Todo pasó en un día en que
yo fui a buscar a un morro que era compañero de clases, muy trucha para las
matemáticas el güey. Y como yo era un pinche burro en cuestiones de números,
pues fui a talonearlo a su cantón para que me hiciera un paro con la tarea que
nos había dejado el profe. El morro no estaba, pero estaba su carnala de 15
años. Yo tenía como 11 años de edad y todavía no se me paraba la bichora y,
además, tenía buenos pensamientos. Solamente conocía lo malo por referencias
bíblicas y platicas beateariles. Pero el chamuco, disfrazado de ángel, andaba
en el aire y puso ante mis ojos los pliegues carnosos de una vulva adolescente,
haciéndome creer que trataban de pétalos de flor. No lo puedo negar, me gustó
la chingadera.
«Todo lo que escribo está cargado de dinamita. Mientras tenga fuerza y entusiasmo cargaré mis palabras con dinamita. Sé que mis verdaderos enemigos, los tímidos y los arrastrados, no se enfrentarán a mí en un combate justo. Sé que la única forma de entrar en contacto con ellos es alcanzarlos desde dentro, por el escroto, tiene uno que subir por dentro y retorcer sus sagradas entrañas» Henry Miller
13 de julio de 2013
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