia en la impotencia de la «objetividad». Igual que muchas otras minas invitadas, la ñorsa concibe a la literatura como si fuera un vía de escape de la realidad que poco (o nada) tiene de real.
Muchas poetas subliman en sus textos lo que en el mundo real reprimen. La poeta, absurdamente, dice sentir lo que no siente porque no interviene activamente en aquello que plasma. Como los periodistas «neutros», habla sin pasión, de modo impersonal, sacándole la vuelta al acto del forniqueo. A lo más que llega la logrera mujer de letras es a percibir el tufo de semen y la desustanciada cosa que entiende por la noción de «amor».

—Ah, pero da gusto verla cómo asciende y levanta el vuelo, porque, de cincho, ella no sabe que una cosa es la literatura y otra la vida.

Sin embargo, Floridalma Alfonzo, con la conciencia estructural que la conduce a redactar desfasados versitos y empleando una retórica retorcidísima y enormemente cursi, obra a la manera de Chateubriand, pues nos quiere dar pata por pechuga. ¿Para que tanto adorno y rimbombancia cretina? El trayecto para llegar al afluente de los hidrófilos genitales es corto y el troquelado del proceso de estampón también es muy fácil: con la desenvoltura de un «pleyboyín» el bato llega y conoce a la ruca; acto seguido la embabuca; se la ensarta y luego «babai», ai te ves. El paralelo de las transacciones es para satisfacer la egolatría sexual (llegó, cojo y me voy).

—Naaa. Que nariz de la luna, que rayo de luz… y la chingada.

Ya lo dicen las feministas desahuciadas y arrepentidas, los amantes ideales son aquellos dos extraños que acaban de cruzar palabra y el mejor sexo lo proporcionan las papanatas, las de poco o nulo entendimiento, es decir, las pendejas son las que más disfrutan la cochadera. Y la estrategia de la obnubilación mental es la ideal para convencer y seducir a morras bobas.

—Aunque hay putillas muy delicadas que quieren poseer alma y conciencia, carnal. ¿Cómo la ves?
—Por eso —y por otras mengambreas no menos prioritarias— se legitima la putería, puesto que, en determinadas situaciones de premura o de hartazgo, es mejor pagar que persuadir. Y he ahí el motivo por el cual los batos, sea por comodidad o satisfacción, prefieren tirarse a una puta.

—¿Cazar el semen con la vagina? ¡Vaya negocio!, replicó con escepticismo sartreano doña Simone de Beauvoir.
—Y, ciertamente, como dijera un cholo metrosexual de la «Anabel», no hay cosa más estorbosa en una pirujilla que su pinche refinamiento que, a decir la neta, se trata de una actitud mamona que hace la vida estorbosa e impide disfrutarla.



MODOSA PERO MORBOSA COMO CHAMACA DE CALENDARIO

Con el arrobamiento del deleite que en hedonismo le corresponde, en el poema «Fetiche» (página 74), la poeta Karina Vázquez, entre vuelo de pájaro y fontanería seminal, con sosegada tranquilidad y previo a un polvote, nos describe una escena de hepitermia eclosión que, en términos rastreros, supone un chaquetazo marca «Acme». Vayamos a pindonguear el contenido del texto para dar constancia de cómo se las gasta la mina en el capul sexológico:

«Mis pies levitan sobre tus manos
se apresuran a tu goce
tu lengua recorre
con lentitud plácida
cada dedo
húmedos se enredan tus vellos
abundantes ásperos
con las puntas toco tu miembro
son diestras manos mis pies
te acarician con vigor
delicioso líquido tibio corre
por mi frío empeine
los descanso sobre tu vientre
agitado palpita tu corazón
el mío en espera
del próximo vuelo» •

Karina Vázquez

—Modosa pero morbosa como chamaca de almanaque kitch es la mentada Karinita.

Es innegable la sinceridad de la emoción superyóica que la ruca desparrama sobre el poema. Aunque en una versión muy diplomática y respetuosa de jalarle el buche al güíjolo a su amasio o cumpán, y pese a que el embeleco cachondero no difiere mucho de un servicio de lupanar, la pieza lírica en comento rebasa el canon de un simple ensueño masturbatorio y casi se logra como un buen poema. Es un modelo de inspiración fluida, legible, y sin ortodoxia estilística. La validez del texto estriba en que no revela ficción grafica, sino todo lo contrario, un estándar de plausible realidad que colinda con la confesión autobiográfica de una mujer ordinaria y en aproximación a la conjunción estética. Se trata de discurso lirico que, con más encanto que fuerza lúdica, pone en movimiento las emociones sin recurrir al sentimentalismo pasmoso ni a imágenes distorsionadas. La poeta asume su normal actitud que su condición de mujer le impone, adoptando una visión del mundo (cachondero) en un producto literario que sugiere o representa lo que es ella misma, sin lanzar reproches ni abultar los inminentes temores —de los apriorismos moralizantes— que siempre se invocan cuando la embriaguez del amor se disipa. [7]

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