A punto de excitarme estaba


En una ocasión mientras charlaba con una profesora de la escuela donde estudiaba me invadieron unas ganas incontenibles de azotarle en la cabeza un florero que estaba sobre un escritorio. Me contuve y el florero se resignó a no morir estrellado en la crisma de la profesora. Me negué a aceptar la locura horrorosa que coqueteaba en mi cerebro aparentando ser una julieta enamorada; me guiñaba un ojo y con una gracia coqueta movía los labios y con voz suave me decía:
—Ven conmigo, tú ya me conoces. Buenas cosas te esperan si aceptas que sea tuya.

Un vestido blanco y largo cubría su cuerpo; la tela casi transparente se plegaba a sus carnes en cada paso que daba. Cuando se acercó a mí lo desabrochó y cayó; distinguí sus hermosas piernas y sujetó con las manos sus provocadores pechos, hermosos y redondos; los levantó un poco y me los ofreció; los pezones eran rosados figurando fresas.

—Son tuyos, tómalos —me dijo con una voz tierna y lánguida.

A punto de excitarme estaba, cuando...

—¡A la verga! —exclamé y sacudí la cabeza.
—¡Qué pasó! —dijo la profesora, extrañada.
—¿Porqué esa grosería?
—Perdón, maestra, no supe lo que dije.
—A ver si cuidas tu boquita.

Sin importarme el incidente de la profe, salí apresuradamente mientras un torrente de ideas se acumulaban en mi mente. Una fantasía creada estando con la conciencia activa, pero sin intencionalidad, y despierto, en vigilia.

—¡No, está cabrón! Eso es un alucine.

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