No te voy a hacer nada... pero en el hueso
El bueno que le tronó el ejote a la morra fue un batillo de su colonia al que le apodaban el Tintán; cinco años mayor que la ruca. Camellaba de mecánico el güey. Bueno, ni tan güey, pues el gandaya la jugaba al lidercillo de la col; y no está de más decir que el bato se chacalió a la bravota con la jaina. Punto locochón, le tronó el ejote a güevo; la subió a una ranfla y se la llevó a terreno para darle kíler.
—Sino quieres que te ponga unos madrazos me vas a aflojar esa madre —le dijo, mientras ella gritaba que no le hiciera daño.
—¿Cuál madre? —contestó, toda sacada de onda. Y que el bato suelta entonces una carcajada:
—¡Jajajá! —Sin aclararle a qué se refería comenzó a meterle mano a la morra.
—¡Ay, babosa!, ¡qué buen culo tienes! Desde la primera vez que te guaché no pude quitarme el antojo. Es que estás bien buenota, pendeja.
Raquel, impresionada y sin saber qué hacer, sólo alcanzó a decir:
—¡No, por favor, no me hagas nada! —Y el cínico todavía le responde, burlándose de la súplica—:
—Sí, mamacita. No te voy a hacer nada... pero en el hueso —le respondió de cura, soltando otra carcajada, al tiempo que procedió a desvestirla.
—¡Ay, güey, qué nalgotas te cargas, cabrona! Ahora sí me voy a dar las tres contigo.