En la producción de emociones lúbricas


Como en san Pablo, y de acuerdo con el precepto seglar, la mujer —ante la autoridad del señor que todo lo puede— le rinde culto a una superioridad nociva y contranatural. Prosaicos reflejos de la vida real. Por el amor del «señor» —que todo lo ilumina— la himenea letrada está dispuesta a que la chicoteen, a andar a gatas, a que le introduzcan un azotador por la vaina y hasta por donde le ronca el sapo. Toda una táctica sicopolítica del sistema vicario en la más sutil manipulación encuadernada en mitos. Hay también un rico surtido de fábulas relativas al negocio del amor compenetrado. Y explícita es la fusión entre el hombre y la mujer en el preciso instante del chacachaca.
En similitud con las figuras legendarias —a la par de Tristan e Isolda, Mellisanda y Pelleas, María y Efraín—; nulidad y mutilación de la individualidad como el «motif» o tema recurrente. Fundirse en un solo componente de unidad significa mellar la autonomía porque se anula la existencia tanto material como formal de la mujer o, en su defecto, su individualidad se supedita y se vincula al manflero cogedor, aunque se reconozca el mutuo afecto.
—Y en los fuegos vestales del amor ¿quién lleva la voz cantante? Seguro que no es la querida manfla tentadora.
En la producción de emociones lúbricas ¿quién toma la iniciativa? A veces ella, y en el cometido de suscitar el deleite los papeles se yuxtaponen, no de forma permanente, solamente en la profusión de los primores eróticos, cuando el amante parece un programado perro pavloviano.
El poderío varonil disimula debilidad y le otorga a la mujer minúsculas concesiones. Mucha complacencia y poca inteligencia en un ejemplo de poesía erótica y de política sexual.
—Porque el gamberro machincuepas, regularmente, no saluda ni se quita el sombrero, y una vez que lleva a cabo su hazaña, se fleta los chones y los tramados, murmurando en sus adentros: «Ahora sí, pélate, Tintán».

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