Sabía yo que era puro pedo eso de la amiguita



—Ay, Éktor, ¿qué haces por aquí?
—Me hospedo en el hotel que está a la vuelta.
—¿A poco?
—Sí, fíjese —yo le respondía aguantándome las ganas de reír.
—Nunca me hubiera imaginado que vivieras por allí.
—Ya ve, doctora. Y ¿usted qué hace por aquí?
—Vengo a visitar a una amiga que llegó de los Ángeles, pero no la encuentro.
—¿Su amiga se hospeda también en el Calinda? —le pregunté, jugándola al ingenuo; sabía yo que era puro pedo eso de la amiguita.
—Eres muy buena persona, Éktor. Ya me platicó Paulina que la ayudaste con un dinerito para la operación de su mamá. —Me di tinta que desvió la conversación—. Yo también quiero darte las gracias por el préstamo que me hiciste. Nomás que reúna el dinero te liquido la deuda.
—No se apure, doctora.

Pasaron los días sin que nada sucediera, hasta que una tarde la doctora me preguntó:

—Oye, Éktor, me comentó Paulina que tienes ganas de ir al Bloqui Oh. ¿Es verdad? ¿Qué te parece si vamos hoy en la noche?
—¿De veras, sí quiere ir?
—¡Claro! Sería un privilegio salir contigo.
—No exagere, doctora.
—Mira, como ya somos amigos no me digas doctora, llámame Raquel.
—Está bien, Raquel.

Y sucedió lo que tenía que suceder... y como canta el corrido: cayó en las redes el león •

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