TRAVESTISMO
IDEOLÓGICO Y
FARSA MEDIÁTICA
EN PEPE MUJICA
Obra maestra de la
tartufería política
Una
campaña global de marketing lo ha
convertido en un ente fantástico, en un espejismo de la representación
colectiva. En la apología de los signos, la mentira debe parecerse a la verdad
para trasmutar la filosofía del progreso en mito. Entonces, se recurre a la
parafernalia y se monta el circo mediático. Se ha elegido a un bufoncillo de
mediocre inteligencia (pero con ciertos visos surrealistas): José Mujica, alias
El Pepe. Taxativamente, el viejo se
encuentra atrapado en su propia mentira, en el juego consensuando de
imposturas. José Mujica representa la figura emblemática de la izquierda descafeinada, el adalid de un discurso poroso
que no fomenta el trabajo, pero sí promueve el ocio, la vagancia y la dejadez entre los jóvenes.
Disipada
la turbulencia tupamara y aplacados los ánimos de su aventurerismo revolucionario
(o infantilismo de izquierda) los fabricadores de la «opinión pública»
colocaron a Mujica en el candelero de la parafernalia y, de manera muy
conmovedora y hasta con empática emoción, confeccionaron la tremenda farsa y
propagaron en favor del viejo exguerrillero cantinela y media para atarantar payos: que-s-que «el presidente más
pobre del mundo», que-s-que es «un ejemplo de modestia, humildad y coherencia»,
que-s-que es «la esperanza de América Latina», que-s-que es «el hombre que
cambió la forma de hacer política», que-s-que es el «welt bester president», el
«best president in world» y otros disparates
del mismo estilo. Se estimulan
las dicotomías que reducen la realidad; y, claro está, con la convicción de que
todos somos unos babiecas incapaces (por
no decir: pendejos) y que
nos dejaremos engañar o que nos monten
el pollo. La bobería no tiene límites y se sucumbe ante las
apasionadas naderías («existimos por
haber nacido»), obviedades («la vida
es la moneda más valiosa que tenemos»)
y lugares comunes («nadie más importante que el amor»).
El Pepe Mujica es un tipo con un vacío
intelectual severo, un hombre de poca
cabeza que no tiene más que
tonterías qué decir. Los mismos desaguisados los repite en cada presentación que hace. Apuesto que tiene más faltas
ortográficas que un niño de
seis años y que su sintaxis es
peor que la de una verdulera. No se sabe
conducir como un político y no posee habilidades técnicas en determinado un
oficio. Mujica es un hombre que carece
de estudios, tampoco tiene preparación
en algún oficio; en su vida nunca trabajó (excepto de guerrillero y después de
político), jamás laburó, pues ha vivido del
chamuyo, como dicen sus paisanos uruguayos. Sin embargo, solazados en fórmulas de comadres, muchos panboleros creen que el
viejo es un portador de valores superiores y hasta lo catalogan como un
erudito, un filósofo urbano, un sabelotodo, un gran pensador. No sólo es una
exageración eso que se dice, sino también es una superchería. Con fingido candor
afirma que no le interesa el dinero ni
el poder, que sólo está en el mundo
para dar ayuda. Siempre los
mismos clichés. Y ahora que es conferencista y «doctor honoris
causa», el señor Mujica cuenta
con su propio repertorio de mitos y
consejas, que parece fueron sacados de la doctrina de don Paulo Coelho y de
«Juventud en éxtasis». Obra maestra de la tartufería política.