los roles dominantes de un idealismo disolvedor

Desde que finiquitó la inteligibilidad objetiva del estructuralismo, en el entrecruzamiento de lo moderno y lo posmoderno, se relativizaron los fetiches de la historia, se aligeraron los aparatos conceptuales de la crítica y los teóricos se apartaron del estudio de las contradicciones del sistema literario y centraron su atención en los fenómenos particulares de la hegemonía neoliberal (industria del libro, objetos textuales, equidad de género, etcétera); exagerando las particularidades, el arte comenzó a expresar la vivencia del aislamiento y la cultura la heterogeneidad persuadida por las pautas y los roles dominantes de un idealismo disolvedor. Del hecho concreto se desprendió un flagrante fraude culturero asentado en el poder, los elementos de la confrontación quedaron subordinados a los principios conservadores del sistema dominante y a los referentes igualitarios para tratar de subsanar de manera abstracta, es decir, con meras ilusiones, los desequilibrios culturales y las condiciones de desigualdad económica y social. En el acto de los postulados conceptuales la modernización bifurcó los mismas fórmulas que la tradición duplicada; culta y popular, tecnificada y escueta, refinada y vulgar. El corpus ideológico se propaga como la idea de la entonación, como cliché generado desde de la parte superior de la pirámide. Un lenguaje de configuración asimétrica ocupa la posición hegemónica en lo que Bourdieu llamaba el «campo» o «contexto»; el mito local se fetichiza en un símbolo de universalidad, la parte como el todo: un mismo sentimiento se amolda y se expresa en el conjunto general simbolizado.

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