Al rato —cuando más vivos queden reducidos en muertos— el crimen (como sinónimo de homicidio o dolosa privación de la vida) tal vez no pierda su tipicidad de acción u omisión antijurídica y sancionada por el «ius puniendi», pero sí su carácter refractario de «causa eventual», desposeyéndose tanto el asesino y su comisión homicida del rasgo de ser un «un hecho excepcional» de la existencia cotidiana; o sea, de esa «situación» a la que Raymond Chandler en su literatura negra, metafóricamente, la comparaba con «una papa de cuatro kilos o un ternero con dos cabezas», mientras apuntalaba en -su novela Un largo adiós- la metafísica del acto criminal como inmanencia del mal: «Un asesino es siempre irreal en cuanto uno sabe que es un asesino. Hay gente que mata por odio, o miedo o codicia. Están los asesinos astutos que planean y esperan salir bien. Están los asesinos violentos que no piensan en nada. Y están los asesinos enamorados de la muerte, para quienes el asesinato es una clase de suicidio remoto. En cierto sentido, todos son insanos...»
«Todo lo que escribo está cargado de dinamita. Mientras tenga fuerza y entusiasmo cargaré mis palabras con dinamita. Sé que mis verdaderos enemigos, los tímidos y los arrastrados, no se enfrentarán a mí en un combate justo. Sé que la única forma de entrar en contacto con ellos es alcanzarlos desde dentro, por el escroto, tiene uno que subir por dentro y retorcer sus sagradas entrañas» Henry Miller
Francisco Morales en la dote cultural de nuestras miserias locales
Y el poeta, compinchado en la rémora de las instituciones cultureras del gobierno empresarial (IMAC, CONACULTA, FONCA, ICBC, CECUT), proporc...

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