UNOS ANIMALES TRISTES

UNOS ANIMALES TRISTES Después del idilio, la magia de la pasión anuncia su fin; culminado el éxtasis el fulgor del frenético embrujo de los enamorados se extingue. Una vez que los amantes han cumplido con sus imperativos sexuales ¿qué sigue? El tibio nido se enfría y los arrebatos de la carne agonizan en la intimidad de la alcoba. Y ¿a los enamorados qué destino les depara? Serán unos animales tristes que, amargados por los sinsabores de la vida, ya no padecen más esa locura celestial que llaman amor. La amada se desprende del amante, por fastidio o desamor (o tal vez por otras causas) y se marcha con el deseo vuelto cadáver; carroña que arroja al abismo del olvido. El amante, en tanto, procura curarse el mal de soledad, esperando que sus sueños se bifurquen en memoria y nostalgia. ¿Quién de los dos quedará herido? No sabemos, por el hecho simple de que somos ajenos al dolor de ruptura. Dualidad entre olvido y recuerdo que acaban siempre mordiéndose como las fieras embravecidas. Esta impetuosa mortandad se reitera en la visión de Baudelaire, sintetizada en «Las flores del mal»: vivir es un dolor. El estremecimiento anticipado del placer conduce a la angustia y acaba en soledad, olvido o exilio.

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