Confundir a Goethe con un barril de petróleo y a Holderlin con una peineta para el pelo.

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Jorge Luis Borges dijo —en más de dos ocasiones— que la épica fue la preforma de la novela. Y fueron los cantores de ese subgénero épico quienes por vez primera le abrieron las puertas del coliseo retórico a la novela.
«La epopeya —dice Ernest Fischer al respecto— era la forma cerrada, en un espacio bien limitado en que una clase victoriosa de guerreros aristocráticos hacia de si misma un ideal, evocando como antepasados a dioses y héroes. La burguesía ascendente hizo saltar en pedazos la cerrada forma de la epopeya; en su lugar aparecía la novela, con una forma “abierta”, como una presentación de la realidad que no era ya más apologética, sino crítica. La busqueda hacia nuevas formas coincidía con un mundo inmerso en una contradicción cada vez mayor entre fuerzas de producción que impulsaba hacia delante y conciencia que quedaba muy a la zaga; búsquela acelerada por la conmoción que supuso la Primera Guerra Mundial» [Ernest Fischer, Literatura y crisis de la civilización europea, editorial Icaria, Barcelona, 1977].
Las conmociones que Fischer menciona también se hicieron evidentes en la novela al trastocarse sus andamiajes que le habían dado forma. Surge el conflicto entre el ser y el signo porque el método de la vieja novela ya no servia para las nuevas interpretaciones, las que además eran de naturaleza interna; inquietantes pulsaciones originadas por el caos y que debían exponerse de la misma manera en que la inmanencia (pedante, abstracta, falsa, patológica y patriotera) había conducido a la catástrofe.
Se comenzaba a vivir en un mundo que se había convertido en una «babilónica casa de locos» donde sus melolengos habitantes confundían a Goethe con un barril de petróleo y a Holderlin con una peineta para el pelo. Por ende, la estricta objetividad de la novela burguesa quedó definitivamente resquebrajada y sólo podía tecnificarse bajo los esquemas discursivos del monologo interno, la fragmentariedad del discurso y la experimentación libre de formulas y consignas. La vetusta forma de novelar quedó derrengada, mutilada y aniquilada en su esencia.
Se requería de otro vehiculo expresivo para enraizar las palabras al hecho literario; y debía crearse al grito de ya, puesto que se trataba de una necesidad descriptiva, inherente al espíritu y la conciencia, y que debe satisfacerse, toda vez que —como dice Camus— la novela fabrica destinos a la medida.

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